Esta vez el hambre nos despertó, apenas salió el sol, fuimos de la habitación rumbo a la salida,
-No quiero pasar por la cocina- dijo María mientras mecía al niño.
Habíamos olvidado que el cadáver de la mujer aún estaba ahí. Salimos por el otro lado, quitamos con cuidado las mesas que pusimos para tapar las ventanas. En el exterior ya no se veían coyotes a primera vista, pero podrían ser engañosos. María no se quiso quedar y nos siguió con el niño en brazos. Teníamos las armas listas para usar, pero no fue necesario, vimos al ganado tirado, muerto, mutilado.
-¡Oscar!- gritamos a todo pulmón. Pasamos varios minutos haciéndolo, miramos hacia el establo donde estuvimos encerrados y de pronto vimos algo moverse, nos pusimos en guardia, pero en cuanto apareció la figura de Oscar, Claudia corrió a abrazarlo.
Él y yo caminamos de regreso a la hacienda, Claudia y María iban hacia nuestros vehículos.
-La maté- dijo Oscar tragando saliva y con voz entrecortada.
-Fue un accidente, no pienses en eso ahorita- dije y de inmediato recordé que pasaríamos frente al cadáver.- Hay un problema, encerramos al hombre en el baño, ¿había más armas donde encontraste esto?
-Muchas, muchas.
-Hay que buscarlas y hay que esperar, para pensar que hacer ahora.
No sabía si era el hambre, el miedo, la combinación de ambos pero lo miré temblando.
-Espera, hay que sentarnos aquí hasta que regresen.
Nos sentamos sobre un tronco caído apenas a unos metros de la puerta.
-¿Cómo pasaste la noche?- dije y me arrepentí de preguntar.-Mira, no hablemos, descansa, hay que esperarlas.
El trinar de las aves contrastaba con los ecos del día anterior y la incertidumbre. Oscar se recargó sobre mí, puso su cabeza en mi hombro y lo abracé, se quedó dormido en un par de minutos y no pude hacer nada más que llorar en silencio, las lágrimas me brotaban sin parar. Y cuando vi las figuras de ellas regresando intenté secarlas pero no creo que haya tenido mucho éxito. Los perros venían con ellas. Claudia tomó mi lugar y sostuvo a su hermano, María me entregó al niño, una bolsa de galletas, un cilindro con agua y me pidió que no entrara hasta que ella volviera. Entró a la casa y no le pregunté qué haría pero tenía una idea.
Oscar despertó, le dimos a comer algunas de las galletas, aunque se resistía y el olor de los animales muertos no ayudaba. Cerca de dos horas después María regresó, el brazo me molestaba pero mirar su rostro con secuelas de golpes puso mi dolor en perspectiva.
-Limpié la cocina
-Eso me imaginé
-¿Cómo sigue tu herida?
-Creo que mejor
-Vamos a revisarla.
Entramos a la casa, el piso de la cocina tenía manchas de sangre, tanto donde recuerdo a la mujer como a los coyotes que mataron, tenía duda sobre que había hecho para arreglarlo, pero había otras preguntas en fila, mientras limpiaba mi herida la cuestioné.
-¿Por qué te golpearon?
-Deberíamos pensar que hacer con el hombre
-¿Por qué te golpearon?
Todos la miramos.
-Intenté defenderme, eso es todo. Ustedes se sorbieron la sopa, yo me di mi tiempo para comer y con ello les eché a perder su plan. Los vi caer en los platos y me asusté, el hombre sacó el rifle y me noqueó, pero me pegó justo en el rostro. Desperté y me dijeron que los habían matado a ustedes, y les creí. La mujer sugirió que me dejaran viva para ayudarle a cuidar al niño unos días, pero parecía que mi sentencia ya estaba dictada.
-¿Qué vamos a hacer con el hombre?- preguntó Oscar.
-¿Es su padre?- añadió Claudia.
-No, ni siquiera era el hijo de ella- respondió María.
-Podemos irnos, sin mirar atrás, o buscar respuestas que nos ayuden un poco a darle sentido a esto- sugerí.
Tocamos la puerta del baño pero no hubo respuesta, temí que se hubiera quitado la vida. Abrimos la puerta, con armas en mano como medida de precaución. El tipo estaba en el rincón, apestaba y tenía la mirada perdida, como en shock.
-Levántate- dijo María con voz firme, pero no hubo reacción. Le trajo un vaso con agua y dejó unas galletas sobre un plato cerca.
Tal vez teníamos problemas para tenerle compasión, yo los tenía, al ver los moretones en el rostro de María y el espíritu de Oscar destrozado. Quizá lo que más me dolía era que la situación no me dejaba rendirme. Tenía ganas de irme, mudarme a las montañas o regresar a mi ciudad desierta y volver a mi utopía, pero no podía dejarlos así.
-¿Qué vamos a hacer con él?- preguntó Claudia- Si está en shock podemos aprovechar e irnos, definitivamente no nos vamos a quedar en esta casa. Y está el asunto del niño-
Necesitaba un poco de tiempo para analizar, las mujeres lo vigilarían acompañadas de los perros, Oscar buscaría provisiones y yo fui a la habitación donde vi la radio.
El aparato era de otro modelo, pero tenía una mejor señal, pensé en llevármela, aunque ya no sabía cómo entraría en nuestra mudanza, meter algo en los autos ya necesitaba la habilidad de un juego de tetris. Y el niño complicaría las cosas, sin embargo aunque nadie lo dijo, no podríamos dejarlo ahí. Tampoco era posible que lo lleváramos a un orfanato, si ni siquiera sabemos cuántas personas más existen en este mundo.