20 A los 58

Capítulo XXV- El perdón

Al llegar la mañana nos preparamos para ir por el desayuno continental, me coloqué el vestido que me obsequio Angélica no se cansaba de decirme que me veo hermosa, siempre me ha dado los mejores ánimos…

 

Al estar en la mesa Ana parece más animada con los mareos; además que le he contado mi conversación con Martín.

—Creo que tendré un hermanito— Angélica tarareo provocándonos risa.

—No, tendrás hermanos.— Ana retorció la mirada.

—Buenos días, ¿Tú eres Ana?—  Una voz temblorosa llamo nuestra atención Ana le miro, no podía creer que la señorita Margaret ha venido por Ana y al mirarla a sus ojos se nota que ha llorado toda la noche, Ana afirmo con la cabeza. —Será que podrías darme unos minutos de tu tiempo y tu hija también. 

—Si— Ana se levantó, Angélica le acompaño.

 

Ana

La chica nos dirigió a una mesa para cuatro Angélica se detuvo antes de llegar me devolví a buscarla.

—Mamá, ¿crees que puedas?

—Sí, confía en mí.

Le tomé de la mano al llegar a la mesa la tensión se sentía, la señorita tomo asiento limpiando sus lágrimas con un pañuelo, me senté manteniendo la postura firme.

—Sé que no soy nadie en tu vida y que no conoces nada de tu padre, para mí es difícil ni siquiera sé qué decirte…

Hablaba y se le notaba el alma rota.

—Te perdono— Dije llamando toda su atención. —Te perdono porque nunca me hiciste falta, mi mamá tomo tu lugar desde siempre para mí eres un extraño cercano, yo nunca te necesite siempre lo tuve todo teniendo mi madre. El tiempo no se recuperará con excusas y palabras, con el esfuerzo de mi madre no me falto educación, apoyo o amor. Yo no te conozco y tampoco quiero conocerte, nunca estuviste para mí ¿A quién engaño? Tú ni sabías de mi existencia y yo de ti solo supe lo que decía este papel sin sentido.— Saque de mi bolsillo aquella carta que le pedí a Angélica después de levantarme. —No me interesa saber algo de alguien que ni siquiera tuvo el valor de irme a buscar a aquella mesa para afrontar las cosas.

Limpie mis lágrimas extendiéndole la carta.

—No quiero escucharte… Solo quiero que sepas que te perdono y lo único que lamento es el tiempo que mi madre perdió.

Me levanté Angélica me miro con sus ojos llorosos.

—Mi Abue nunca hablo mal de usted… Yo siempre quise verla feliz y pensé que la única manera era que usted regresa, pero me he equivocado mi abuela es feliz… Sin usted; y estoy más que satisfecha. ¿Podría regresarme la carta? Quisiera terminar con lo que la aferro tanto a usted. 

Angélica extendió su mano viendo a Martín a sus ojos lacrimosos, la señorita Margaret lloraba al hombro de Martín, este le extendió la carta a Angélica.

—Lo lamento tanto— Martín musito entre lágrimas. 

—No te preocupes, ya estás perdonado eso seguramente aliviara tu alma.

 

Angélica se alejó hasta la cubierta destrozando entre lágrimas aquella carta.

El perdón no significa olvidar, pero da la paz para continuar la vida, perdonar es sanar alma.

Porque es cierto lo que dicen “Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que ese prisionero eras tú...

 




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