Addyson:
—De verdad no puedo creer que te hayas convertido en su madre —comento mientras observo a la pequeña Emma dormir plácidamente en su silla para coches.
—No me toques las narices, Addy, no me hagas recordarte que todo es tu culpa. —Acomodándome en el asiento copiloto del auto de Ariadna sonrío al recordar aquella vez en la que metí la pata y le adjudiqué a mi amiga una hija que no era suya.
—No te hagas la tonta, sabes muy bien que eso ha sido lo mejor que te ha pasado. Ya tienes una familia, una de verdad.
—Mi familia son tú y Aby. —Una mueca de tristeza surca su rostro al mencionar a nuestra amiga. La vida es tan injusta con aquellos que no se lo merecen.
—De verdad, Ari. Mírame y niégame que no eres feliz con Zion y la pequeña Emma. —Nuestros ojos se encuentran en el espejo retrovisor. La muy descarada intenta mantener un rictus serio, pero no puede evitar la radiante sonrisa que surca su rostro.
—De acuerdo, es cierto lo que dicen por ahí: Madre no es la que engendra, sino la que cría y esa pequeñaja cada vez que me dice mamá provoca que mi corazón quiera explotar. Definitivamente esa es la palabra más linda el mundo.
Saber que mi amiga es feliz, me llena de dicha. Ariadna es una chica segura de sí misma, pero desde que sus padres se divorciaron, digamos que la especie masculina no ha significado otra cosa para ella, que un simple revolcón. Pero desde que Emma llegó y enlazó su vida a la de Zion, poco a poco su corazón ha ido derritiéndose hasta permitirle el paso a ese rubio o señor musculitos como ella le dice.
—¿Y Zion?
—Es un monstruo en la cama. —Una carcajada sale de mí sin poderlo evitar y mi amiga me manda a callar para no despertar a la niña.
—¿Y qué más? —pregunto cuando logro calmarme.
—Y me hace enojar, mucho. Gritar, mandarlo a freír espárragos, caerle a golpe, pero sobre todo, me hace feliz. Creo que me estoy enamorando, Addy y eso me asusta.
—¿Crees? Tía, estás enamorada hasta la médula, que de eso no te quepa duda.
—Supongo —reconoce por primera vez ante mí.
—No me había dado cuenta —contesto sarcástica y me gano una mirada fulminante.
Respiro profundo mientras me acomodo en el asiento y observo pasar los altos árboles, uno tras el otro.
Hoy es quince de enero, mi cumpleaños y a pesar de que no quería celebrarlo, no hubo forma de quitarle la idea de la cabeza a mis amigos.
No me malinterpreten, me gustan los cumpleaños, es solo que el año pasado ha sido muy intenso y los últimos cuatro meses un infierno. No creo que las cosas estén como para festejos, pero ella quería que celebrara mi cumpleaños con todas sus fuerzas y yo no pude negarle esa petición. Aby quería que, sin importar lo que sucediera, lo festejara y créanme, es imposible negarle algo a alguien que te mira con los ojos suplicantes, llenos de lágrimas contenidas. A unos ojos tristes, derrotados que piden en silencio acabar con tanto dolor.
Es difícil mirar a tu mejor amiga, o mejor dicho, al cascarón de lo que un día fue, y decirle que no. A esa chica que has visto crecer y al mismo tiempo, has sido testigo de cómo la vida se le escapaba poco a poco de las manos.
De eso hace ya un mes y aún no logro quitarme esa imagen de la cabeza. Sentía que el corazón se me rompería de tanto dolor al verla en esa situación y, a pesar de que al inicio de todo ese suplicio, me juré que nunca lloraría frente a ella, no pude evitar romperme en mil pedazos mientras me pedía que no detuviera mi vida por ella. Que yo merecía ser feliz y que no importaba cómo, ella siempre estaría a mi lado.
Siento cómo los ojos se me nublan, he llorado tanto los últimos meses que cualquiera pensaría que ya no me quedan lágrimas, pero no, ellas se empeñan en salir cada vez que esos recuerdos afloran.
Respiro profundo varias veces para calmarme y evitar llorar como magdalena, si yo empiezo, Ari tendrá que orillar el carro porque se sumará a mí. Nos ha pasado bastante últimamente. Hemos servido de paño de lágrima la una a la otra y honestamente, esa ha sido la suerte. Nos tenemos a nosotras.
—¿Qué te sucede? —pregunta Ariadna.
Cuando la miro tiene el ceño fruncido con la mirada puesta en la carretera. Por suerte mis lágrimas han dado marcha atrás y, sin querer tocar ese tema tan doloroso para ambas, comento algo que me tiene sumamente preocupada.
—Creo que Kyle me engaña. —Ariadna se atraganta con su saliva y tose y tose, tanto que tiene que disminuir la velocidad hasta casi frenar.
—¿Se puede saber de dónde has sacado semejante barbaridad? —pregunta cuando consigue calmarse y pone el carro en marcha.
—Es que últimamente está siempre ocupado. Viene mucho a Nordella, a veces no me contesta el móvil. Cuando lo llaman por teléfono sale de la habitación. No lo sé... está actuando muy raro.
Inmediatamente mi mente va a hace unas mañanas, estaba tomándome un vaso de leche sentada en la isla de la cocina. Él estaba dándose una ducha. Sentí el característico sonido de un mensaje y me di cuenta de que su móvil estaba encima de la meseta así que me levanté para cogerlo y alcanzárselo.
Cuando estaba cerca, Kyle llegó y me abrazó por la cintura, me pegó a él y besó mi cuello haciéndome perder la noción por unos segundos. Me dio la media vuelta, me besó y dio los buenos días. Cuando logré centrar mi atención en la meseta, el móvil ya no estaba.