20 A los 58

Capítulo XVIII- La costumbre

—¿Estás segura?— Me Pregunto, me levanté de su pecho, mirándolo fijamente esta corriente en mi pecho se siente tan extraña.

—Perdona, que me quede callada es que...

¿De qué manera pensará que le he dicho  que se quede?

Creo que está empezando a notar mi falta de sexo o talvez que quiero llevar esto muy rápido y no es así ¿O si? Vamos Margaret no te quedes callada mirando esos perfectos labios carnosos se dará cuenta.

—Lo estoy— Conteste segura de mí.

Encendí la TV de la sala, buscando qué ver, ocultando que quiero basarle y dejar que el tiempo pase lentamente, pero tendría pena y después no sabría donde esconder la cara, además los dos solos creo que nos dejaríamos llevar ¡Ay de solo pensarlo siento un tremendo cosquilleo en mi lugar prohibido! Pero prefiero quedarme pegada al televisor ignorando su presencia...

Héctor preparó cena para mí, después vimos una película y al final debatimos para escuchar los puntos de vistas de cada uno y relacionar nuestras ideas...

Abrí mis ojos lentamente no recuerdo haberme quedado dormida estoy en mi cama, aún conservó mi ropa, Héctor no estaba en la habitación, pase al baño lavando mi cara...

El mueble tenía una sabana alborotada y una almohada. Un rico olor me hizo el estómago saltar. 

Era él, en la cocina.

—Buen día, preciosa. Te quedaste dormida anoche— Besa mi frente, echando un poco de miel a lo que cocina.

—Lo siento— Le digo mientras me siento en el desayunador.

—Lo sé,  le escribí Angélica y le pregunté ¿Cuál es tu desayuno favorito?— Sabía que lo que hacía bailar el estómago era algo delicioso.

—Tostadas francesas— Dijimos los dos al mismo tiempo, riéndonos.

La verdad que si, me encantan las tostadas francesas con pan de canilla.

En un plato llano, me entrega mi desayuno, con un poco de miel y frutas aun lado.

Espera a que las pruebe, quitándose el delantal. 

—Mm, están riquísimas— Pero es posible que queden tan ricas como las de los restaurantes, están buenísimas.

—Me alegra que te gusten— Me dice, comiendo una mora de mi planto.

Estaban tan ricas que me serví tres porciones.

—Tendré que irme tengo que dar clases a las dos— Me dice, doblando las sabanas del mueble. —Pero vendré por ti a las 6, así que ponte más bella de lo que eres— No dude en sonreír escuchando sus palabras.

Recoge sus cosas y se acerca a mí.

—¿Dónde me llevarás?— Le pregunte y enseguida deja un rico y sabroso beso, como el sabor de miel que conservo en mis labios eran terribles mis latidos y no estoy hablando precisamente de mi corazón.

—Es sorpresa— Mascullo marchándose. 

Con mi dedo bañado de miel lamí pensando cosas prohibidas estaba tan lejos con los pensamientos que el sonido de mi celular me espanto horriblemente.

Busco mi celular.

Al contestar la llamada.

—Mamá, ¿Cómo estás?— Es mi hermosa hija.

—Mejor— Conteste, mirándola prepararse para ir al trabajo.

—¿Héctor, estuvo contigo?— Me mira, levantando y bajando su ceja unas 4 veces.

—Sí... Oye, espera no paso nada— Ya sé por qué levantaba tanto esa ceja, Dios, como cree que me acosté con el justo el mismo día que ellas se fueron, sonaría como si estaba esperando que se marcharan para aprovechar el momento.

—Ja, ja. Yo nunca dije eso, tu sola te metiste al medio mamá— Se ríe de mí, sabe que me molesta ese modo de pensar de ellas, porque Angélica es igual.

—¿Y tu esposo?

—Todavía está dormido, anoche paso algo genial mamá estábamos más picante que un chile— Me dice acercándose a la cámara mordiendo su labio.

—Ana, no quería saberlo— Le digo, mirándola mal.

—Deberías...— Me dice jugando con pintalabios en su boca.

—Debería ¿Qué?— Le pregunte molesta.

—Nada, te amo. Adiós iré a trabajar. Besos— Me dice, saliendo del tema rápidamente.

—Ana... ¡Anaaaa!— Carajo, pero cuando me respetaran.

—Te amo— Me cierra la llamada.

Me enojo, pero me causa tanta risa. 

Aunque sé que volveré a ver a mis queridas princesas, las extraño tanto, como es que la costumbre te deja ilusionarte y cuando se va te deja con un vacío inmenso, me acostumbró muy rápido a la compañía, y aunque Héctor es todo un príncipe siempre está atento a mí, como si fuera una niña mimada, la compañía de Ana y Angélica es la mejor.

Extrañar es la peor sensación y aunque no es la primera vez que me pasa, siempre he buscado la manera de escapar de enfocarme en algo más, toda la vida se me ha hecho difícil olvidar. 

Hoy quise quitar el polvo, de las cortinas, camino a la habitación donde se quedó Angélica, quite las coberturas de las almohadas y debajo de una de ellas se encontraba aquella carta que le había entregado Angélica, pensé que la había desaparecido, este viejo papel al que me aferre por tantos años, trate de mantener su recuerdo en mi mente, desde aquel entonces mi mundo se volvió gris, no volveré a hacer la misma nunca más, cansada de llorar, nadie me escuchaba porque nunca entendían. Lloraba cada noche, y le pedía la luna volver a verle. Me dejé atrapar por la ilusión del amor.  Llegue a pensar que moriría de soledad de esperar tanto, de llorar, mi olor a soledad se podía olfatear a kilómetros y aun con fantasías por vivir, pero mi esperanza moría,  quería desaparecer, nadie imaginaba como realmente me sentía, yo era mi único consuelo, mi única amiga durante tantos años.

Y aunque no le hablo a nadie de mí y la relación que tuve con el pasado. Siempre moría por escuchar un murmullo al corazón, pero tenía miedo de sentir, de seguir, de vivir, aunque quería que me hablaran con ternura, con amor. Pero, yo misma estaba tan helada que nunca pensé encontrar fuego otra vez porque me acostumbre a caminar descalza sobre el hielo; no quería a nadie más que a la soledad aunque me estuviera matando. Realmente no sabemos el tiempo que perdemos hasta que alguien te ayuda a despertar, más importante aún es quererte, quererte como a nadie más. Las mujeres tenemos que escucharnos, amarnos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.