2048

17 de marzo 2045

La luz blanca me cegaba, estaba deseando que aquella persona la apartara de mi vista.

—¿Recuerdas cómo te llamas? —me estaba volviendo loca, me trataban como si me hubiera dado algún golpe en la cabeza. Me encontraba perfectamente, sólo había cruzado una explanada corriendo porque es su método de "selección natural", perfectamente normal. ¿Irónico no?

—Me llamo Eliana señora, ¿puedo ver ya a mis compañeros? —ella negó con la cabeza, y yo seguí ahí quieta dejándome hacer pruebas totalmente inútiles.

La habitación era blanca, se notaba que era un hospital, contiguos a mi habitación estaban repartidos mi compañeros, a los que al salir de estos cubículos y confirmar que estaban sanos se les asignaban unos pequeños departamentos donde podrían alojarse. Algunos en pareja, otros en grupo y otros solos.

—¿Puedes contarme lo último que recuerdas? —aquella mujer seguía indagando en mi vida más que mi madre después de años sin saber nada.

—Recuerdo estar con Ethan, en el lago antes de venir y nos llamaron para formar filas —no tardé en ver la cara de aligera preciosatengo como 27 personas más detrás de ti —nos colocamos en fila, yo iba junto a Chavs. Recuerdo caer la primera persona a mi alrededor, no la conocía pero me dolió, era la enfermera que cuidó a Ethan, le debía mucho. También recuerdo quedarme en shock, Chavs tiró de mí, sino fuera por él no habría llegado, —estaba intentando controlar la voz, me sentía terriblemente mal por haber perdido el control, había puesto en riesgo mi vida y la de él, no era justo —llegamos al muro. Era sólido y por un momento temimos que fuera imposible la entrada, sin embargo un chico descubrió que una parte de la muralla se abría —aquella cúpula reposaba sobre una pared de ladrillos, fue un descubrimiento que no veíamos a lo lejos —luego entramos y bueno, descubrimos que la puerta daba aquí tras pasar por un tubo desinfectante, a todo este pequeño hospital para recién llegados.

Ella asintió, miró mi lengua y abrió la puerta. Ni siquiera me despedí con las prisas, quería volver a vivir segura entre cuatro paredes.

El hospital era un único pasillo separado por un cristal, la sala que me encontraba constaba de dos puertas, por la primera entrabas desde el exterior (no querrías volver a salir por ella, serías rechazado), por la segunda se entraba a la ciudad, totalmente libre.

No estabas infectado, no estabas siendo torturado, no estaba huyendo. Ya no eras un fugitivo.

Tuve que montar sobre una especie de vagoneta, se movía mediante raíles pero no tenía ruedas. Funcionó mediante imanes que se apagaron y conectaron según su pasajero. Totalmente ecológico.

Esperé allí sentada, sola, y un hombre de traje se acercó.

—Debías ir a aquella ventanilla al salir —hice una mueca, ni siquiera la había visto. —Aquí tienes.

Tomé las llaves en mis manos y pregunté como llegar, no tenía pérdida, era el edificio más alto de toda la ciudad, medía 80 metros, se encontraba justo en medio marcando el punto de más altura en la cúpula. Guardé las llaves con el número 702 colgado en ellas.

Planta número 7, habitación número dos. Por suerte no me tocó la habitación más alta, en la planta 30.

No sabía si llorar por todo lo que había pasado, o reír por los lugares tan maravillosos que veía en aquella vagoneta. Mis sentimientos comenzaban a encontrarse a flor de piel, rasgando mis entrañas.

La gente caminaba por la calle, niños felices que jamás hubieron conocido la desgracia, sin saber lo que ocurría fuera. No sabía si realmente encajaba en aquel lugar pero era realmente hermoso.

Parques verdes, con una enorme fuente en el medio. Perros paseando junto a sus dueños, hacía años que no veía un perro y los adoraba. Incluso si miraba un poco más lejos, en los bordes a la cúpula existían granjas con todo tipo de animales que no se encontraban afuera, incluso caballos, estaba deseando montar uno.

Los edificios se rodeaban de luces azules neón, al parecer eran algún tipo de indicación aunque aún no la conocía.

El portero del edificio me miró con cierta desconfianza, mi ropa llena de agujeros desde luego decía mucho de mí y esperaba que eso cambiara.

El paseo en ascensor se me antojó eterno, abrí la puerta que me correspondía y sentí haber entrado en otro mundo.

Había olvidado lo cómoda que era una cama, pasé más de 8 horas durmiendo desde mi llegada, lo había disfrutado.

Una ducha caliente.

El agua caía por encima de mi cabeza, dentro de aquella mampara de cristal el mundo no molestaba, siempre me había ayudado a pensar, en este caso en mis amigos.

Me vestí, no sabía que obsesión tenían con el azul y el blanco pero toda mi ropa era de ese color. Harta de pantalones opté por un vestido totalmente blanco, pulcro, rebosante de energía al igual que yo. Estando sola me di el enorme olor de airearme tumbada en el sofá.

Me miré al espejo, ni siquiera recordaba mi cara. Mis ojos grises se habían oscurecido un poco más de lo que recordaba, y mi pelo rubio ahora se tornaba algo castaño. Mi cara totalmente delgada y alargada daba pena, era notorio que llevaba sin comer bien durante mucho, además de lo delgada que me encontraba, incluso el vestido me quedaba un poco grande siendo la talla más pequeña del armario. Mi pecho había desaparecido casi por completo y convertido en dos cerezas de las que me avergonzaba.

No tuve tiempo de colocarme los zapatos que alguien llamó al timbre, era Ethan, había descubierto donde vivía y al abrir la puerta realmente ambos quedamos anonadados.

—Estás... —dijimos al unísono riéndonos de ello.

—Pasa, parece que soy una de las afortunadas que vive sola —él lo hizo gustosamente.

Comimos todo lo que encontramos en la nevera, ensalada, carne, postres, pescados... Esa comida supuestamente debía durar los primeros tres días sin embargo nos duró dos, contando que pase el primero de ellos durmiendo.



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En el texto hay: aventura, amor, pandemia

Editado: 30.03.2021

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