2048

4 de mayo 2044

Prometo que tiré con todas mis fuerzas, que intentaba levantarme del suelo con todo lo que tenía, pero fue en vano y un gasto de energías innecesario.

Ethan apenas opuso resistencia, solo entró a aquel furgón blindado, ni ventanas ni puertas sencillas. Nadie sabría que estábamos allí. Yo sin embargo, me revolqué por el suelo, en un momento pensé que incluso podría escapar ya que a pesar de que tenía las manos atadas de un salto conseguí que me soltaran.

Tras eso un hombre corpulento me agarró del cabello haciéndome levantar la cabeza para que le mirase de forma un tanto dolorosa, apretaba los dientes mientras miraba sus ojos verdes, cuan cubiertos de sangre estarían.

Entré al camión, cansada, agotada, ausente y dolorida. Con un banco a cada lado me senté, a mi lado Ethan y frente a mí aquel hombre. Miré hacia afuera una última vez y la escena era terrorífica, el niño yacía en el suelo muerto, la gente pasaba sobre él corriendo sin detenerse y algunos incluso llegaban a pisarle en su huida, los chicos que estaban antes en una zona segura ahora corrían desesperados por sus vidas y aquella mujer seguía tras ellos dando órdenes como una desquiciada. Por no hablar del pueblo, en un último vistazo antes de que se cerraran las puertas del camión pude ver el humo, la casa de Ethan estaba en llamas, al igual que otras muchas del pueblo, esa era su forma de desinfectar el lugar de forma segura. Sé que solo hacían salir a los que aún permanecían escondidos en sus casas.

Francia había caído el primero, le siguieron Sudamérica, Argentina, México, Corea... Ahora España seguía sus pasos, y como este muchos más estaban condenados a desaparecer con todos sus habitantes.

—¡ERS-24 activo! —había escuchado gritar a un guardia al que no veía.

—¡Contagiado!¡Distancia de seguridad! —gritaba la mujer de la bata blanca.

No veía la escena pero podía imaginarla.

Todos los policías rodeando a un pobre hombre contagiado, cuando se acercaba se alejaban la distancia prudencial pero sin romper el círculo, un hombre de traje especial se acerca a él y lo ata.

—Ejecución.

La mujer de la bata había hablado y tras él su disparo. Por allí por donde pasaba ella la muerte como su amiga la seguía, sabiendo que con ella solo recogería cadáveres.

El furgón comenzó a moverse y el jefe de seguridad, quien me agarró antes del cabello tocó mi pierna, me quitó lo único que tenía. Mi pistola y mi navaja ahora descansaban a su lado y yo con las manos atadas a mi espalda y tres guardias armados a nuestro alrededor sin contar al jefe, no podía hacer nada. Éramos valiosos lo sabía, pero no a qué precio.

—Víctor, han capturado dos más, las órdenes son llevarlos a Interno.

El jefe asintió, así se llamaba, Víctor. De poco me sirvió su nombre realmente aunque me sentía satisfecha de poder llamarle de algún modo.

—Tú deja de dar problemas y descansen, os espera un viaje largo y una vida nada fácil —le miré con mala cara aunque a él no le importó, se volvió a sus subordinados y comenzaron a hacer turnos para dormir, al final yo también acabé sumándome al sueño.

No sé cuántas horas o días habrían pasado, acabé sucumbiendo a dos o tres cabezadas y me moría de sueño, pero no me encontraba segura allí dentro. El aire comenzaba a faltar y no porque no hubiese ventilación. Tanto tiempo encerrada con estos en un espacio tan reducido estaba empezando a ponerme nerviosa.

—Eliana, esa es tu parte —miré a Ethan que aún tenía ojeras y las cuencas de los ojos irritados y rojizos, donde se notaba que había llorado desconsolado, desde luego no era su mejor aspecto pero no podía culparle.

Era la segunda comida que tomaba aquí, por desgracia me alimentaba Víctor ya que no tenía mis manos libres, me quedaría sin comer pero no sabía cuando sería la próxima vez que pudiese llevarme algo a la boca, así que optaba por tomar todo lo que me daban por pobre que fuera tragándome, principalmente, mi orgullo.

—¿Cuánto falta soldado? —preguntó Víctor autoritario.

—En media hora habremos llegado señor, podremos comenzar las pruebas iniciales de inmediato.

—¿Qué pruebas? —era la primera vez que me dignaba a abrir la boca en todo el trayecto.

—Aún tienes fuerzas para hablar, a diferencia de tu amigo. —tenía razón, Ethan no podía más y estaba agotado. —Solo os inyectaremos un suero no debes preocuparte, si eres inmune por supuesto.

Una parte de mí quería que fuera mentira, pero realmente sabía que era cierto. Pretendían inyectarnos Estrodo uno a uno dentro de nosotros. Supuse que éramos su conejillo de indias, sus ratas de laboratorio, sus cobayas, pero en seres humanos. Y por qué no, fugitivos que nadie echaría de menos, al fin y al cabo todos nos odian.

Una lágrima cayó de mi ojo casi sin darme cuenta, apretaba los dientes fuerte pero no me importaba. La impotencia que sentía dentro era tal y le odiaba tanto, por reírse mientras lo decía y odiarme como todos, tratarme como una mierda que ha dejado de ser persona.

Si tuviera la oportunidad no me importaría que fuera el segunda cadáver que tuviese que arrastrar a mis espaldas.

—¿A cuántos has matado Víctor?¿Cientos, miles? Al menos tendrás la decencia de llevar una cuenta.

—Querida Eliana, miles se queda corto. He matado familias enteras por un motivo que desconoces mucho mayor que tú y este absurdo virus. He matado hermanos uno delante del otro y condenado sociedades enteras a la extinción. Deja de lloriquear por que tú y yo en el fondo somos iguales, algún día serás como yo, un asesino de pueblos, un despiadado recolector de almas para una fábrica de ratas.

Había quedado muda y no contesté, él me miraba esperando una respuesta pero no lo hice. En el fondo una parte de mí tenía miedo de que estuviera en lo cierto, y otra sabía que haría lo imposible por sobrevivir.

Tenía miedo, pero un bache enorme hizo que el coche botara sobre su camino.



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En el texto hay: aventura, amor, pandemia

Editado: 30.03.2021

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