30 días después del fin del mundo

Día 20: Contacto

-Buenas noches, buenas noches- en realidad no sabía que decir, ¿cómo se realiza un contacto con alguien más? ¿No solo a distancia sino después de la epidemia?

Al final el cansancio combinado con la panza llena me vencieron, pero me despertó el sonido más hermoso que haya escuchado, la voz de alguien tratando de comunicarse por la radio.

-Saludos, saludos desde Puerto Paraíso- proclamó una voz femenina en la radio.

Esto es un sueño, me dije.

-¿Así se llama el lugar o es una metáfora?- fue lo primero que salió de mi boca.

Después de mi imprudencia lo que se escucharon fueron las carcajadas y aplausos de lo que supuse eran más de dos personas por la cantidad de voces. El escandalo atrajo a mis compañeros.

-¿En dónde están? ¿Cuántos son?

-Recién llegamos a Santa Catalina

-Puerto Paraíso está unas cuatro ciudades después.

-No nos hemos dado prisa, porque…

-Porque… ¿para qué?

-Algo así…- quería ser precavido con la información que compartiría, pero quienes se esforzaron por tener contacto con alguien más quizá no tendrían la misma actitud que aquellos quienes nos hemos encontrado en persona.-somos una familia de cuatro, somos cuatro hermanos.

Los miré y tenían enormes sonrisas, Claudia se tapó la boca, ahogó un grito y daba pequeños saltos en su lugar.

-Nosotros somos cinco, ¿son hermanos de sangre o después de la epidemia?

-Después de la epidemia.

-Nosotros también-dijo seguida de porras.

-Sin embargo no hemos tenido la mejor de las suertes- dije y Oscar me dio un golpe en el brazo y la señal de guardar silencio, pero ya había soltado la sopa.

-Sí, nosotros tampoco, pero comparados con la mierda que era la vida antes del virus, me han asaltado menos- dijo seguido de una risa y se presentó como Paulina.

Poco a poco seguimos la plática con anécdotas de tono positivo, con el resto de ambas familias integrándose, yo lo hacía a manera de leer sus intenciones y quizá ellos también. Las únicas anécdotas inquietantes fue una visita al zoológico en donde les partió el corazón no saber qué hacer con los animales y decidieron dejarlos hasta encontrar una solución que aún no tienen.

-¿Y saben algo de…?

-¿del resto del mundo? También tenemos curiosidad pero hemos llegado a comunicarnos con otros países, tiene que ver la antena que mejoramos. Sin embargo son los únicos del país que nos han contestado. Lo que sabemos por esas interacciones es que el panorama es similar, las ciudades están desiertas, la violencia existe pero debido al porcentaje el impacto es menor, no hay reglas, pero tampoco hay quienes las rompan. Una cosa en común de la cual buscamos solución es el olor del cumulo de cuerpos en las afueras, eso será un problema de salud, al momento la carne pútrida ha dañado y matado animales callejeros. Y esta vez nadie solucionará eso más que nosotros.

Vivir en un restaurante de comida rápida no suena práctico pero por dos días había sido un deleite. La máquina de sodas aún tenía cargas, comimos más helado, freímos, cocinamos, y hasta los perros se dieron un festín. La plática resultó fluida y pasamos horas conversando, nadie se adentró a vidas pasadas y malas experiencias.

-La invitación está abierta.

-Gracias.

-Ya no hay cadáveres en el mar, si eso les preocupa.

Su comentario era mi oportunidad para hablar en serio.

-¿Cuánto tiempo tardaron en llegar ahí?

-Yo fui la última en llegar, cerca de un mes, vengo desde el sur. Los demás ya estaban aquí. ¿Nunca te preguntas, por qué sigues aquí? ¿Qué te convirtió en sobreviviente? La verdad mi vida era aburrida, ahora es lo máximo, llegando aquí no te imaginas el paisaje, hay árboles de frutas, se puede pescar, y he visto aves tan hermosas.

-¿En cuántas horas podríamos estar ahí?

-Ahorita estábamos revisando y sin detenerse quizá en ocho horas.

Me dieron instrucciones sobre que ruta utilizar y entre la plática se escuchó el llanto de un niño.

-Perdón, creo que le toca comer, te dejo con Alfonso para que te siga guiando.

Las dudas se disiparon al escuchar al bebé, me dio esperanza de nuevo, con ganas de que la pesadilla hubiese terminado. Llegando el atardecer dejamos la comunicación y apagamos la radio para planear. Debíamos ser precavidos de cualquier manera, pero de nuevo había brillo en nuestros ojos, emoción por seguir descubriendo este mundo y aprovecharlo al máximo.




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