30 días después del fin del mundo

Dia 8 Verdades a la luz

Tengo miedo de que mis noches en paz hayan terminado, una parte de mí se arrepiente de haber ofrecido ayuda. Si decidiera viajar por lo que queda del mundo, ¿de qué manera lo haré? ¿Aun tendré las fuerzas para cumplir ese sueño? Estoy protegido en este lugar, las oportunidades de ser infectado son escasas, casi nulas, pero ver a la anciana me recuerda que tal vez no tenga la misma suerte más allá de estas fronteras. Y no es que no haya vivido mi dosis suficiente de aventuras urbanas.

Las frecuencias en la radio seguían sin darme sorpresas, al parecer no hay alguien lo suficientemente cerca. También debo tomar en cuenta que estos artefactos quizá solo están en manos de gente en tráileres de carga o en otros ciudadanos prevenidos, lo cual acortará nuestras opciones.

-Muchas gracias- dijo Carlos

-No hay problema- respondí mientras ponía a calentar algo de atún enlatado, y esperaba a que hirvieran los frijoles.

-Han sido muy amables

-¿cómo sigue tu pie?

-Ya no está tan inflamado pero aún me duele.

-¿Cómo sigue tu abuela? ¿Hace mucho que está así? ¿Necesitamos conseguir algunos medicamentos?

-Empeoró desde hace unas tres semanas, es diabética, creí que estaba controlada pero ya no sé. Se terminaron los medicamentos hace dos días y no he podido salir a buscar porque me da miedo que si salgo…

-No te preocupes. ¿Trabajabas en algo antes de todo esto?

Se quedó en silencio.

-No tienes que contarme nada, solo quería conversar, pero no estás obligado.

Serví dos platos y grité a los hermanos para acercarse a comer, nunca tuve hijos y ahora tengo tres.

-Trabajaba como cajero en el supermercado del centro comercial que está por el sur. Mis padres murieron los primeros días del virus, cuando estaban de vacaciones en la playa. Me llamaron para decirme que tenía que reclamar sus cuerpos. Mi abuela fue a hacerlo, yo no pude.

Se detuvo cuando los hermanos llegaron y mientras comían fui a ver a la abuela quien usaba mi cama de manera provisional. No soy médico y no puedo usar el internet como recurso para saber cómo proceder, no que eso fuera una solución fiable. Cruzaba los dedos en que solo fuera fatiga, pero con los antecedentes, sin medicamentos y mala alimentación, todo indicaba a un pronóstico negativo.

Oscar y Carlos salieron al almacén por medicamentos, se llevaron el auto para no tardar y porque el pie lastimado aun le molestaba. Mientras que cuidábamos de la abuela, la limpiamos un poco con un paño húmedo y de repente comenzó a cobrar la razón.

-Hola, ¿cómo se siente?

Tardó unos minutos en reponerse y poder seguir la conversación. Se miraba agotada aún, le servimos un poco de jugo y le ofrecimos un poco del desayuno, del cual dio algunos bocados.

-¿Dónde estoy? Aun me siento mareada.

-La recogimos de su casa, su nieto nos buscó y acaban de ir al almacén por sus medicinas.

Ella se quedó en silencio y nos miró a los ojos, se sentó recargándose en el respaldo de la cama, al moverse hizo expresión de molestia.

-No tengo nietos, mi familia murió en la epidemia

-Si, un chico de veintitantos, delgado, cabello negro.

-No conozco a nadie así

-Nos dijo que tiene diabetes y tuvo una descompensación

-Yo no tengo diabetes

-Pero pasó el día de ayer en cama, y dijo que llevaba días así

Se tocó las costillas e hizo mueca de molestia.

-No, hace un par de días que estaba bien, solo recuerdo que alguien tocó a la puerta y quedé inconsciente.

-¿Angélica?

La mujer me miró dudosa.

-Podemos ver…

Claudia me interrumpió

-¿Me permite ver su espalda?

Era la excusa para ver si su cuerpo presentaba muestras de violencia. Claudia gritó, me puse de pie de inmediato y corrí a la puerta. Miré a lo lejos y no vi actividad. Sin pensarlo me monté en una de las bicicletas, debí tomar uno de los bats pero no podía maniobrar bien. Me detuve a dos calles pensando que no tenía idea a donde ir, no es que el auto respetara el sentido de las calles. Seguí la ruta planeada hacia el almacén confiando en encontrarlos, aunque dudoso en qué hacer si sucedía.

No tengo memoria de haber pedaleado más rápido antes en mi vida, en breve llegué al almacén y fui precavido al entrar. Mis sospechas se cumplieron pronto, el auto no se veía cerca pero Oscar estaba inconsciente en el piso, al menos no tenía muestras de sangre, tan solo un moretón en la frente. Intenté despertarlo hasta que reaccionó. Por las prisas jamás tomé en cuenta a Claudia y la señora, tan solo confiaba que hubiesen sido precavidas en casa.

-¿Qué pasó?- preguntó

-¿Hace mucho que llegaron aquí?

-Como a las 3 creo

-No hace mucho, vámonos, el chico debe estar cerca

-¿Carlos?

-No se llama Carlos, no sabemos quién es, la mujer no es su abuela, él te dejó inconsciente. ¿Dónde está el auto?

Señaló un lugar vacío.

Con el corazón en la mano por el temor de encontrarlo desarmados e indefensos regresamos a casa, afortunadamente el chico no volvió, pero sabía que la burbuja se había roto, mi utopía terminó.




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