20 A los 58

Capítulo XIX- Cobardia

Creo que mientras más limpio más desorden encuentro, ya agote todo el vino creo que terminaré tan cansada y solo me quedaran ganas de dormir el cielo está nublado lo cual me motiva más a descansar, pero no, hoy tengo una cita y nada me quitará las ganas...

 

Las horas pasaron la luces de su auto iluminan mi ventana coloque perfume escondiéndolo por los cojines del sofá retoque mi pintalabios estaba nerviosa y ansiosa a la vez al escucharle tocar la puerta mis latidos hacen querer tropezar con mis propios pie, me reí de mi misma, abrí la puerta viendo a ese hombre con la sonrisa más hermosa y en su mano una rosa blanca.

—Gracias.

Tome la rosa, lo note nervioso trabándose al hablar, me provoca sonrojarme creo que el vestido que traigo puesto es demasiado provocativo, Angélica me ayudo a elegir que digo que me ayudo más bien me obligo a ponerme este y modelárselo atreves de la cámara.

—Estás hermosa, perdón estás bellísima...  ¿Lista?— Héctor está tan nervioso como yo.

—Si, solo déjame buscar mi bolso…

Al estar en su auto empezó a llover fuerte temía que esto arruinara nuestra cita, sin embargo él parecía calmado.

—¿Cómo estuvo tu día?— Preguntó sin quitar la mirada del camino.

—Bien, ansiosa porque llegará la hora de vernos.— Fui sincera sintiendo esa inquietud de cosquilleo por haber sido tan sincera.

—Pensé que era el único, deseaba verte. Por cierto ese vestido te hace lucir tan bien.— Me quede callada mirando a un costado mordiendo mi labio, que rica sensación de frío recorre mi cuerpo. 

—Detén el auto.— Musite, Héctor se estacionó—No creo que sea prudente proponerte esto, pero no puedo soportarlo.

Comente mirándole a los ojos.

—¿Qué pasa?

—Es que no sé cómo decirte… Supongamos que… Ah olvídalo.— Qué tonta. ¿Cómo te atreves? 

—Margaret, ¿Estás bien? 

—Sí, discúlpame no sé lo que estaba pensando.

 

Solo quería intentarlo no puedo evitar la sed que tengo del y lo peor es que no se da cuenta de que me tiene en sus manos. Agradezco no haber hablado y hacerle la propuesta de que me haga suya. ¡Ahs! De solo pensar lo que le diría me avergüenzo, es muy pronto sin embargo no quisiera que esto tardara porque explore de ganas. 

No soy de las que dicen lo que quieren, me gusta ver a las personas actuar por su cuenta sin embargo hoy quisiera decirle que estoy más húmeda que la misma carretera...

—Buenas noches, bienvenidos al restaurante Las Olas ¿tienen reserva?

—Buenas noches— Saludé.

—¡Hola! Claro. Tenemos una reserva a nombre de Héctor y Margaret.— Héctor me tomó de la mano, ¿por qué estas sensaciones? Si solo toca mi mano.

—Por aquí, por favor.— Seguimos al chico, el restaurante está muy bonito y elegante.

—¡Gracias!

—¿Te gusta?— Preguntó, abriendo mi asiento para que me siente, tenemos una vista preciosa al océano.

—Este lugar es hermoso. Seguro que gastaste un buen dinero en esta reservación.

—Eso no importa. Ahora lo importante es comer y conversar.— Comentó frotándose las manos.

—¿Cómo te fue en las clases?— Pregunte.

—Muy bien, los chicos de ahora realmente tienen su cabeza en otros asuntos, hoy se durmieron más de cinco estudiantes, no me moleste en despertarlos. Al final las calificaciones hablan.

—Héctor, no puedes ponerles malas calificaciones por dormirse en una clase.

—Margaret, hay que darles una lección.

—Bueno, creo que deberías buscar otra manera.

—¿Cómo estuvo tu día? ¿Qué hiciste?— Pregunto. Tal vez debería decirle que encontré aquella carta, después de haber renunciado a no volver a verle. Y por un momento me sentí entristecida, abrazando mis recuerdos como si de nada me hubiera servido seguir adelante si en el fondo, todavía espero por él. Tan rara me siento como si al encontrar esa carta me perdí por un momento la esperanza otra vez. 

El mesero se acercó interrumpiendo mis pensamientos sirviendo vino a nuestras copas. 

—Mi día estuvo bien.

Chocamos copas, viendo como aquellas nubes grises se despejan dejando salir la hermosa luz de la luna.

 

Noto nervios como si quisiera proponer algo mientras cenamos, mis pensamientos van a otro lugar ansioso porque me proponga una noche juntos. 

 

—Margaret, estuve hablando con Ana y Angélica, como ya sabes tú vives, sola yo también y bueno ya sabes como son las cosas.

 

—Perdona Héctor ¿Qué es lo que tratas de decir que no entiendo absolutamente nada?

—Espera veré si puedo hacerlo más claro— Empezó a reír, provocándome risa, no entiendo el motivo de sus nervios, pero lo que sí sé es que tiene una sonrisa demasiado encantadora que me provoca reírme a su manera.

Héctor volvió a intentar decirle a Margaret lo que tanto quería, pero cada vez que lo hacía se enredaba en sus propias palabras, Margaret le pidió que se relajara y cuando se sienta más cómodo para conversar que lo hiciera, aunque Margaret también sentía nervios y curiosidad de saber lo que tanto le costaba decir a Héctor trato de disimular y esperar hasta que Héctor se sintiera completamente relajado, cenaron y disfrutaron la noche...

 

De camino los dos  tomados de la mano hasta llegar al coche, Héctor abrió la puerta con una postura elegante como si Margaret fuera una reina para él, estando en el auto, el suspiro de Héctor de decepción de no poder decirle a Margaret lo que tanto quería.

—Tengo un regalo para ti.— Comentó llamando mi atención.

Héctor le extendió una pequeña caja, Margaret la aprecio.

—No la abras hasta llegar a nuestro destino.

Llegaron a un precioso apartamento, Margaret miraba y pensaba en que Héctor seguro le ocultaba algo y hoy era el día en que lo sabría, tal vez un hijo o un nieto, sentía esa nostalgia aunque no lo daba a demostrar ya estaba preparada para escuchar a Héctor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.