Aunque ya me sentía más tranquilo, todavía no sabía que decir, o sobre qué hablar. Medio centenar de vida y María había sido la primera muerte que me había impactado, ni siquiera mi familia, una aparente desconocida con quién apenas conviví menos de un mes, dejó una huella más grande que cualquier otro.
Seguimos conduciendo cerca de la costa, sin prisa. Improvisamos una silla para el bebé en el asiento trasero de la camioneta, mientras que los hermanos llevaban a los perros consigo. En el acomodo de las cosas para la reciente mudanza me percaté de mi celular, lo encendí y tenía cerca del 30% de batería, seguía sin señal, pero di un vistazo a la galería de fotos, y por un instante pensé en que debí tomarme una foto con María, para el recuerdo. Detestaba tomarme fotos, pero esta vez tenía la angustia de olvidar su rostro pronto.
Mi cerebro tenía un corto circuito porque la dosis de realidad arrastraba hacia el fondo mis deseos de explorar este mundo. Oscar y Claudia fueron alguna vez estrellas en internet, ahora los cientos de miles de seguidores no significaban nada, yo detestaba mi empleo, ahora no tenía que lidiar con jefes. La familia que nunca tuve ahora se materializaba pero se sentía diferente, la conexión me parecía más genuina que la de sangre.
Ya no había régimen político y eso causaría sin dudas problemas en el futuro, por pocos que sean los sobrevivientes, será necesario un orden, quizá será corrompido de nuevo, quizá esta vez lo haremos mejor. En las primeras noticias vi cómo magnates sucumbían al virus, la elite social, los líderes mundiales, a la par de mis vecinos o conocidos, tener poco o mucho dinero no importó. En algún momento me cuestionaba ¿por qué estoy vivo? ¿Qué tengo de especial?, la respuesta estaba ahí, nada. Nuestra existencia vino al azar, la desaparición de lo que asumo fueron o siguen siendo millones de millones de personas. Un par de meses pasaron y ahora vemos animales en las calles, en grupos, como si la naturaleza buscara recobrar su lugar.
¿Cuántos más encontraremos que aun teniendo un mundo ahora más amplio, no les es suficiente? Los humanos vamos a seguir purgándonos. Falta el día en que encontremos a quienes no usan sus armas como protección sino diversión, a quien quiera hacer justicia propia en un mundo sin ley. Así como encontré lo mejor de mi mundo cercano en esta familia, me aterra siquiera imaginar lo que nos espera. No importa que no sean jefes tiranos, gobernadores autoritarios, o el conductor malhumorado del transporte público, siempre habrá alguien que gozará con el sufrimiento ajeno a causa de temores internos.
Pasaba días enteros en mi vida antes del virus pidiendo una pausa, para dar un respiro, para disfrutar lo que tenía alrededor, al menos para quejarme. Los días no me alcanzaban, las horas se iban volando, junto con el dinero. Ahora mi sueño se había cumplido.
Manejaba en automático y sin poner atención pero el camino era recto. Reaccioné al ver una figura pasar frente a mí, frené y tras de mi hicieron lo mismo. Salí del auto para cerciorarme pero no vi a alguien. Entré de nuevo y a unos minutos llegamos a otro poblado, igual de desierto, pasamos al lado de la central de autobuses, y no vimos una sola alma. Era momento de comer, el bebé lo pedía así que nos detuvimos, en el estacionamiento de una librería.
-Vamos a entrar ¿cierto?- preguntó Oscar.
Y por supuesto que lo hicimos, era el paraíso, había una gran cantidad de ejemplares cualquier género o tema. Cada uno selecciono 20 títulos, conscientes de que no podíamos llevarnos grandes volúmenes. Teníamos las manos llenas, yo hice dos viajes para cuidar del niño. En el segundo, una pelota de futbol, golpeó el auto. Del susto tiré los libros y levanté los brazos, miré hacia atrás y había tres niños, dos de ellos parecían adolescentes. Estaban petrificados también. Claudia llevaba al bebé en brazos, Oscar tomó la pelota y la pateó hacia ellos, les sonrió y saludó hondeando la mano.
-Hola, ¿viven por aquí?
Se miraron entre sí y después afirmaron con la cabeza.
-¿Podemos acompañarlos?
Se miraron de nuevo, dudaron unos segundos y hablaron entre ellos. Una niña tomó el balón en sus manos y nos hicieron una seña para seguirlos, cerramos los autos y continuamos a pie.
Eran solo un par de cuadras, la casa tenía fachada de ladrillos, y desde la entrada se percibía un olor a mole.
-¡Mamá!- gritó uno de los niños y nos hizo una seña para esperar en la entrada.
El bebé comenzó a llorar e intentamos calmarlo. Una mujer que llevaba un mandil en el cual se secó las manos nos miró, con los niños atentos tras ella.
-Bienvenidos- dijo y nos tendió la mano que estaba fría por el agua- Que lindo, ¿cómo se llama?
Nos miramos y abrimos los ojos intentando inventar algo porque en estos días nunca pensamos en ello.
-Omar- dijo Claudia y se me cerró la garganta.
-Es hermoso. Pásenle, ¿desde dónde vienen?
-Desde muy lejos- dije recuperando la voz.
-Bienvenidos a su humilde casa, estos son mis chamacos y falta mi marido y unos tíos que salieron a pescar. Pónganse cómodos.
Estaba cocinando en un horno de leña, el olor era cautivador y aunque comimos recién, nos abrió el apetito, la casa era modesta, no había lujos, no había televisión, solo una computadora, pero muchos libros en la mesa. Al momento contamos tres niñas, un niño y dos adolescentes varones.