🌹Capítulo dedicado a
Maria Chacon🌹
Cierro la puerta tras de mí y me obligo a caminar. Esto no puede estar pasando. Tiene que ser una broma cruel del destino.
Bajo las escaleras intentando no echarme a llorar de nuevo y al llegar a la sala ignoro los rostros preocupado de Ariadna y Zion. A duras penas llego a mi auto y emprendo la marcha rumbo a sabrá Dios dónde.
Leucemia. ¡Maldita seas, Abigail! ¿Por qué no me lo dijiste? Tanto tiempo insistiendo en el bebé mientras ella sufría en silencio. Es que me jode, me duele que no me lo haya contado. Quiero… quería a ese bebé, pero más la quiero a ella. ¿Cómo puede siquiera pensar que iba a perderme por no poder tener al bebé?
Dios santo, tenemos veinte y veintidós años, somos jóvenes, tenemos la vida por delante.
A pesar de mis esfuerzos por no llorar, las lágrimas salen sin control. Sorbo mi nariz intentando calmarme, pero el dolor en mi pecho no me lo pone fácil. Maldita vida, yo quería tenerlo. Yo quería… yo quería ser parte de su vida, verlo reír, llorar, jugar, caminar. Quería escucharlo llamarme papá, pero ya no podrá ser. No podré verlo, no podré coger su manita entre mis manos, abrazarle, besarle, leerle en las noches, mostrarle lo hermosa que era su madre y lo feliz que estaba por haberla conocido.
Detengo el coche a la horilla de la carretera pues no logro ver bien producto a las lágrimas y apoyo la cabeza en el volante.
Me lo imaginaba jugando con Sabrina, con Emma. Incluso debatí qué me gustaría más, si se vieran como primos o se enamoraran de grandes. Sé que es ridículo ese pensamiento, pero… solo estaba emocionado como nunca antes. Por primera vez en mi vida quería algo con todas mis fuerzas, pero no pudo ser.
Tengo que calmarme, Abigail es lo primero. No puedo ponerla en peligro solo por amar a esa criatura sin siquiera conocerla. Ella me necesita, pero no puedo regresar, no ahora. Necesito calmarme, pensar cual será el siguiente paso y actuar en consecuencia.
Seco mis ojos y respiro profundo par de veces, pongo un poco de música para distraer mi mente y continúo mi camino. Sin darme cuenta me dirijo hacia la casa Mihor y dos horas después, llego al lugar.
Bajo del coche si hacer mucha bulla. No sé qué demonios hago aquí, son pasadas la media noche, todos están durmiendo. Resignado regreso al coche, pero antes de entrar, la puerta del orfanato se abre.
—¿Maik? —La voz preocupada de Kenia provoca que otra ola de llanto arrase conmigo y sin pensarlo corro hacia ella y la abrazo. Hundo mi rostro en su cuello y lloro sin consuelo mientras ella pasa sus manos por mi espalda—. ¿Qué sucede, cariño? ¿Estás bien? ¿Aby está bien?
La sola mención de su nombre hace que mi corazón se apriete de dolor. Lloro con más fuerza si eso es posible. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando comienzo a clamarme, los espasmos del llanto han disminuido y la vergüenza por la situación se apodera de mí.
—Lo siento —balbuceo mientras me separo de ella. Su ropa de dormir está empapada por mi llanto y yo esquivo la mirada avergonzado.
—No tienes de qué disculparte, cielo. Pero necesito que me cuentes qué te martiriza de esa forma. Estoy muy preocupada.
Respirando profundo par de veces, me siento en la escalinata que da al portal. Ella se sienta a mi lado mientras paso mis manos por mi rostro intentando encontrar las palabras correctas y evitar volver a desmoronarme.
—Aby… el bebé… —Me detengo al sentir cómo mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas.
La última vez que estuve aquí, le conté acerca del embarazo y ella se emocionó por mí, así que ahora, mientras le cuento, no puede evitar derramar algunas lágrimas.
—¿Qué hago, Ken? O sea, sé que no puede nacer, eso no tiene solución, pero, ¿qué hago para que este dolor en mi pecho se vaya? ¿Para no sentir este vacío tan grande que amenaza con ahogarme? ¿Soy muy malo por tener la esperanza de esto sea solo una pesadilla?
—No, cariño, no. Tú eres la mejor persona que conozco y el hecho de que te hayas enamorado de esa criatura sin conocerla, es señal del enorme corazón que tienes. Sé que es difícil todo esto, pero piensa que este no era el momento correcto para ustedes y ten la esperanza de que algún día lo vas a tener.
—No creo poderlo olvidar.
—No tienes por qué hacerlo. Recuérdalo siempre, a fin de cuentas era tu hijo, un pedazo de ti. Pero tienes que ser fuerte, mi cielo. Tienes que ser fuerte para ella. Estoy segura de que esto también la está lastimando.
—Lo sé y me odio por no estar con ella ahora, pero es que necesitaba pensar, aclarar mis ideas.
—No te preocupes por eso, estoy seguro de que ella entiende. —Nos quedamos en silencio por un rato y eso me alivia. Tengo la cabeza a punto de explotar—. ¿Qué te parece si entras, te tomas un chocolate caliente y te cuelas en la cama de Sabrina? Estoy segura de que eso te hará bien y ella mañana gritará de felicidad.
—Suena como un buen plan —digo convencido de que lo es, tal vez, abrazar a mi brujita sea lo que necesito para aliviar el dolor de mi corazón.
Entramos en silencio y mientras Ken me prepara un chocolate caliente, voy al baño del primer piso, me lavo las manos y enjuago mi rostro. La imagen que me devuelve el espejo me asusta. Tengo los ojos hinchados y rojos con unas bolsas oscuras debajo y parece como si en tres horas hubiese envejecido años.