Comenzamos el día con una pregunta que podría parecer obvia pero aun asi se escuchaba extraña
-¿Cuántas veces vas al baño?- dijo Oscar
-Las que sean necesarias, ya soy grande pero regularmente dos veces al día, ¿por qué lo preguntas?
-¿Cuánta capacidad tienes de agua?
Me reí tan fuerte que desperté a su hermana, Oscar se puso rojo y miraba a un lado y a otro, tomó un vaso de la alacena y estaba a punto de servirse agua de un garrafón cuando de paró en seco y abrió los ojos al máximo. Eso no hizo más que extender mi ataque de risa. Me limpié las lágrimas y recobré mi postura. Tome el vaso de su mano y lo serví casi al tope.
-No te preocupes, es sistema de agua o drenaje o como se llame aun funciona, fui a la planta y parece que todo marcha bien, en emergencias tenemos los tinacos del techo, cada vecino tiene uno asi que, no ha sido una preocupación, aunque trato de no desperdiciarla. Uno nunca sabe lo que puede pasar.
-¿Qué pasará cuando todo se agote? ¿nunca has pensado en emigrar?
-Aun no ha surgido la necesidad de pensar en eso, ¿crees que estamos en el ojo del huracán y quedan más desastres por pasar? Llevo un par de meses aquí, tal vez tengas razón, o ya todo terminó. Hay dos maneras de ver las cosas, la desolación me mantiene más tranquilo.
Ambos se miraron y se quedaron en silencio, creo que pasamos de la alegría al desconcierto y para cortar con esa sensación decidí mostrarles el techo.
El huerto ya mostraba brotes pero no podíamos cosechar todavía. Miré como respiraban hondo y al imitarlos sentí como el aire puro se filtraba a mis pulmones. No estábamos a una gran altura, era un edificio de tan solo tres pisos, pero podíamos ver a distancia. Como si fuese un domingo por la mañana, que además fuese un día festivo, asi lo parecía.
-Vi a alguien allá- dijo Claudia y nos acercamos a la parte norte del techo donde se encontraba, pero no vimos nada.
-Evidentemente no somos lo únicos en este mundo, he visto a lo lejos a algunas personas pero jamas nos acercamos, una sonrisa a la distancia que apenas se vislumbra.
-¿Extrañas a la gente? Dijo Oscar tomando una lata de metal que convertí en una regadera para mojar la pequeña cosecha. Me miraba frunciendo el ceño por el reflejo del sol.
-A la gente, tal vez, a los grupos de gente no.
Caminamos hacia otro de los almacenes que hace días no visito, llevamos los carros de supermercado porque el auto tenía poca gasolina y votamos por prepararlo para una emergencia. Muchas de nuestras decisiones no parecían lógicas a primera vista pero no teníamos prisa por nada. En una de las calles que pasamos y nunca había cruzado existía un olor como al agua estancada. Siempre uso gorra al salir y olvidé sugerirles asi que el sudor comenzaba a caer por sus rostros con más insistencia. Encontramos una gasolinera una hora después de trayecto, dos de los cuatro módulos funcionaban. Llenamos los tres envases enormes que teníamos mientras Claudia exploraba los restos de un minisúper.
Es uno de los negocios más destrozados que había visto hasta el momento, una de las bombas de gasolina estaba dañada pero lo peor se veía en el minisúper, quizá por tratarse de un lugar de paso tan accesible fue presa del desenfrenado camino de aquellos que iban hacia otro destino. Conseguimos un par de gorras de un equipo de futbol, llenas de polvo pero que servían a la causa. Solo quedaban unas bolsas de frituras y algunos chocolates caducados, miré la tentación en sus ojos pero les recordé bruscamente que no podíamos darnos el lujo de una diarrea.
-¿Qué es ese sonido?- dijo Claudia
Era como un chillido lejano, combinado con la anticipación un rio a punto de desbordarse. Todo llevaba a la mitad del minisúper, miramos los azulejos destrozados, uno de ellos se movía como si tuviera un pequeño temblor debajo. Removí el pedazo y descubrimos una pequeña rejilla como las del piso en la ducha del baño. Nos acercamos más y el sonido se agudizaba. Quise mover la tapa con mis dedos.
-Vamonos- gritó Oscar
Apenas terminó su palabra cuando la tapa se botó, logré mover mi rostro unos centímetros para que no me pegara, pero no lo suficiente para que una ola de cientos de ratas salieran por ahí. Me puse de pie con rapidez pero con dificultad entre los animales, aun tengo esa sensación del pelaje rozando mis brazos y de sus pequeños cuerpecitos entre pasando entre nuestros pies. No atacaron, parecía que escapaban de algo y decidimos seguir su consejo y salir. Intentamos protegernos un poco subiéndonos en la parte trasera de los carritos de supermercado pero la ola los movia y los hizo avanzar unos centímetros. Fueron solo un par de minutos que parecían eternos, mientras más se alejaban se veía una especie de tapiz sobre el pavimento con sus cuerpos. Los últimos en salir se quedaban quietos un segundo, se ponían en dos patas buscando el camino que habían dejado sus compañeros y luego se iban. Los animales son muy sabios, verlos escapar, viniendo de la parte de la ciudad donde está mi apartamento no me dio confianza.
El pánico pudo vencernos pero no lo permitimos, continuamos con precaución hasta llegar al almacén, de los tres carritos de super, quedaba uno para las provisiones y no era momento de dudar. El evento recién nos dejó en silencio por gran parte del camino, yo tenia miedo de externar mi preocupación y romper la ilusión que quería contagiarles de un mundo post apocaliptico pacifico. Ellos solo me miraban sin pronunciar palabra.