Tonta, tonta, tonta, tonta…
<<Menos mal que lo sabes>>. Si pudiera mirar de frente a mis subconsciente, en este momento estaría muerta y enterrada por andarse metiendo donde no la llaman.
Miro hacia el techo como si de esa forma pudiera desaparecer los últimos minutos. No porque no me haya gustado, todo lo contrario; ha sido uno de los momentos más increíbles de mi vida, incluso más que la primera vez. Y eso es suficiente para asustarme como el infierno.
Mis ojos se cierran al sentir los ágiles dedos del hombre a mi lado acariciar mi cabello, pero es una mala idea porque a mi mente regresan las imágenes de los últimos, ¿quince minutos, media hora? No lo sé.
Esos mismos dedos acariciando cada centímetro de mi cuerpo mientras sus labios hacían a mi corazón bailar de felicidad, palabras hermosas que desgraciadamente no creo, mientras me hacía el amor de la forma más exquisita posible.
Tonta, tonta, tonta, tonta…
¿Cómo pudiste caer de nuevo?
“Sedúcelo, provócalo; si te lleva a la cama mándalo a freír espárragos, si te detiene, lucha por él”.
Las palabras de Ariadna antes de marcharse con Zion y dejarnos solos, hacen eco en mi cabeza. Supongo que aunque no quiera, aunque sea duro, tengo que aceptar que las palabras bonitas de hacer rato, eran solo eso, palabras. Simples y vacías, formuladas únicamente con el propósito de pasar un buen rato.
Con mi respiración aún acelerada, me levanto de la cama cuidando de envolverme bien entre la sábana. Él ya ha visto demasiado.
Una sonrisa preciosa, de esas que sacan a relucir esos increíbles hoyuelos, adorna su ya perfecto rostro. Sin poderlo evitar, recorro su cuerpo desnudo y me ruborizo ante el recuerdo de todo lo que sucedió en esta cama.
Tengo que ser fuerte, por lo que trago saliva y me obligo a hablar.
—Creo que deberías irte.
—¿Qué? —pregunta confundido.
—Ya es tarde, necesito que te vayas para poder descansar. —Mi mirada recorre toda la habitación en vez de centrarse en él, es que, ¡maldita sea!, es el fruto prohibido del Edén, la tentación en persona.
—¿En qué momento te volví a perder? —pregunta acomodándose en la cama y no tengo que mirarlo para saber que sus ojos están puestos en mí, intentando entenderme. Lo siento en cada poro de mi piel.
—Mira, Maikol, no te preocupes, ¿de acuerdo? Sé bien lo que significó para ti…
—Abigail, me estás colmando la paciencia. No puede ser que volvamos a lo mismo —comenta, pero no le hago caso.
—Escucha, yo no quiero una relación, no estoy preparada para eso. La última no terminó bien y no estoy dispuesta a enredarme con un hombre tan pronto. Me alegro enormemente de que seas un mujeriego empedernido así no tengo que preocuparme por que te encapriches conmigo y te vuelvas insoportablemente empalagoso. Es mejor dejar las cosas aquí.
—Mujeriego empedernido —murmura con una risita burlona—. Como se ve que no me conoces.
Enojado se levanta de la cama y empieza a vestirse. Yo debería hacer lo mismo, pero mi cuerpo no me obedece, creo que es mejor esperar a que se marche.
—De acuerdo, me alegro que tengas las cosas tan claras —comenta luego de ponerse el pulóver. Su voz resuma indiferencia—. Y no te preocupes, si en algún momento necesitas otro revolcón, no dudes en llamarme. Yo con mucho gusto haré que te corras de nuevo.
Auch.
No debería, pero me duele. A pesar de que sabía cuál era la realidad, me duele horrores escucharlo decir esas palabras. Siento mi corazón romperse un poco por la decepción y eso me enoja.
Me enoja porque no es justo, porque no conozco a este tío como para que venga a trastocar mi vida de esta forma, porque él no es nadie para que mi corazón sufra por sus palabras. Así que, haciendo acopio de todas mis fuerzas y mi coraje, contesto sonriente:
—Oh, cielo, lo siento, pero la lista de interesados en hacerme correr es demasiado larga así que dudo mucho que pueda llamarte; pero si estás muy desesperado, tú solo avisa, tal vez pueda hacerte un hueco. Ahora, si me disculpas, necesito que te marches.
—Perfecto. —Aprieta los dientes con fuerza y luego se marcha dejándome con los ojos llenos de lágrimas y el corazón latiendo por algo que me gustaría, pero jamás podría ser.
***
—Gracias por acompañarme. Ha sido divertido. —Escucho murmurar a Ariadna desde el sofá donde me acurruqué luego de que Maikol se marchara para esperar a mi amiga. Tengo que hablar con ella, lo necesito aunque sus consejos sean pésimos.
—De nada, ha sido todo un placer. —La puerta se cierra y en silencio se dirige a su habitación.
—Pensé que no llegarías nunca.
—¡Madre mía, Abigail! —grita del susto y enciende la luz—. Juro que si no muero de indigesta, me matas de un infarto.
Sus ojos se llenan de preocupación al ver mi estado: envuelta en un edredón, con mi maraña de pelo revuelta y los ojos hinchados porque sí, maldita sea, he llorado.
—¿Qué pasó, cariño? Pensé que a esta hora estarías abrazada a ese papazote y lamiéndole las orejas. —Arrugo mi cara ante esa imagen tan desagradable, pero aun así sonrío. Se sienta a mi lado.