2048

12 de Marzo 2046

Era agradable sentir como tus vías respiratorias transportaban el aire a tus pulmones, estos al corazón, que se encarga en mutuo acuerdo de repartir en latidos regulares al resto del cuerpo. Me resultaba calmante notar el latir moderado de nuevo en mi pecho.

Todavía me temblaban las manos pero me encontraba notablemente mejor. Aquella inyección me había salvado la vida, aún no entendía el por qué ya que esperaba que me dejasen morir en aquella habitación. Sin embargo, justo cuando mi cuerpo rozaba el límite se apiadaron de mí. Aunque en realidad lo dudaba, solo fui una rata de laboratorio, era la única explicación que encontraba a que la jeringuilla estuviera ya preparada.

Pasaron algunos días, no sabría decir cuántos hasta que se dignaron a entrar con algo más que comida. Susan me sedó, lo suficiente como para que no hiciera nada pero siguiese consciente.

Acompañada de varios guardias me llevaron a otra sala, mucho más distinta que la anterior. Se encontraba en la última planta del sótano, si no recuerdo mal existían cinco bajo tierra. De un color gris muy oscuro, lo que le hacía parecer mucho más pequeña, claustrofóbica.

De aquel techo colgaban dos cadenas que ataron a mis muñecas, lo suficientemente cortas como para que no pudiera sentarme.

Aún me encontraba algo mareada cuando abrí los ojos, movía la cabeza en círculos intentando situarme pero en aquella habitación no había nadie más, solo Víctor entrando por la puerta reforzada que había en el lugar. Guardó su tarjeta de acceso en el bolsillo, fuera de mi alcance.

Él permaneció allí, apoyado en la esquina impasible, sin apartar su mirada de mí. Observando cada movimiento, mi respiración. Media hora después por fin se movió, dio por sentado que lo que contenía aquella jeringuilla había hecho ya efecto, realmente ya no me temblaban las manos.

Se acercó, agachándose a mi altura y acercando su rostro al mío.

—Eres prescindible —comentó con superioridad mientras le miraba fijamente, esperando que continuara. —No creas que estás viva porque seas necesaria, yo quería dejarte morir pero Susan aún necesitaba usarte como rata de laboratorio me temo.

—Podrías haberme dejado —sonará triste, pero era cierto. Era la única vez en la que estuve de acuerdo con aquel señor. Toda mente tiene un límite y la mía había pasado por demasiadas cosas, me encontraba preparada para abrazar a la muerte.

—Tranquila, si no te mato a golpes te dejaré pudrirte aquí abajo —al contemplar mi silencio se apartó de mí, volvió a apoyarse en su esquina. —Vinieron a rescatarte muchas personas la primera vez Eliana, ¿dónde están? —por eso me querían viva.

—No voy a decírtelo, son los únicos a los que les importé en muchos años.

Pasaron horas, o al menos a mí me lo parecieron. Después de muchas preguntas y suposiciones acerca de donde podían encontrarse Víctor acabó cansado, comprendiendo que no diría nada. Me dejó allí encerrada.

En el suelo había pequeños charcos, la sangre que brotaba de mi boca la teñía cada vez más al caer.

Aún me dolían las mejillas de los golpes que había recibido, y la fatiga y ardor que sentía por el puñetazo en el estómago.

Tenía claro que aquel lugar había quedado salpicado de mí. Las paredes manchadas, el suelo, las cadenas...

Por si no fuera poco, la poca luz que existía de los fluorescentes se apagó. Creí en un principio que se debía al olvido, a la idea de que en esta habitación no quedaba nadie del que tuvieran que ocuparse.

Conversando con Víctor había descubierto muchas cosas. Estaban experimentando con sujetos cercanos al virus para desarrollar la cura. Sonaba bien, demasiado.

Existe una línea muy fina que el dinero no debería sobrepasar. He aquí una de ellas.

Interno llevaba años secuestrando gente con el virus para usarlos como ratas de laboratorio, la mayoría había muerto. Se les suministraba lo mismo que a mí, anticuerpos extraídos de otros y modificados.

Al parecer solo siete personas habíamos sobrevivido al virus en el interior del laboratorio, dos personas cercanas a él habían conseguido tener lo necesario para combatirlo.

Me aterraba lo que ocurriría ahora. Interno tenía el control y la forma de hacerlo desaparecer, quería venderlo a todo el mundo haciéndose con el control de la vida y la muerte.

Alguien hizo ruidos en aquel sótano, algunos disparos comenzaron a escucharse en la parte superior. Un abre y cierra de puertas continuo, hasta que le tocó abrirse a la mía.

Una chica de pelo corto abrió, me miró fijamente y corrió hacia mí quitándome los grilletes.

Caí al suelo de rodillas conteniendo las lágrimas. Ella me apuntó con la linterna y entrecerré los ojos por la molestia.

—¿Estás bien?¿Cómo te llamas? —tuve que tomar un minuto para asimilar que aquella mujer no era de allí.

—Me llamo Eliana, puedo andar si es a lo que te refieres, ¿has venido a rescatarme?

Ella miró un poco incómoda a ambos lados, me ayudó a ponerme en pie y tiró de mí.

—En realidad mi grupo y yo hemos venido a buscar unas cosas que ellos no deberían tener aquí, he revisado todo el sótano y para mi sorpresa me he topado contigo. No sabía que torturaran a la gente así, aunque no me sorprende en absoluto.

Me fijé en su muñeca, tatuada con una elegante U, la cual rodeaba mi cintura para ayudarme a llegar fuera.

—¿Los conoces? —pregunté en mi asombro.

—Pasé mucho tiempo aquí recluida, también contra mi voluntad.

—Aún no me has dicho tu nombre — ella rió, salimos por la puerta principal sin problema alguno. Los guardias estaban demasiado ocupados en las plantas superiores con sus compañeros. Ahora podía distinguir perfectamente sus ojos verdes y su pelo rubio.

—Me llamo Thalia —sonrió —pase lo que pase ahora Eliana, vas a coger ese coche y vas a marcharte, estoy segura de que ya ha pasado lo peor.



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En el texto hay: aventura, amor, pandemia

Editado: 30.03.2021

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