30 días después del fin del mundo

Dia 27: La brisa del mar

El sonido de las olas me despertó, estábamos a unos metros de la playa. Ante el silencio, el ruido del el agua al chocar se escuchaba como rebotando en las paredes de los edificios. María estaba en el asiento del copiloto y aun dormía, Oscar y Claudia estaban sentados en el cofre del auto, él llevaba al niño en brazos. Me acerqué e hice algo que jamás imaginé, le pedí cargarlo.

-Es tan suave, me da miedo lastimarlo

-Al rato le cambias el pañal y ya no te parecerá un ángel- dijo Oscar

-No digas eso- le reclamó Claudia.

-Nunca quise hijos, creí que estaba demasiado dañado como para poder criar a alguien, nunca pensé que fuese mi vocación.

-¿Vocación? Eres el primero que escucho que dice eso- agregó Oscar, cuyo rostro aún tenía las muestras de los golpes, con ojos morados.

-Ustedes todavía pueden tener una familia.

-Primero debemos encontrar otras personas, y que no estén locas- rio y del esfuerzo de lastimó un poco.

-Las encontraremos, los encontré a todos ustedes, ¿no es cierto?

Los perros jugueteaban de un lado a otro, el mestizo se recargaba en mi pierna y me miraba.

-¿Ya les dieron algo de comer?

Ambos negaron con la cabeza, le pasé el bebé a Claudia.

-Podemos no pensar hoy en ¿qué haremos después? ¿Podemos tomarnos un día?- preguntó Claudia.

-No tienen que pedirme permiso

-Eres nuestro papá- los miré fijamente- bueno, nuestro hermano mayor-corrigieron.

-Si podemos.

María salió del auto y nos saludó desde lejos, se dirigió hacia la playa. De la hacienda habíamos tomamos algunas manzanas, agarramos un termo que llenamos de café y la seguimos. La brisa del mar se sentía fresca en el rostro, nos quitamos los zapatos y los calcetines para sentir la arena que apenas estaba tibia por el sol, María estaba sentada sobre su suéter, con los brazos cruzados y las piernas un poco recogidas, como si fuese una niña. Nos sentamos a su lado y tomamos el improvisado desayuno. Yo me acomodé junto a María quien de inmediato se recostó a mi lado. Aún tenía curiosidad sobre como una persona como ella, en su edad, experiencia y físico deteriorado pudo hacer lo que hizo. Aunque en realidad no estaba seguro, de ¿qué era exactamente lo que sucedió en la hacienda cuando entró a limpiar?, pero no era el momento de preguntarle. Recargó su cabeza en mi hombro.

-¿Quieres un poco de café?

-No, solo quiero descansar- dijo y me abrazó. -Saben que los quiero mucho ¿verdad?, nunca creí que sobreviviría al fin del mundo, y me da gusto haberlo hecho con ustedes.

Todos tragamos saliva y le sonreímos.

-El agua se ve bien, es buena hora, ¿por qué no damos un chapuzón?- sugirió Oscar.

-Vayan ustedes, nosotros cuidamos al niño.

María se recargó de nuevo en mi hombro, mientras yo cargaba en brazos al niño.

-Tengo miedo, no sé qué debemos hacer ahora

-No te preocupes, encontrarás la solución

-Intentamos buscar sobrevivientes y lo único que encontramos es gente tan peligrosa como el virus.

-Hay que tener paciencia, o ¿llevas alguna prisa?

María cerró los ojos, parecía cansada y la entendía, pero no borraba su sonrisa del rostro, miré esperanza en una persona que había sufrido tanto.

-Sabes que te admiro, nunca tuve una relación cercana con mis padres, con nadie en realidad, pero con ellos siempre la añoré, espero que no te sientas mal por considerarte alguien así. Mira que para que yo fuera tu hijo hubieses sido una madre joven-

María estaba tranquila, dormía, el sonido del mar enmarcaba el momento. Los hermanos jugaban en el mar como si hubiesen retrocedido en la infancia.

-Tal vez deberíamos buscar un lugar cerca de aquí

Escuché a María suspirar

-¿No te parece buena idea?

De repente sus brazos dejaron de abrazarme.

-¿María?

Me quité la chamarra y acosté ahí al niño a nuestro lado para revisarla.

-¿María?

La recosté en la arena, ya no respiraba. Oscar y Claudia me vieron y llegaron corriendo.

¿Qué pasa, está bien?- preguntó Claudia.

Negué con la cabeza, los miré y luego de nuevo a ella. Recorrí mi mano sobre su mejilla, intenté mantener la postura. Pero cuando Oscar puso su mano sobre mi hombro me quebré. Lloré sin parar, sentía como se me hundía el pecho, me secaba las lágrimas pero era inútil porque no dejaban de brotar. Quisieron consolarme pero no surtía efecto, estaba harto, deseaba ser yo, estaba cansado y ahora más que nunca, no quería continuar esto sin ella. Me había construido otro futuro en estos últimos días y la necesitaba, necesitaba su protección, su sonrisa, su experiencia. Me atragantaba entre las lágrimas. La abracé más intentado reconfortarme pero solo lograba apretarla más fuerte hacia mí. No quería soltarla.




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