Tercer libro de la saga Contigo. El primero es Solo contigo y el segundo Siempre contigo, pero son historias independientes, así que puedes leerla sin problema. Sin embargo, te recomiendo comenzar desde el inicio. Prometo que el viaje valdrá la pena...
Ariadna:
Salgo de la casa dando un portazo. Ay Diosito, ¿en qué musarañas estabas pensando cuando elegiste a mi familia?
La odio, la odio, la odio, la súper mega odio. La odio del tamaño del universo. Así de grande. Es que es una perra.
Me detengo en el centro del jardín y grito. Grito con todas mis fuerzas hasta que mi garganta duele y no queda aire en mis pulmones. Aprieto los puños con fuerza para no volver ahí dentro y sacarla de las greñas, sacudirla, revolcarla contra el suelo y si no me siento satisfecha, arrancarle los ojos.
Tonta, presumida, bruja.
Miro hacia el cielo y entrecierro mis ojos ante la claridad de media mañana.
—Diosito, ¿estás ahí? ¿De verdad existes? Si es así ayúdeme, que un rayo la parta en dos, la calcine, le derrita el pelo y que Lucifer se sirva un banquete con sus huesos y órganos. Amén.
Respiro profundo intentando controlar mi agitado corazón y ante el silencio de ese ser que dice mi padre vive en el cielo, me respondo yo misma:
—No seas tonta, Ari. Lo más probable es que Lucifer muera de indigesta. Claro que no te van ayudar.
¿Ya dije que odio a mi hermana? ¿A ese ser repugnante que dice ser mi jimagua y que por desgracia de la vida es dos minutos mayor que yo?
Bueno, pues por si no ha quedado claro… LA ODIO. Los odio a todos, pero a ella más.
—¡MALDITA LA HORA QUE NACIÓ!
Se preguntarán que ha sucedido, ¿verdad? Pues aquí les va: mi vida, eso es lo que ha sucedido.
Ella odia que yo haya nacido y, por consiguiente, me odia a mí. El sentimiento es mutuo, por supuesto, pero mientras yo me limito a ignorarla, o al menos a intentarlo, ella se dedica a hacerme la vida miserable. Tiene seis años y si me preguntan a mí, es tan mala que el diablo debería sentarse a observarla y aprender de ella.
Hoy es nuestro cumpleaños y la muy listilla sopló las velas sin mí, me puse a llorar y luego de recibir una sonrisa burlesca por su parte y la mirada de reprimenda de mamá, esta encendió las velas de nuevo y la pelotuda de mi hermana las volvió a apagar.
Pero no solo eso, papá nos compró unos vestidos hermosos con modelos idénticos, pero la muy cabrona, vació su leche con chocolate “por accidente” sobre el mío; pero cuando estábamos solas no dudó en decirme que ella era única y no quería copias.
Y sin embargo, eso no fue suficiente para ella, en un momento que nos dejaron solas, lanzó una pila de tres platos de cristal al piso haciéndolos trizas y cuando el escándalo llegó, me echó las culpas a mí. ¿Qué si le creyeron? Por supuesto que sí; ella es la niña linda de la casa, la buena, un ángel de Dios, la que le gusta leer y jugar a las muñecas como una niña normal; en cambio yo, soy a la que no le importa jugar en el lodo, la que juega con los chicos del barrio, la que dice malas palabras y le gusta el deporte.
—¿Ya te has vuelto loca que estás hablando sola? —La fulmino con la mirada, como quisiera tener rayos láser en mis ojos para desaparecerla de la faz de la tierra y de mi vida para siempre—. No me sorprendería, la verdad.
Ahí está Susana, mi jimagua, la causa de todos mis males, la persona que más odio en esta vida, la que convoca en mi mente pensamientos psicópatas, la que hace que me pregunte qué se sentiría ahogarla con una almohada, bueno, esto último no; creo.
—¿Qué quieres ahora? —pregunto agotada. He tenido mi cuota de “Susana la diva” por hoy.
—Solo quería asegurarme de que no volvieras ahí dentro. Ya me arruinaste la vida, no vas a empeorar mi cumpleaños.
Ah, olvidaba un pequeño detalle… ese que ha hecho que su odio hacia mí aumente. Resulta que debido a algunos problemas económicos, mis padres tomaron la decisión de mudarse al campo para la casa de la abuela. Al principio nos negamos rotundamente, creo que esa fue la primera vez que estuvimos de acuerdo en algo y tal vez esa fue la razón por la que mis padres decidieron aguantar un poco más en la ciudad.
Pero cuando me enteré de que la Chica Mariposa, una súper, mega, grandiosa patinadora sobre ruedas, y de la que soy fan desde que tengo uso de razón, se mudó para la casa de al lado de la abuela luego de un accidente que puso fin a la vida de su madre; no me lo pensé mucho he hice fuerza para mudarnos.
Y ahora estamos aquí, en el fin del mundo como ella suele llamarlo, celebrando nuestro cumpleaños con tres amigas de la ciudad que sus padres accedieron a traer. Un cumpleaños astronómicamente aburrido y por supuesto, la culpa es mía.
—No te preocupes, vuelve con las tiquismiquis de tus amigas. Me caen tan mal que un segundo más con ustedes me hará vomitar.
—Es mejor así. Ve tú a lamerle los pies a la rarita de al lado… esa que no habla, no come, no se mueve y parece zombi frete a su ventana.
Ah, no, eso sí que no. No se lo permito. ¿Pero quién se ha creído la pelúa esta?
A mí me puede decir lo que le venga en gana, yo me limpio las nalgas con eso, pero con Addyson no se mete. Es cierto que la chica ni siquiera me mira sin importar lo que haga para llamar su atención… pero que la loca esta hable mal de ella sin conocerla, eso sí que no. Yo tampoco la conozco, pero no me da la gana y punto.