3. Contigo hasta el fin del mundo

FINAL parte 1

🌹El FINAL va dedicado a todos aquellos que me leen pero que por el número de capítulos, no pude mencionar🌹

 

Zion:

Cuando nos subo al elevador, Ariadna se resigna a que no la bajaré y aunque pesa un poco, me niego a ponerla sobre el piso hasta que no salga de este edificio. Así que, agradeciendo que no me ha golpeado con la muleta que aún mantiene en su mano, espero hasta que llegamos a la primera planta.

Recorro el lobby bajo la atenta mirada de todos los presentes y el portero, un hombre bastante mayor que lleva años trabajando aquí, me saluda y abre la puerta sonriente. Ariadna tararea en voz baja una canción y antes de salir grita para diversión de todos:

—¡No se preocupen, yo estoy disfrutando de las vistas! —Luego me golpea una nalga provocando que todos se rían, incluyéndome.

Cuando nos alejamos un poco del edificio, la pongo suavemente en el piso y me aseguro de que se apoye en la muleta.

—Lo siento, ¿vale? —murmura antes de que yo logre decir nada—. Sé que debí decírtelo antes y a mí tampoco me gusta la idea de que las fotos de Emma estén dando vueltas por todos lados, pero es que si no hacíamos algo drástico, ellos iban a seguir jodiéndonos la vida. Y lo siento, Zion, pero me niego a perder a mi hija porque…

La beso poniéndole fin a sus palabras mientras acaricio su rostro. No tiene que disculparse, eso ha sido perfecto.

—Oh… mmm… ¿A qué ha venido eso? —pregunta confundida.

—Quiero que lo digas.

—¿El qué? —pregunta confundida.

—Lo que dijiste ahí dentro.

—Zion, estaba nerviosa, ahí dentro dije muchas cosas. ¿A qué te refieres?

—Tú sabes a lo que me refiero.

—No, no lo sé —rebate y realmente luce confundida. ¿De verdad lo hizo inconsciente?

—Por favor, Ari. —Cojo su mano y la acaricio mientras mi corazón late a millón.

Necesito escucharlo, necesito que diga que me quiere con sus propios labios.

—Dilo, cariño. —Apoyo mi frente en la suya y puedo escuchar cómo traga fuerte.

—Zion, hay muchas personas aquí —murmura.

—Eso no me importa y tampoco es lo que quiero escuchar.

—¡Pero no sé…! —Su voz se detiene y sé que se ha dado cuenta—. Ah, yo… Mmm… ¿Tengo… tengo que hacerlo ahora?

—Ya lo hiciste ahí dentro.

—Sí, pero…

—Te amo, Ari —digo con los ojos cerrados sintiendo su respiración contra la mía.

—Ay Dios… Yo… yo… Dame un segundo… —Con los ojos cerrados respira profundo par de veces—. Yo… mmm… Ok, aquí voy… yo también.

Separo mi frente de la de ella y acariciando su mejilla, la miro.

—¿Tú también qué? —Insisto. No voy a desistir hasta que lo diga.

—Eres malo.

—Yo te amo —rebato y veo como sus mejillas se tiñen de un pálido rosa—. ¿Tú también qué, Ari?

Muerde su labio inferior, respira hondo y cuando su mirada se cruza con la mía, veo reflejada una seguridad aplastante que me deja mudo.

—Yo también te amo, Zion.

No sé cómo lo sienten las demás personas, pero justo ahora solo quiero llorar de la emoción. Una sensación rara, dolorosa y placentera a la vez en mi estómago amenaza con arrebatarme la cordura al mismo tiempo que mi corazón baila al compás de una música imaginaria. Estoy emocionado y a pesar de que quiero decirle que yo también, el nudo en mi garganta no me lo permite, así que la beso con la esperanza de que entienda lo mucho que significa para mí.

—¿Qué has dicho? —pregunto una vez que nuestros labios se separan. Quiero escucharlo de nuevo.

—Que te amo. —Con la misma mezcla de sentimientos, deposito un dulce beso en su frente.

—Lo siento, pero no lo escuché. —Una risita baja sale de ella dándole vida a mi alma.

—Te amo, idiota.

—Creo que estoy muy viejito ya, no consigo escucharte con claridad, ¿podrías repetirlo?

Ariadna se separa de mí y me observa con una mano en su cintura y la otra en la muleta. Creo que me he pasado.

Mira a su alrededor y sin decir una palabra, me deja solo. Cruza la calle con cuidado de que no venga nada y al ver que no se detiene, la sigo hasta el parque. Detengo mis pasos al llegar a una congregación de personas, pero al ver que Ariadna se abre camino a través de ella, le sigo. En algún lugar, se escucha la voz de un hombre y los acordes de una guitarra.

—¿Tengo que apretar algo o ya está? —pregunta Ariadna de repente y yo me detengo confundido. Miro a mi alrededor, pero no está. Su voz ha sonado alta, como si hubiese sido amplificada por unas bocinas—. Oh, ya entiendo, gracias.

Se aclara la garganta y yo apresuro el paso hasta llegar al final del tumulto.

Mi prometida está en el centro, al lado de un chico con una guitarra, supongo que el que cantaba hace unos segundos atrás. Todos a nuestro alrededor la observan confundidos, incluyéndome.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.