🌹Capítulo dedicado
a
Elizabeth Vazquez🌹
Abigail:
Un dolor punzante en mi cabeza, de esos que tanto odio y no por el sufrimiento que provoca, sino por los horribles recuerdos que me trae, taladra mi cabeza. Siento que se me quiere reventar y estoy segura de que eso no sería bonito.
Paso la lengua por mis labios y siento la reseques de los mismos, necesito tomar agua. Intento abrir mis ojos y sentarme sobre la cama, pero siento como si un enorme elefante estuviese sentado sobre mí. Estoy agotada. Intento decir algo, pero no logro emitir sonido alguno.
¿Qué demonios me pasa?
Hago un poco de memoria. Tuve que salir más temprano de la universidad pues no me sentía bien, mi estómago no paraba de dar vueltas y temía que en cualquier momento vomitaría hasta las tripas.
Fui directo a la residencia deseando coger la cama y fundirme en ella hasta que el mundo decidiera dejar de dar vueltas. Hace unos días que me sentía mejor, pensaba que el embarazo por fin me iba a dejar en paz, pero esta criatura parece empeñada en ponerme las cosas difíciles.
Cuando llegué a la residencia fui directo a mi habitación, pero el aroma de las azucenas que Maikol me había obsequiado la noche anterior, terminó revolucionando mi estómago aún más y a duras penas llegué al baño. A partir de ahí todo se torna muy borroso.
Una puerta se abre y se cierra. Me pregunto dónde estoy y, como si la vida me contestara, el asqueroso olor a desinfectante, perteneciente sin dudas a un hospital, casi me saca el aire.
Odio los hospitales. ¿Cómo llegué aquí?
—¿Cómo está, doctor? —Escucho a Maikol preguntar.
El vago recuerdo de Maikol llamándome en mi semiinconsciencia y sus manos alrededor de mi cuerpo mientras me cargaba, llega a mí y una sensación cálida se extiende por todo mi cuerpo al saber que se preocupa por mí, pero esa calidez se convierte en un nudo que amenaza con asfixiarme, cuando otro recuerdo aparece. Esta vez más claro.
“Es… estoy… embarazada.”
Ay, santo Dios que estás en el cielo, que haya sido un sueño. Yo no pude haberle dicho eso, no así, por favor, se lo suplico.
Pero mis esperanzas se van volando a sabrá Dios dónde cuando mi chico pregunta nervioso:
—Ella… —Se aclara la garganta—. Ella dijo… ella dijo que estaba… embarazada. ¿Está bien? Ella… el bebé, los dos.
—Gracias a Dios la trajiste a tiempo por lo que tanto ella como el bebé, están bien —comenta el doctor y yo suspiro de alivio e inmediatamente contengo la respiración esperando que no se hayan dado cuenta de que ya estoy despierta.
—La señorita Thomson se ha desmayado producto a una deshidratación por náuseas del embarazo. En estos momentos se le están suministrando líquidos y algunos nutrientes por vía intravenosa. Esperaremos un poco e intentaremos darle algo de beber, si su estómago lo retiene, podrán regresar a casa, sino, deberá quedarse el resto de la noche. Acompáñame, necesito que llenes algunos documentos.
Supongo que Maikol asiente con la cabeza pues la puerta se abre y se vuelve a cerrar.
Fuerzo mis ojos a abrirse para encontrarme con una de las cosas que más odio en este mundo: una habitación completamente blanca y deprimente, testigo del dolor de todos aquellos que han tenido la necesidad de pasar por aquí.
Algo huele raro, no sé a qué y definitivamente no es el olor del hospital, pero amenaza seriamente con sacarme la bilis.
Intento incorporarme un poco pues ya empiezo a sentir un ligero dolor en mi columna debido a la posición en la que estoy acostada, pero aún me siento muy débil, así que me resigno y espero a que Maikol regrese para que me ayude a incorporarme.
Sin embargo, unos minutos después, cuando siento abrirse la puerta, cierro mis ojos para aparentar que sigo dormida. Es infantil, lo sé, pero cómo le miro a la cara después de haberle soltado esa bomba en semejante situación.
Siento sus pasos acercarse y luego cómo un mechón de cabello es retirado de mi rostro.
—Sé que estás despierta, ya puedes abrir los ojos.
Resignada y avergonzada como el infierno, abro los ojos hasta encontrarme con el preocupado rostro de mi novio.
—¿Cómo te sientes?
—Agotada y creo que la cabeza se me va a reventar. ¿Puedes darme un poco de agua y de paso ayudarme a sentar?
Con cuidado, Maikol mueve la manija de la cama y el espaldar se sube permitiendo que quede sentada. Acomoda un poco las almohadas en mi espalda para luego dirigirse a una pequeña mesa al otro lado de la sala y servir un vaso de agua.
—Sorbos pequeños —me pide mientras pone el vaso cerca de mis labios. Trago un poco de agua y respiro profundo varias veces esperando la reacción de mi estómago y al ver que ni se inmuta, bebo un poco más.
Maikol me observa detenidamente mientras el agua revitaliza un poco mi cuerpo. Estoy incómoda, por no decir nerviosa, sé que quiere preguntar, pero no se atreve. Su ceño fruncido me indica que su cabeza está trabajando a toda máquina para entender la situación y, a pesar de que se ve condenadamente bien, decido apiadarme de él.