Ariadna:
Al día siguiente cuando me levanto estoy completamente sola en la casa, algo bastante raro pues por lo general, al menos la nana está dando vueltas. La única pista de que no han sido secuestrados lo es una pequeña nota en la mesita de noche que dice: “Hubo un inconveniente con el lugar de la boda, salimos a resolverlo. Te amo”
Me pregunto qué pudo haber sucedido como para necesitar la presencia de los cinco o los seis, pues no sé si la nana anda con ellos, por lo que decido marcarles. Todos los teléfonos están apagados; llámenme loca, pero eso es raro.
Decido no preocuparme al respecto, sabrá Dios qué cosa están planeando esos chiflados y mientras lo hacen, yo disfrutaré de la paz de la que hace tantos días no consigo pues entre Emma, la Universidad y mis amigos corriendo por todos lados planeando mi boda, esto ha sido una locura.
Luego de asearme voy al refrigerador en busca de mi yogurt de fresa favorito e indispensable para mi buen humor, pero me encuentro con la nevera despejada de su presencia. Maldito, Zion, últimamente lo he visto robándomelo y le dejé bien claro cuando me mudé a esta casa que en el refrigerador no podían faltar nunca mis yogurcitos. Pero me va a escuchar, si quiere tener un matrimonio en paz conmigo, tendrá que aprender que son propiedad privada y que sin autorización expresa de la dueña, no los puede consumir.
Frustrada, subo a la habitación, me pongo un short, una blusa de tirantes y unos tenis, cojo mi cartera, el móvil y salgo de la casa. A dos cuadras de aquí hay una tiendita que los vende y supongo que la caminata será buena para mí. Nicol dice que he subido de peso en las últimas semanas, pero es que es imposible resistirse a los manjares de la nana.
Una vez compradas mis delicias, salgo de la tienda con una sonrisa iluminando mi rostro mientras le marco a mi prometido. Sigue apagado y son casi las nueve de la mañana. ¿Qué carajos están haciendo?
Guardo el celular en el boso mientras un escalofrío recorre toda mi columna poniéndome los vellos de punta. Miro a mi alrededor sintiéndome observada, pero no veo a nadie. Todo está desolado, demasiado diría yo, teniendo en cuenta la hora que es.
Incómoda, continúo el camino pero con cada segundo, la sensación de sentirme vigilada, crece más y más al punto de que mi corazón comienza a latir asustado. Nunca me había sentido así y no me gusta para nada.
Todo sucede en cuestión de segundos, un auto negro se acerca a toda velocidad y frena de repente a mi lado haciendo que el chirriar de las gomas contra el asfalto penetre en mis oídos de mala manera y un grito salga de mi garganta. La puerta se abre y un hombre con una media negra en la cabeza sale y me sujeta por las manos.
La confusión es enorme, no tengo ni idea de qué sucede, pero como un acto reflejo comienzo a gritar y golpear todo lo que se cruza frente a mí.
Alguien más me sujeta por detrás inmovilizándome, no me hace daño, pero no consigo moverme. Un tercero que no tengo idea de donde salió, me pone una capucha negra en la cabeza mientras siento como mis pies son alzados del piso.
Pataleo, grito, intento zafar mis manos que tan bien sujetas están detrás de mí, mientras los tres hombres me meten en el auto. Me están secuestrando. ¡Jodida mierda me van a matar!
No, no puedo morir, no hoy, no ahora. ¿Pero qué pueden querer de mí?
El auto arranca y aunque quiero, no consigo moverme pues me tienen agarrada de los pies mientras me amarran las manos a mi espalda con algo bastante suave que no consigo identificar. Grito una y otra vez con la esperanza de que alguien nos escuche, pero una mano me cubre la boca.
Mi corazón late a millón, las manos me tiemplan y un nudo horroroso en mi garganta me dice que estoy a punto de llorar. Estoy asustada, muy asustada, no quiero morir. Todo iba marchando tan bien.
Decido que no puedo rendirme sin dar pelea, pero sé que cualquier cosa que haga ahora no servirá de nada y solo terminaré agotada, por lo que hago un esfuerzo antinatural e intento controlarme. Necesito permanecer centrada para a la menor oportunidad, salir corriendo por mi vida.
Con mis gritos fuera de la ecuación, el auto se sumerge un silencio desquiciante interrumpido únicamente por la bocina de vez en cuando. Intento hacer como en las películas y contar el número de giros hacia la derecha y a la izquierda, pero luego de: derecha, derecha, izquierda, derecha, me pierdo. No sirvo para esto.
El auto se detiene y la tranquilidad que reinaba se rompe. Soy sacada del auto mientras me sujetan por lo pies y por debajo de los brazos y cuando siento la claridad del sol incidir sobre la media que cubre mi cara, me ponen en el pio.
Estoy dispuesta a salir corriendo cuando unas manos me levantan por los muslos y me tiran como un saco de papas sobre su hombro. Por raro que parezca, no puedo evitar sonreí al recordar las dos veces que Zion me ha hecho esto.
El hombre camina a sabrá Dios dónde y yo recibo un golpe en el hombro contra algo duro, creo que es el marco de una muerta.
—¡Idiota, ten más cuidado! —chillo.
El pitido característico de un elevador me sobresalta, supongo que entramos en él y luego del movimiento ascendente del mismo, la puerta se abre. ¿A dónde carajo me llevan?
No sé qué tiempo pasamos caminando en completo silencio salvo comentarios de grupos de personas con los que, supongo, nos damos cruce, pero no se entiende nada que me dé una idea de dónde estoy o hacia dónde me llevan.