3. Contigo hasta el fin del mundo

Cap 23 Zion

🌹Capítulo dedicado a Daniela Escudero🌹

Impaciente, nervioso, abrumado, emocionado, son sentimientos que describen exactamente mi situación actual.

Enterarme de que mi mejor amigo y la mujer que amo son hermanos de sangre fue una noticia que, si bien me sorprendió, me encantó. Ambos se merecen el uno al otro, han sufrido demasiado a lo largo de sus vidas por lo que esto es una bendición. Una familia, una que vale la pena, que estará siempre en las buenas y en las malas… justo lo que ellos necesitan.

Aun no me lo puedo creer, el mundo es tan pequeño… Es increíble cómo cada decisión que tomamos en esta vida nos conduce a un lugar en específico. ¿Quién se iba a imaginar que veintiún años después, dos hermanos que no sabían nada de su existencia, se volverían a encontrar?

Ellos tan diferentes y tan iguales al mismo tiempo. Es que ahora incluso me siento estúpido, ¿cómo no me di cuenta del parecido antes? No es que sean idénticos, pero esos ojos verdes brillantes parecen los mismos, y ambos comparten rasgos faciales delicados.

Tal vez fue el hecho de que era técnicamente imposible que algo así ocurriera o que a pesar de parecerse un poco, sus personalidades son tan diferentes que contrarrestan: él tan tranquilo, calmado y ella como un remolino arrasando todo a su paso.

—No estoy jugando. Yo tampoco lo sabía, ni siquiera sabía que tenía una melliza, pero sí, Ariadna, Kenia está segura. Tú y yo somos hermanos —dice mi amigo sin perderse ni un segundo la reacción de su melliza.

Dos gruesas lágrimas recorren el rostro de mi chica y no soy adivino, pero puedo imaginar lo que está pasando por su cabeza. Tiene un hermano, no una chica odiosa y llena de odio, sino uno de las mejores personas que existen en este mundo, alguien que le dará todo su amor sin condiciones, que la protegerá y que hará hasta lo imposible por hacerla feliz.

Apoya los codos sobre sus rodillas y entierra la cabeza en sus manos. Los espasmos de su cuerpo me dice que llora sobrepasada por la situación, mis ojos se llenan de lágrimas al verla y, a pesar de que quiero abrazarla para infundirle fuerzas, me resisto. Este no es mi momento.

Maikol, emocionado también, con lágrimas silenciosas bañando su rostro, pasa sus manos por su pantalón y se levanta del sofá. Camina hacia Ariadna, se arrodilla ante ella y con delicadeza, aparta sus manos y la obliga a mirarlo.

Las dos pares de perlas verdes se unen y da la sensación que se dicen millones de cosas hasta que Ariadna no se resiste y se lanza a los brazos de su hermano. Maikol entierra su rostro en su cuello mientras la presiona contra su cuerpo y juntos, lloran por el tiempo perdido.

—No... No lo pue... do creer —murmura Ari entre sollozo—. ¿Estás… seguro?

—Completamente.

—Oh, joder… —Ari se separa de Maikol, quita los mechones de cabello que se le han pegado en el rostro producto de las lágrimas y sujeta sus manos—. Tengo un hermano… Eres mi hermano.

Maikol sonríe y ella ríe nerviosa. Miro a mi alrededor, Aby y Addy lloran felices abrazadas, mientras Kyle, sonríe emocionado. Yo, por mi parte, solo puedo darle gracias a Dios por concederle este regalo después de tanto sufrimiento.

Ariadna vuelve a lanzarse a los brazos de Maikol y el impulso hace que terminen completamente sentados en el suelo. Ni siquiera se queja de los dolores que la molestaban hace un rato, al parecer, la felicidad es mucho mayor.

—¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor hombre del mundo?

—Creí que ese era Zion.

—No, él es el mejor en la cama… —Todos reímos, no importa qué tan emotiva sea la situación, Ariadna siempre se las ingenia para hacerte reír—. Tú eres el hombre con el corazón más grande que existe. Estoy muy orgullosa de ti y Dios, ¡Eres mi hermano! No me lo creo.

—¿Feliz? —pregunta mi amigo nervioso.

—¿Y lo dudas?

Ariadna vuelve a abrazarlo y me doy cuenta que se merecen un rato a solas para conversar así que, aún con protestas silenciosas, me llevo al resto de mis amigos de la sala.

—No quiero salir nunca de aquí. —Escucho murmurar a Ariadna antes de subir las escaleras.

Me volteo y la imagen de ellos dos, aferrados el uno al otro como si o hubiera mañana, hace que mi corazón lata eufórico de tanta felicidad.

Regreso a mi habitación dispuesto a darme un baño para quitarme el olor a hospital, cuando mi teléfono suena. No conozco el número.

—¿Diga?

—¿Zion? —pregunta la voz de un hombre que me suena conocida pero no estoy seguro de dónde.

—Sí, ¿quién habla? —Cojo la toalla y entro al baño.

—Estefan, el padre de Ariadna. —Detengo mis movimientos y el pulóver que intentaba quitarme haciendo malabares con el celular, cae nuevamente en su lugar.

Esto no me lo esperaba.

—¿Qué se le ofrece?

—¿Cómo está ella? Nos enteramos por tu madre que había tenido un accidente, he estado llamándola, pero no me contesta.

—¿Y no se le ha ocurrido venir a verla? ¿Asegurarse de que esté bien con sus propios ojos? —pregunto indignado. ¿Acaso cree que por hacer una llamada telefónica va a olvidar todo lo que ha sufrido?




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