2048

2 de noviembre 2045

Pasé meses recluida en casa, Chavs se encargaba de traernos comida mientras que Ethan estaba conmigo.

A diferencia de Chavs, él comenzó a tener síntomas el día contiguo a mí, estábamos asustados a pesar de la experiencia médica de mi compañero. Si alguien descubría en aquella ciudad que estábamos infectados quién sabe que nos pasaría.

Por primera vez me apiadaba de mi propia vida, jamás lo había hecho y lo considero un acto egoísta pero ahora...

¿Qué será de nosotros?

Nos trasladamos a mi piso, Ethan vivía junto a dos personas más no era seguro para ellos. Tampoco para Chavs, quién se arriesgaba cada día por nosotros.

—¿Cómo ha podido suceder? —pensé en voz alta, aunque Ethan agradeció que rompiera aquel silencio que nos invadía desde hace días.

—Para serte franco, ese virus es detectable, no sé cómo pudimos pasar el control —paró un momento y rectificó —pudiste, está claro que si yo estoy infectado es gracias a ti.

—¿Ahora soy yo la culpable? No te pedí que vinieras, ni que intentaras besarme —me arrepentí al instante que aquellas palabras que salieron de mis labios, escupidas, cubiertas de rabia, y ni siquiera debía dirigirla hacia él.

El silencio fúnebre volvía a pesar en la sala. Incómodo, Ethan se fue a la habitación, dejándome sola en aquella cocina con dos copas de vino, una de ellas ya no tenía dueño. No le culpé.

Siempre he pensado en la mente, el poder que tiene sobre uno mismo. Es el sitio más seguro del mundo ya que sólo está disponible para ti. Sin embargo, nuestros pensamientos son nuestros peores enemigos, en aquel momento tenía miedo de los míos, me acusaban, sacaban cada una de las cosas de las que no me sentía orgullosa a relucir, yo misma me estaba torturando por dentro.

La copa de vino se resbaló de mis manos quebrándose en el suelo. Me agaché a recogerla tocando los pequeños pedazos. ¿Acaso eso era yo, un montón de cristales rotos?

Pocas veces me he abierto con mis sentimientos hacia ti diario, por el hecho de que temo que el día que te encuentren me vean frágil, pero lo soy, y no puedo engañar a nadie.

Ahora que mi mente era mi única distracción no podía parar de pensar, ¿en qué momento he perdido el control de mi vida?. Ciertamente nunca ha sido fácil, ni totalmente segura. Pero siempre he sabido que de alguna forma estaba a salvo, yendo por la senda oculta a la vista de otros, sola.

Ahora estaba rodeada de gente, mi madre había regresado a la vida después de que la hubiéramos abandonado, me encontraba en un lugar desconocido pero considerado "seguro", rodeada de gente y más gente. No me sentía así, no como ellos, estaba nerviosa acabando con las pocas uñas que me quedaban, el labio lo tenía destrozado de tanto morderlo. Jamás me había sentido tan expuesta como hasta ahora, Wuhan no era seguro, solo un puñado de personas que creían estarlo y caerían una tras otra en cuanto hubiera un solo contagiado, y esa era yo. Eliana, la desencadenante de Estrodo en el interior de la ciudad.

No quería ser responsable de esos cadáveres, no de más, necesitaba salir de allí.

—¡Eliana! —era Chavs, que se agachó a mi lado a recoger los trozos de la copa —¿Estás loca? Vas a cortarte, no es algo que nos haga falta.

—Ni tú deberías acercarte a mí, no quiero contagiarte —eso no impidió que me abrazara, tan fuerte que tuve que acabar pidiendo que me soltara, pero provocando una sonrisa entre tanto caos.

Por alguna razón mi compañero no había desarrollado síntomas aún, Ethan, nuestro doctorado en medicina, creyó que solo se trataba de suerte, que posiblemente pudiese ser portador, pero era el único de confianza que podía salir de aquí sin levantar sospechas.

Mi antebrazos estaban llenos de pequeños bultos, y estos también eran visibles en la garganta, según nuestro médico particular tenía suerte de que hubiesen salido al exterior y no que obstruyeran mi garganta hacia el interior.

Ethan salió de la habitación a toda prisa, con un papel en manos lleno de garabatos. Lo enseñó, pero al ver mi cara supo que nadie entendió nada de lo que ponía ahí.

—Sé como ha ocurrido —dijo aligerado —no has sido tú Eliana, cuando nos agrupamos antes de entrar, había alguien que estaba contagiado, se encontraba a tu alrededor y en algún momento tuvo que tocarte, ¿recuerdas a alguien?

Aquel virus solo se transmitía por contacto físico, al principio tardaba días en dar señales, pero antes de que nos diéramos cuenta todos estábamos contagiados, aunque su capacidad de infección había remitido debido a la separación de todos seguía siendo muy peligroso.

Miré por la ventana, pensando en quién pudo tocarme en aquella fila sin contar a mi amigo.

La noche que caía sobre la ciudad me ayudaba a pensar, mi salón contaba con una enorme ventana que me proporcionaba una vista asombrosa sobre la ciudad, un lugar variopinto lleno de azules oscuros y naranjas, mezclados con el rojo de las vías de lo que apodé como vagoneta.

Desde luego era un espectáculo digno de recordar, aunque yo no duraría más de aquella noche aquí.

—Fue la enfermera —dije sin dejar de mirar por la ventana.

Intenté recordar mientras Ethan y Chavs se alegraban de no tener que preocuparse por ella pero se equivocaban.

La bala silbó junto a mi oído e impactó contra su pecho, me giré, miré como se desplomaba a cámara lenta, levantaba las manos, luchando por aferrarse a algo, su mano rozó la mía, su hombro chocó contra un chico que estaba detrás, sus facciones eran de origen asiático, poco más recordaba de él.

—¿Te ocurre algo? —no supe quién había hecho el comentario, pero deposité la cabeza en el frío cristal, sujetándome para lo que iba a ocurrir.

—Tenemos a otro infectado, el chico asiático tras nosotros en la cola, debemos encontrarle y salir de aquí de inmediato estamos poniendo en peligro a nosotros mismos y a toda una ciudad.



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En el texto hay: aventura, amor, pandemia

Editado: 30.03.2021

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