—Ejem. —Escucho un carraspeo a lo lejos, seguido de una risita burlona—. ¡Ejem!
—Oh, por favor; déjelo dormir, señor. —Una voz conocida hace eco en mi mente, pero no consigo reconocerla.
Estoy agotado, extasiado; siento como si por primera vez la vida me sonriera diciendo: “Adelante, Maikol, es hora de que seas feliz”. Lo cual es ridículo porque nunca ha pasado.
Intento abrir los ojos, pero los párpados me pesan demasiado.
—Déjelo descansar. ¿No ve que pasó una noche excelente? —Continúa diciendo esa voz—. ¿Ve los tres condones? Sin duda el chico tuvo una velada ardiente.
¿Condones?
Retazos de la noche anterior vienen a mi mente.
Respiraciones agitadas. Gemidos entremezclados. Un baile de lenguas. Caricias. Ojos azules nublados por el deseo. Cabello fuego sobre mi rostro. Una sonrisa hermosa iluminando mi noche…
Un ángel…
Mi ángel…
¡LA PELIRROJA!
¡ME HE ACOSTADO CON LA PELIRROJA!
Con el corazón latiendo desenfrenado, tanteo la superficie a mi alrededor, pero no encuentro el cálido cuerpo que tuve entre mis brazos anoche, ese que se acopló a mí como pieza de un rompecabezas.
—De acuerdo, yo lo despierto. —Escucho nuevamente y, ahora que mi conciencia está funcionando, creo que es la voz de Zion—. No se preocupe, también le cubro el trasero.
¿TRASERO?
Como un resorte lanzo mi mano hacia atrás hasta tocar mis glúteos y, efectivamente, están al descubierto. Haciendo un escaneo de mi posición (boca abajo, con la cabeza sobre un cojín, una mano sobre mi pelo, la otra descansando sobre la arena, mi pierna izquierda estirada y la derecha doblada hacia arriba), me doy cuenta que se me debe ver hasta el alma.
—Bueno, parece que se ha despertado.
Abro los ojos poco a poco para acostumbrarme a la claridad y lo primero que veo es el rostro de Zion. El muy imbécil tiene la sonrisa más grande que he visto, adornando su cara; está arrodillado sobre la arena, con sus brazos apoyados en una antorcha apagada y un trozo de tela guindando de un dedo.
Una mirada más detallada a ese trapo me hace ver que se trata de mi calzoncillo y a la velocidad de la luz se lo arranco. Volteándome boca a arriba, me incorporo un poco.
Zion estalla en una carcajada al mismo tiempo que se escucha un jadeo y con la sangre acumulándose en mis mejillas, escondo mi ropa interior detrás de mi espalda. Sé que es estúpido, no es la primera vez que ve una de esas, pero por algún motivo hoy se siente extraño.
Sin dejar de reír, Zion me muestra los tres condones, cada uno, amarrado con un nudo.
—Buena noche, ¿verdad? —Estoy por responderle cuando un pequeño movimiento a mi izquierda llama mi atención.
Con mi cara de mala leche me volteo y siento como la sangre drena de mi rostro, para luego subir nuevamente y acumularse en mis mejillas.
Un hombre de unos cuarenta y tantos años observa mis piernas con la boca literalmente abierta. Miro hacia abajo y mis manos vuelan por inercia a cubrir mis partes íntimas. No me observa las piernas, ¡maldita sea!, me está comiendo la polla con los ojos. Cuando me percato de que mi intento de encubrimiento es en vano, me pongo de pie.
¡ERROR!
Ahora tengo el trasero al aire también. Miro al tipo con mala cara, pero ni cuenta se da porque sus ojos brillantes están posados donde no tienen que estar.
—¿Podrías hacer algo? —le grito a Zion mientras busco desesperado algo con qué cubrirme.
¿A dónde se fue mi ropa, demonios?
Miro hacia todos lados, pero ni rastros y para colmo, el muy imbécil de mi mejor amigo está revolcándose sobre las dos mantas, mientras se sujeta el estómago de tanto reír.
Con una mano cubriendo mi delantera y con la otra mi retaguardia, le doy varias patadas a Zion para que salga de encima de las mantas.
—¡Au! ¡Au! —se queja sin dejar de reír—. Ok, me salgo, me salgo. —El idiota rueda sobre su espalda sin parar de reír y yo logro coger la manta.
Con mis partes íntimas bien resguardadas, observo al pervertido que ahora me mira a los ojos con lo que parece un gesto perturbado.
—Lárgate. —El hombre barre su mirada por todo mi cuerpo.
¿En serio, tío? ¿Puede ser esta situación más asquerosa?
—He dicho que te largues. —Doy dos pasos hacia él de forma amenazante.
Lo juro, no me gustan las peleas, pero si este tipo no quita su asquerosa mirada de mi cuerpo, estaré más que feliz de golpearlo.
—Necesito limpiar —dice titubeante, pero sin apartar sus ojos de mi pecho. Ahora que me doy cuenta, el tipo tiene una pinza de metal en una mano y en la otra una bolsa de basura.
—Hazlo luego.
—¿Y si no quiero? —pregunta el hombre con una sonrisa pícara dando dos pasos hacia mí. Instintivamente retrocedo.
Maldito hijo de puta.
Zion, que hasta ahora no había podido parar de reír, se aclara la garganta y se para a mi lado.
—Creo que él te ordenó que te fueras —comenta amenazante con las manos en los bolsillos.
El hombre lo mira, luego a mí y regresa su mirada a mi amigo. Está calibrando sus opciones. Es bastante alto y está en muy buena forma física, estoy seguro de que si tuviese que quitármelo de encima yo solo, lo conseguiría, pero me costaría lo mío; aunque personas como estas no juegan limpio así que podría encontrar una forma de someterme. Sin embargo, con Zion en la ecuación está perdido.
El pervertido vuelve a darme repaso asqueroso y luego se marcha.
No han pasado dos segundos desde que dejamos de verlo, cuando Zion vuelve a estallar en carcajadas. Suspiro profundo armándome de paciencia para luego volverme hacia él. Está sentado en la arena, sujetando su estómago mientras ríe sin consuelo.
Sin prestarle atención recojo el calzoncillo y me lo pongo. Ahora me pregunto por qué no se me ocurrió hacer esto hace un momento en vez de usar mis manos como escudo anti pervertidos.
Recorro el lugar con la mirada, pero ni rastro de la otra ropa.