2048

Fecha desconocida, año 2046

Me gustaría describir el movimiento como una cuna que me mecía, sin embargo lo sentía descontrolado y molesto.

Desperté, alterada por lo que producían las piedras del camino en la estabilidad del vehículo. Estaba tumbada, con una de las manos atadas con esposas a la pata del asiento.

Era la misma furgoneta de la que me rescataron, solo que ahora estaba sola. Había dos largos bancos en la parte trasera, con dos patas cada uno pegados a la pared del vehículo. Por supuesto, la cabina estaba separada, solo era visible por una pequeña ventana.

Desde mi posición veía a Víctor mucho más alto que de costumbre. Un espacio ocupado por dos integrantes, él y yo.

Aquellos ojos verdes repararon en que desperté, se levantó y pidió algo a la mujer que estaba como copiloto.

Me encontraba sin fuerzas, apenas para balbucear algunas palabras, aún menos para sacudirme. No tuvo problema ninguno en volver a colocarme una inyección en el hombro, en dos minutos volvía a estar profundamente dormida.

—¿Y los otros? —escuchaba a Víctor como una voz lejana.

—Se están ocupando de ellos —comentó la mujer, la cual a pesar de no verla sabía que era la misma doctora que encontramos cuando fui a por Ethan al bosque.

Abrí los ojos un poco, la luz me molestaba mucho, incluso me dolía. Tenía la boca seca y estaba hambrienta, ¿cuánto tiempo llevaba dormida?

—¿Dónde estoy? —a pesar de que no veía muy bien mis ojos comenzaban a adaptarse poco a poco, pero podía oír perfectamente objetos metálicos chocando entre sí a mi lado.

Pude ver un punto borroso sobre mí, de pelo negro, corto y piel pálida. Estaba segura de que era ella, aquella doctora, había vuelto a traerme aquí. No necesitaba una respuesta, tenía la certeza de que me encontraba en aquel lugar donde experimentarían conmigo.

—Hola Eliana, me llamo Susan, estás en Interno pero supongo que te habrás fijado en ello —dirigí mi mirada a los cables que colgaban de mis brazos y penetraban en ellos, por no mencionar que ahora me encontraba tumbada y atada a una camilla. —Oh, no te preocupes por ello, estamos alimentándote por vía intravenosa, además de líquidos. Has pasado dos días dormida pero estás peor de lo que esperaba, supongo que pudo ser la segunda dosis del sedante.

Tenía miedo. Como si me tratara de un animal enjaulado. Cualquier bestia enjaulada, por dócil que fuera se volvía salvaje, atacaba, cuando veía en riesgo su vida.

Me sentía así, atrapada, en peligro, como un ser salvaje.

—Susan —la llamé muy débilmente, justo antes de dejar caer mi cabeza sobre la almohada.

—Mierda —la escuché susurrar, se acercó a mí trayendo consigo material quirúrgico. Cuando pasó su mano sobre mí lo hice, lo que cualquier bestia que creía morir hubiera hecho.

Mordí su brazo fuertemente, sin soltar, mientras ella gritaba. La sangre cubría mi barbilla y comenzó a teñir la camilla. Me daba arcadas el sabor de aquel líquido rojo por mi garganta.

Fracasé, se soltó de un tirón colocándose un paño y apretándolo en el lugar herido.

Apenas duré cinco segundos y para ser sincera no resultó agradable, toda mi vida había odiado el sabor de la sangre, ahora ese metálico sabor se deslizaba por mi barbilla, y corría por mi garganta. El hecho de pensarlo me daba aún más arcadas.

—¿Qué te crees que haces, contagiada? —era de esperar que intentase liberarme en cualquier intento desesperado, aún más ahora que había recobrado mi visión, podía distinguir esa mirada marrón enfurecida, llena de ira y rabia.

—¿De verdad creías que podías meterme aquí contra mi voluntad y estaría quieta? —por un momento pareció sorprenderle mi respuesta, luego volvió a colocar una cara neutra, como había estado desde que la conocí.

—No tienes ni idea de lo que hacemos aquí, estúpida —escupió sus palabras sobre mí mientras se volvió hacia la puerta.

Salió por fin, dejándome sola, aunque supongo que estaría acompañada en la cámara de seguridad de la habitación.

No era un lugar pequeño, me encontraba justo en el centro de la sala blanca y verde, alejada de todo y con las manos atadas a la baranda de la camilla. A mi derecha de punta a punta existía una encimera llena de aparatos quirúrgicos, bandejas desinfectadas, bisturís... Me llamó la atención una jeringuilla preparada sobre la bandeja de metal.

Estrodo se había extendido por mi cuerpo, ahora que estaba sola notaba que empezaba a faltar el aire en mis pulmones. Los bultos de mi garganta y brazos habían remitido, sin embargo eso era solo el aviso, quedaba lo peor.

Los ojos rojos e irritados eran una pista de que la enfermedad había avanzado, reparé en mi cuerpo que sudaba de forma exagerada que al ver el monitor a mi lado comprendí que era efecto secundario de la fiebre.

Poco a poco pasaron las horas, estaba sola y me habían aislado en la habitación. ERS-24 se contagiaba de manera masiva después de los primeros síntomas, yo ya estaba mucho más avanzada y por ello Susan no había vuelto a entrar, supuse que me miraban a través de las cámaras de las esquinas.

Escuchaba gritos en las habitaciones cercanas pero no reparé en ellos.

Con pocas fuerzas, después de un día allí sola intenté tirar de las esposas para soltarme, débilmente comprobé que no cederían por mucha fuerza que hiciera, que las manos me temblaban sin que pudiera controlarlas.

La máquina mostraba los latidos irregulares y fuertes de mi corazón, yo misma los notaba en mi pecho. No era necesario que mirara en la pantalla.

Seguí sola, otro día, y no pude más.

Un pitido muy agudo se coló en mi oído, moví la cabeza frenéticamente intentando pararlo sin resultados. Comencé a retorcerme incontrolada, cuando quise parar no pude, los espasmos movían mi cuerpo sin control y a sus anchas sobre la camilla entre mis gritos.

El pitido de aquella máquina alertó a los médicos.



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En el texto hay: aventura, amor, pandemia

Editado: 30.03.2021

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