🌹Capítulo dedicado
a
Alexandra Solarte🌹
Cuando Javier nos dijo que Aby había rebasado lo peor, que estaba estable dentro de la gravedad, el alivio que inundó mi cuerpo fue indescriptible. Esa fuerza inexplicable que oprimía mi corazón, que amenazaba con asfixiarme a cada segundo por fin relajó su agarre y pude respirar nuevamente.
A pesar de que deseaba que dijera que ya todo estaba bien, no fue así, en ningún momento dijo que estaba fuera de peligro, no, solo dijo que había superado el estado crítico en el que se encontraba y nos advirtió que cuando volviéramos a verla teníamos que estar preparados para encontrarnos con una chica totalmente diferente a la que conocíamos.
Él lo advirtió, sin embargo mi mente no estaba preparada, pero siendo honesto, ¿cómo me preparo para lo que tengo delante de mí? Está irreconocible, de verdad tengo que hacer un esfuerzo enorme para encontrar a la mujer que amo en esa chica que yace acostada en esa cama.
Continúa entubada y sondeada, eso lo sabía, y a pesar de que sus brazos ya estaban morados debido a los constantes pinchazos es impactante ver el color negro adornar de su piel inmaculada, notar los pequeños puntos donde las agujas han sido introducidas una y otra vez, pero lo peor de todos es una especie de plástico de color blanco insertado en su cuello a través de una incisión y cocido a su piel.
Sé lo que es, he leído al respecto. Se trata de un vía central conectada a una arteria para suministrar el medicamento al no encontrar venas por los moretones en sus brazos y, a pesar de que sé todo eso, no puedo evitar que mis ojos se humedezcan al mismo tiempo que mi estómago se revuelve. Las lágrimas descienden silenciosas por mi rostro. Sé que me prometí no hacerlo en su presencia, pero joder, esto es… es…
Un sollozo sacude mi cuerpo, esto es… es demasiado, es injusto, es… es malditamente doloroso.
Respiro hondo intentando calmarme pero no lo consigo, esa herida que se abrió en mi interior desde que Abigail fue ingresada no ha vuelto a cerrarse y cada vez que tiene oportunidad sangra sin intenciones de detenerse. Lloro en silencio ante el dolor por verla así; la ira que siento hacia Dios, hacia la vida por ser tan injustos, por hacer sufrir tanto a una persona que solo merece amor y felicidad; y la impotencia al verme de brazos cruzados, sin poder hacer absolutamente nada para ayudarla, mientras ella libra la batalla de su vida.
***
Hace cinco días de que Javier nos dijo que debíamos prepararnos para lo peor y gracias a Dios, aún seguimos en la batalla. Ayer le quitaron los sedantes, aun así, no ha despertado. Los médicos dicen que es normal, pues pueden pasar veinticuatro horas hasta que se le vayan los efectos de las drogas del cuerpo, pero estoy tan impaciente.
Quiero ver esos hermosos ojos azules revolotear de un lado a otro, ver su hermosa sonrisa adornando la habitación. Quiero escuchar su suave voz como un dulce canto en mis oídos. Deseo tanto saber que está bien, que estas últimas horas han sido una odisea.
Sigo sin hablarle, tengo miedo de que se vuelva a salir de control así que me limito a entrar en silencio, tomarle la mano y poner un poco de música para aligerar el ambiente, para darle paz.
Termina mi horario de visitas y salgo de la sala con la cabeza baja y el corazón sangrando al saber que otro día ha pasado y no he visto esos hermosos ojos iluminar mi vida.
Aturdido, en esa especie de mundo sin sentido en el que he estado sumido los últimos diez días, salgo del hospital. Tal y como se ha hecho rutina, Zion me está esperando en el aparcamiento. Según él, no estoy en condiciones de conducir por lo que cada vez que vengo, él o Kyle, me acompañan.
Abro la puerta de copiloto y entro sin mirar a mi amigo. Apoyo la cabeza en el respaldar, siento como si fuera a explotar. El coche arranca y no es hasta que lo siento incorporarse a la carretera, que miro a mi amigo; pero me sorprendo al ver que el chofer no es el rubio sino su prometida.
—¿Qué haces? —pregunto confundido.
—Zion tuvo que ir a ver al demonio y me pidió que viniera a recogerte. —Omito la parte en que llama al señor Bolt, demonio y le pregunto por qué Kyle no vino en su lugar—. Le robé las llaves a Zion.
—¿Por qué?
—Porque puedo y porque quería invitarte a cenar.
—No tengo hambre, gracias.
—Ok, reformulemos eso último. Te voy a llevar a cenar y no acepto uno como respuesta; así te tenga que llevar por las orejas, amarrarte a la silla, abrirte la boca con mis dedos y meter la cuchara.
—No es necesario usar la violencia —respondo sin dudar que está hablando en serio.
—¿No? ¿Desde cuándo no te ves en un espejo? —Arqueo una ceja sin entender a dónde quiere llegar.
—Maikol, en diez días has bajado demasiado de peso. Es alarmante lo delgado que estás.
—Tú también, de hecho, todos lo hemos hecho.
—Pero yo como.
—Yo también, y tú lo haces porque Zion te obliga. Los he visto peleando.
—Pero como. Y lo que tú llamas comer, dista mucho de lo que yo me refiero.