🌹Capítulo dedicado
a
Karla Hernández🌹
Santa jodida madre del amor hermoso... creo que estoy en el paraíso.
Son las siete y diez de la mañana y estoy despierta desde hace quince minutos, acurrucada en la cama, con una paz en mi corazón desconcertante mientras observo el monumento ante mí.
Zion, con sus bonitos ojos cerrados, la cabeza apoyada en la almohada con los labios ligeramente abiertos. Acostado boca abajo, con la sábana cubriéndolo de la cintura para abajo y dejando, para mi deleite, esa espalda tonificada creada por los dioses lista para hacer con ella lo que quiera.
¿Es raro que a pesar de haber hecho el amor tres veces anoche, aún tenga ganas? Espero que no, porque estoy esperando a que se despierte para repetir.
Suelto un suspiro satisfecho. Anoche fue la mejor noche de mi vida.
—Voy a suponer que ese suspiro significa que hice un buen trabajo —murmura con la voz ronca por el sueño y yo sonrío. Sus ojos se abren pequeñitos, parece chino. —Creo que podría acostumbrarme a esto, ver tu cara bonita todas las mañanas parece una buena forma de comenzar el día.
No lo voy a negar, sus palabras hacen cosas raras en mi estómago y aceleran mi corazón. Eso suena realmente bien.
—¿Un ratón te comió la lengua? —pregunta arqueando una ceja ante mi silencio, pero yo solo sonrío.
Zion se acomoda quedando frente a mí, con la cabeza sobre sus manos. Es una imagen perfecta.
—¿Estás bien? —Su rostro me dice que está preocupado así que decido responder.
—Perfectamente... solo pensaba en lo idiota que soy por no haber hecho esto antes.
—Ahí estoy de acuerdo contigo.
Le doy un golpe juguetón en su pecho y él aprovecha para acercarme a su cuerpo jalándome por una mano. El gesto es gentil, pero de todas formas, no tenía intención de ofrecer resistencia. Deposita un cálido beso en mi hombro y yo tengo que ocultar el gemido que mi alma desea emitir.
—En serio, ¿está todo bien?
—Oye, que no la tienes tan grande... no me hiciste ningún daño.
Su ceja se arquea divertida mientras sus ojos se achican. Creo que he golpeado su orgullo de macho alfa con fuerza y, a pesar de que sé que le ha hecho gracia mi comentario, intento alejarme pues lo conozco, no se quedará así. Yo no lo haría.
—¿A dónde crees que vas? —me pregunta mientras me acuesta sobre el colchón y se sienta encima de mí.
Intento resistirme, quitármelo de encima, pero la sonrisa en mi rostro contradice mis acciones. Sin hacer mucho esfuerzo, somete mis brazos por encima de mi cabeza sujetándolas con una sola mano.
—Me gusta esa camiseta. —Me río. Hace un rato fui al baño y la vi tirada en el suelo. Era la misma que tenía puesta cuando llegué y cómo sé que le gusta, me la puse.
—Pues espero que no le tengas mucho cariño, porque ya es mía.
—No si yo te la quito.
—No te lo pondré fácil.
Una sonrisa lobuna se asoma en su rostro dándome a entender que su cerebro trabaja en las mil y una formas en las que podría conseguirla. Demonio, creo que he retado al lobo.
Sin previo aviso comienza a hacerme cosquillas en los costados mientras yo me retuerzo bajo él intentando soltarme. Odio las cosquillas, no puedo parar de reír.
Chillo, lanzo patadas, sacudo mi cuerpo, libero mis brazos y lo golpeo pero casi no tengo fuerzas, todo bajo el ataque incesante de sus manos y carcajadas histéricas que me sacan algunas lágrimas.
—¡Ok! ¡Ok! Me rindo —grito ya sin aire—. ¡Me rindo!
Sus manos cesan su ataque y yo consigo respirar un poco. Sudada y agotada, observo su rostro sonriente y siento el mío como una réplica del suyo.
—¿Entonces?
Con la respiración aún acelerada, me siento en la cama, él está sobre mis muslos, pero sin apoyarse realmente y el movimiento hace que quedemos realmente cerca. Saco la camiseta por encima de mi cabeza dejando al descubierto mis senos.
—Definitivamente una forma excelente de empezar el día —murmura para luego tomar mi boca con desespero y hacerme el amor como si fuera la primera vez.
***
—¿Me has hecho un chupetón? —pregunta Zion desde la puerta del baño con el puño de una mano cerrado a su costado y el índice de la otra apuntando a la zona morada, lo que junto a sus cejas fruncidas, me dice que está enojado.
Yo hago lo posible por permanecer seria y no mirar su cintura envuelta en esa toalla blanca. Me encojo de hombros.
—Es solo mi venganza por las cosquillas, pero no te preocupes, aun con él te ves sexy como el infierno.
—Eso no es justo, Ariadna.
—Nada lo es, Zion.
El rubio da dos pasos dentro de la habitación y yo me levanto de la cama tal y como Dios me trajo al mundo, logrando distraerlo.