30 días después del fin del mundo

Dia 18: Enfrentamiento

Sentí como la sangre me bajó a los pies, este era el momento, lo último que recordaríamos. No es que tener un arma enfrente de mí sea algo nuevo, viví en la ciudad, así que en algún momento fui víctima o presencié asaltos, la diferencia era que en estos días no hay algo que perder, para nadie, eso significa que el asesinato se puede practicar sin consecuencias. Si ellos se han percatado de ese bache en el comportamiento social actual, nada podría detenerlos. Caminé lentamente para adelantarme a mis compañeros, pero no alcé los brazos, no quería ceder tan fácil.

-Pueden llevarse todo pero no les hagan daño.

El hombre llevaba un rifle, tenía canas, poco cabello, y el rostro lleno de arrugas, la mujer llevaba una pistola, parecía tener una edad cercana a él pero conservaba su cabello negro. El caballero se quedó frente a nosotros, quieto, mientras la mujer nos rodeaba, apuntando y barriéndonos con la mirada.

-Solo vamos de paso, no queremos problemas.

Apenas terminé la frase cuando el hombre me golpeó con la culata del rifle y perdí el equilibrio, caí de rodillas y Claudia se acercó velozmente a ayudarme pero el sujeto le ordenó levantarse.

-Apúrate que ahí vienen- dijo a la mujer que comenzaba a revisar nuestros vehículos. Con una mano sostenía la pistola, con la otra intentaba revisar las bolsas pero tenía problemas para tratar de revisar entre las cajas. La luz de la calle era suficiente para vernos entre nosotros, pero unas cuadras más adelante solo había oscuridad.

Mi cabeza punzaba, sentía una opresión en el pecho y ahí postrado tenía ansias de abalanzarme hacia él sin pensar en las consecuencias, empuñé mi mano y vi cómo le cayó una gota de la sangre que brotaba por mi nariz. Lentamente me puse de pie.

-Rápido- le reclamó

-No encuentro nada- dijo ella

-¿Dónde están los medicamentos?

-No tenemos medicamentos- dijo María

-Ustedes dos están viejos, deben traer algo ahí

-No quieren lo que tenemos, ¿solo medicamentos?- preguntó Oscar

-Queremos todo, primero los medicamentos. Apúrate.

Caminó un par de pasos hacia nosotros y retrocedimos los mismos confundidos.

-Caminen hacia esa calle y suban las manos, no quiero sorpresas.

Giramos a la derecha y seguimos sus órdenes, nos miramos desconcertados mientras dábamos la media vuelta para avanzar. Escuchábamos el forcejeo de la puerta del auto y lo que parecían ser objetos cayendo al piso. Estuve tentado a mirar atrás pero ya había causado suficientes problemas. Seguimos por un par de calles, un par de metros, pasando las lámparas en la calle quedábamos en penumbra porque algunas estaban dañadas.

Caminamos bajo dos lámparas más y no lo pensé más, en la penumbra viré y brinqué sobre el hombre, tan rápido y fuerte que caímos al piso sobre su espalda. Forcejamos por el arma y los demás se unieron para arrebatarla. Escuchamos un disparo y a la mujer correr hacia nosotros.

-Omar levántate, ¡levántate!- gritó Oscar pero fue un instante tarde, una treintena de perros llegaron, uno de ellos me jaló del brazo e intentó morderme, me levanté con mucha dificultad, y desconcertado caminé hacia ellos. Los tres subieron al techo del auto, y me ayudaron a montarme también, uno de los perros estaba aferrado a mi pierna y logré zafarme con una patada. El hombre en el piso gritaba pero los ladridos opacaban su volumen, a la distancia donde ubicábamos a la mujer entre las penumbras se escucharon dos disparos y varios animales siguieron el sonido. Escuchamos el sonido del cofre de un auto doblándose, similar al que producíamos nosotros por estar en el techo de uno. Algunos de los canes saltaban muy cerca de conseguir morder a uno de nosotros. Nos mantuvimos quietos, nos acercamos uno a otro de espalda formando un círculo. Escuchaba a María murmurando, rezando, yo solo pensaba cuanto más tendríamos que permanecer ahí, cuanto estarían amenazándonos los animales, mi nariz dolía mucho y ahora el brazo, aunque la mordida no penetró a la piel gracias a ropa. Escuchamos otros disparos y esta vez los quejidos de un can, el hombre sin embargo ya no se escuchaba. Los perros gradualmente siguieron el sonido, esperamos hasta que finalmente se fueron pero no nos bajamos aún, tan solo nos sentamos.

Pasaron un par de horas para que se disiparan los ladridos, faltaban otros más para el amanecer. Ante el silencio había que planear.

-Hay que caminar hacia el lado opuesto, a esperar a que amanezca y recuperar lo nuestro- dijo Oscar.

Caminamos hasta una iglesia, la entrada principal estaba cerrada, rodeamos y había otra hacia la explanada, estábamos a la intemperie sin embargo era mejor opción.

Quise mantenerme alerta pero en un parpadeo sentí el sol en el rostro, todos quedamos juntos, como una familia compartiendo el piso. Más allá del calor del sol, sentí mi cuerpo con temperatura alta, como si hubiera enfermado.

-Tiene un arma, no podemos regresar así.

Intenté mantenerme despierto pero no pude, la pesadez me venció y quedé inconsciente hasta la mañana siguiente.




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