Pedro pasaba los 70 años y cuando bajó la guardia se miraba tranquilo, sonreía y buscaba hacernos reír con alguna de sus ocurrencias. Tenía miedo de salir a la calle, y no me atrevía a preguntarle todo lo que vivió aquí, porque parecía que la violencia tomó partido seguro en los alrededores. Sabía que la nuestra sería una visita solamente porque no mostraba ganas de irse como nosotros. El edificio era muy grande y tardaríamos mucho en explorarlo, así que le pedimos su guía y le preguntamos ¿qué tanto había indagado cuando quedó desértico?
-Tengo miedo, no es la primera vez que escucho ruidos pero si la primera que veo gente. No sabes cómo temblaba deseando que fuera otra rata o algún animal, no tengo la fuerza para enfrentarme. Nunca estuvo lleno de personas en todos los pisos, hubo algunos a los que no tuve que dar mantenimiento, pero tenía miedo de que alguien se metiera.
Se arremangó los brazos y nos mostró una quemadura que había dejado cicatriz.
-Ese fue mi último contacto con alguien más, salí vivo de casualidad.
-¿De dónde sacó el machete?- le pregunté
-Fui por él. Antes de llegar a mi casa me asaltaron y golpearon.
-Esa última vez
-Si. Me da gusto verlos unidos, hace mucho que no veía una familia completa después de todo lo que pasó.
Todos nos miramos pero nadie quiso romper la ilusión cuando vimos como sonreía y con sus manos hacía gestos como si levantara una plegaria.
-Soy viudo, jubilado, pero ya sabes cómo es eso, la pensión no te alcanza para nada. No te alcanzaba, ahora ya ni sirve, pero ya no quiero comprar nada tampoco.
-Podemos acompañarlo a comprar...-bajé la cabeza al reaccionar a mis palabras-...conseguir lo que necesita.
-No, no quiero retrasarlos
-Aún nos quedan un par de días antes de partir- mintió Oscar.
-¿Vieron las manchas en la entrada?- preguntó Pedro- Vi a algunos caer, del golpe quedaban desfigurados, no solo de la cara sino todo el cuerpo, destrozado bajo las ropas. Creo que fue lo que comenzó el pánico aquí. Unos enfermaron, otros corrieron al hospital, unos fueron despedidos, otros se aventaron. Tuvimos algunos cuerpos aquí, el ejército se los llevaba, era horrible porque lo hacía con palas, o los metían a bolsas negras como si fuera basura. ¿Qué iba a pasar si alguien quisiera reclamarlos? Después dejaron de venir, como si los tanques fueran carretones de la basura. Pero ya no hubo cuerpos, ahora ni siquiera gente en la calle, o no me he dado cuenta. Pero la rutina es cruel, a veces doy gracias por el descanso, otras me la paso subiendo en el elevador, subiendo y bajando. No hay radio, no hay tele.
Lo acompañamos a visitar algunas de las tiendas cercanas y le ayudamos a llevar algunas cosas. No dejó de platicar en todo el camino y lo escuchamos atentos. Noté la misma contradicción de emociones que en todos nosotros, un alivio por vivir en un mundo donde las reglas cambiaron para siempre y una ansiedad por ya no poder aferrarse a ellas.
Pasamos cerca de una papelería y tomé algunas libretas y plumas para continuar mis diarios, sé que nadie lo leerá pero las ganas de expresarlo me carcomen, me gritan por ser expulsados. Pasamos a un almacén de esos con varios pisos en donde encuentras desde galletas hasta muebles. Reímos y disfrutamos al colocarnos en un buen colchón, en casa tenía uno, pero no eran así, no de está calidad, no tan esponjosos que dan ganas de dormir todo el día. La misma contradicción general se presentaba en este lugar de manera simbólica, había áreas de la tienda en donde solo las cubría una ligera capa de polvo, los muebles, los artículos del hogar, pero los módulos de tecnología, de maquillaje, de ropa, estaban destrozados, con poca mercancía, el área de juguetes también se notaba desierta.
Pedro se sentía cansado y decidió recostarse en un sillón.
-Aquí los espero- dijo con una sonrisa.
No queríamos dejarlo solo, Oscar se ofreció y los demás continuamos explorando. Nos acercábamos más al área de pastelería y comenzamos a escuchar ruidos. Tomamos bates en mano y proseguimos cautelosamente. A pocos metros escuchamos como si alguien escarbara. Nos ocultamos en uno de los anaqueles y caminamos agachándonos lentamente, María sufría para colocarse en esa posición así que le pedí esperarnos. Pasamos por otro de los mostradores, uno muy largo que guardaba dulces, gomitas, chocolates a granel. Levantamos la cabeza hasta solo tener nuestros ojos más arriba del ras del mueble y vi gatos, muchísimos gatos. Algunos dormían, otros deambulaban, otros estaban devorando algo, era voluminoso. Miré a los alrededores y noté que algunos de esos animales se veían extraños, sucios. Claudia se puso la mano en la boca y abrió los ojos.
Pero como del libro de texto de una guía sobre películas de terror, el simple movimiento de un brazo dio un golpe al pegar con el mueble, lo suficientemente ruidoso para llamar la atención de los felinos. Primero se quedaron quietos, como estatuas, un segundo después se escuchó el maullido de uno y le siguieron el resto, y comenzaron a avanzar hacia nosotros. No se abalanzaron, caminaban igual como un gato siguiendo insistentemente a su humano pidiendo comida, pero era muchos, demasiados.
Caminamos lentamente hacia el lugar de reunión, cruzamos con María y Oscar que se quedaron atrás.
-Caminen tranquilos pero no se detengan
-¿Qué pasa? ¿Son los maullidos?- preguntó Oscar.
Empecé a sentir que me sofocaba, María no quitaba la mirada del piso y tomé su mano para no perderla. Tardamos apenas un minuto en llegar al departamento de muebles pero lo sentí eterno.
-Pedro, vámonos.
El hombre seguía sentado en el sillón, con los ojos cerrados y una expresión amable.
-Pedro, vámonos, no es buena idea quedarnos mucho tiempo.
No respondía, así que lo moví del hombro. Miré a Oscar y se acercó a revisar. Puso los dedos su mano derecha en el cuello para verificar el pulso y no tenía.