30 días después del fin del mundo

Dia 14 Desde las alturas

Al final tomé el turno de María, aunque ella prometió que se quedaría despierta en su horario no creí que debía hacerlo. Hubo sonidos extraños, sombras entre las luces que nunca se materializaron cerca de nosotros, pero nada fuera de lo común.

Con bates en mano, una bolsa con pilas viejas, como si fuésemos un grupo de adolescentes con arrugas, salimos de los vehículos rumbo al edificio. Para evitarles la ansiedad me ofrecí como el que entraría primero, encendí mi lámpara y cruzamos los ventanales rotos del lobby. Era similar al de un hotel, con el recibidor, sillones que en conjunto formaban media luna alrededor de una mesa de café que tenía periódicos viejos. Uno presentaba títulos amarillistas relacionados con el virus y la epidemia, con la mayoría de sus notas en el mismo tono, porque en algún momento todo se trató del virus, los acontecimientos nacionales, los espectáculos, la política, todo. El piso tenía en la entrada algunas manchas de lo que supongo fue sangre.

El elevador estaba en servicio, sin embargo después de ver tantas series y películas de acción, algo me decía que no era la mejor opción, alguien podrían esperarnos en el piso elegido. Toqué el botón de apertura para que bajara hasta el lobby, tomamos nuestras armas improvisadas y nos pusimos en guardia. El elevador se abrió en segundos. A diferencia de la recepción que tenía signos de violencia, estaba pulcro, era de aquellos que tiene paredes tan limpias que parecen espejos. El techo estaba sellado y sin daños.

-Subamos al último piso y bajemos por las escaleras piso por piso, puede ser menos peligroso y cansado- sugirió Oscar

-No me late- dije

-Vamos a intentar, no tardará siquiera un minuto en subir, y estaremos alerta- agregó Claudia a su favor.

María no quiso discutir y entró, así que no hubo otra opción que seguirla. El edificio tenía 20 pisos, me daba flojera bajarlos de solo pensarlo, pero no tanto como subirlos, así que cerré la boca en el trayecto que duró apenas 18 segundos.

Al llegar mi temor se materializó, mientras se abrían las puertas de par en par una figura humana tomó forma. Era un hombre mayor, mucho más viejo que nosotros, arrugas más pronunciadas, canas en lo que quedaba de su poco cabello, llevaba un machete en la mano, que se notaba oxidado, y lo empuñaba con ambas manos, pero temblaba. Nos quedamos quietos un instante, nos miramos de reojo. El hombre estaba inmóvil, tampoco pronunciaba palabra, tan solo sostenía su arma y no podía mantener la mirada fija. María dio un paso.

-Hola, me llamo María, estamos viajando y buscando asilo.

El anciano la escuchó pero no hubo un cambio en su actitud. Oscar me miró y me hizo una mueca invitándome a dar el primer paso y golpear al hombre con nuestros bates porque al final lo superábamos en número. Al menos en ese momento, no sabíamos si había más gente ocultándose con él.

-Mi nombre es Omar, venimos de un par de ciudades al sur, ellos son Oscar y Claudia.

Caminé un paso lentamente y cerré los ojos cuando el hombre hizo el menor movimiento pensando que me lanzaría un golpe con el machete, pero en realidad lo bajó para tener su mano derecha libre y saludar. Tenía la palma sudorosa y temblaba.

-Soy Pedro

-¿Alguien más vive con usted?- pregunté

-No hay nadie en el edificio, todos se fueron hace mucho.

Salimos del elevador y caminamos hacia los ventanales, era el último piso, había un pasillo amplio y enorme con un ventanal al fondo, pequeñas oficinas con sus puertas cerradas, y ventanas que mostraban mesas al interior como en una sala de juntas. A diferencia del lobby estaba pulcro, como si nunca lo hubiesen usado.

La vista desde las alturas aunque restringida nos dio un panorama más claro de la situación. Las calles estaban desiertas, en algunas caminaban perros tranquilamente, autos estacionados, no se distinguía si estaban dañados o no. Los techos de las casas estaban igualmente desiertos. Hacía mucho sol y quizá no deberíamos confiarnos al no ver a alguien más deambulando por las calles. María hizo lo propio por tranquilizar al hombre, usando la religión como herramienta de convencimiento y tomó confianza para platicarnos su historia.

Primero nos llevó a su habitación ubicada en la planta baja, cerrada con varias llaves y candados. Era muy sui generis, me dio la impresión de que recolectó lo mejor de las oficinas y lo trajo a su lugar. Tenía en su pequeña alacena una gran cantidad de galletas, frituras, paquetes de sopas instantáneas, aquellos productos básicos de las máquinas expendedoras.

-¿Hace cuanto que todos se fueron? ¿Es toda la comida que tiene?- pregunté

-No necesito más para vivir.




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