330 Horas De Esparcimiento

1

 

Norte

 —¡Tienes que salvarla! —dijo otra vez el pájaro, trazando con su vuelo una espiral radiante en la negrura. Irving, de sólo quince años, lo miraba atónito desde la bañera. Buscó otras formas a su alrededor, pero sólo la imagen del pájaro era visible.

     —¿Mi madre está en peligro? ¿Dónde está ella? —quiso saber.

     —¡Deberás buscarla! —respondió el fenómeno. Dejó de aletear y se quedó suspendido en el aire cálido. Su ojo izquierdo proyectó la imagen de una mujer joven, de rasgos finos.

     El muchacho se estremeció. ¿Sería ella su verdadera madre? Una extraña confusión empezó a atormentarlo.

     ­—Tú la olvidaste —insistió el pájaro—. Y ella no lo merecía. Tu madre se borró de tu memoria, como si fuera algo insignificante. ¿Notas cómo tu pasado también se ha ido, que no está en tus recuerdos?

     Irving cerró los ojos. Escrutó en su mente. En el lugar donde debería estar su niñez encontró una especie de bruma ondulante. Y, de pronto, sintió como si todas las soledades del orbe se aglomeraban en torno a él. Abrió los ojos nuevamente, justo cuando el fenómeno dejaba de proyectar la imagen.

     —Tú no puedes saber nada de mí­­ –dijo el muchacho, sintiendo que la rabia ganaba espacio en su interior. No eres más que un pájaro que se coló en mi Zona Baja. No sé cómo lo hiciste, pero te sacaré de aquí en cuanto…

      —Tú sabes que yo soy lo mismo que te habla desde tu interior, esa luz magnífica que oscila donde pones la vista. Hace un rato te esforzabas por ver claro. Te decías, ¿qué me sucede?… Sí, puedo sentir que la angustia crece en ti… Y es que ahora sabes que el mundo te está abandonando... Pero yo me separé de ti para que te reencuentres. Para que puedas ver con claridad.

      —¿Me reencuentre?… ¿De qué me hablas?

     —Debes apartarte de lo fútil y centrarte en lo significativo. Te has hundido en tus superficialidades, tal como lo ha hecho tu padre.

     Su plumaje cambiaba de color en lapsos cortos, pasando del blanco al azul y del verde al amarillo intenso. Se posó en un extremo de la bañera.

     —¿En mis superficialidades, dices? ¿Cuáles son mis superficialidades?

     —Tu inútil esfuerzo por llegar a ser Ciudadano del Norte. El tiempo que derrochas en lo que llamas estudios. Lo único que has hecho es alejarte del camino hacia tu madre.

     —Se supone que debo instruirme para ganar mi futuro en esta ciudad. Debo calificar bien, porque el grado de perfeccionismo lo exige. No quisiera tener que emigrar al Este cuando termine mi carrera. Sería humillante para mí y para mi padre también. No lo puedo decepcionar. Además, ¿cómo puede un hombre de ciencia como él ser tan superficial? No tiene sentido.

     Hubo un silencio. El joven reparó en el polvo iridiscente que desprendían las alas del pájaro. Se preguntó a qué leyes de la física podía obedecer tal fenómeno.

     —¿Crees que palabras como física y ciencia tienen algún significado para tu madre? Tú eres porque ella te dio vida. Pero eres incapaz de ver en qué situación se encuentra ahora. Tú lo tienes todo, aunque realmente nada te pertenezca. Sabes que en esta parte del mundo nadie es dueño de nada. Tu madre vive en un dolor profundo, el dolor tremendo que le ha originado tu ingratitud.

     Irving se inclinó hacia él, alargando una mano, como si quisiera tocarlo para comprobar su existencia, pero el pájaro se elevó. Bajó en cuando Irving volvió a arrimar la espalda al mármol de la tina.

     —¿Cómo es que yo no la recuerdo? ¿Cómo es que puedes saber tanto acerca de ella y yo no?

     —No sabes nada de ella porque yo soy la parte brillante de ti. Dentro de tu cuerpo quedaron las tinieblas. La superficialidad. Yo puedo ver a tu madre.

     —¿Dónde está ella?

     —Deberás buscarla.

     —¿Por qué no me lo dices?

     El pájaro no respondió. Se inclinó y bebió de la bañera. Irving se sobresaltó cuando el pico tocó el agua y ésta adquirió la refulgencia de las plumas del fenómeno. Por un memento, todos los elementos de la sala de baño se hicieron visibles. La oscuridad volvió en cuanto el pájaro retiró el pico del agua.

     —Constanza quiere arruinarte —dijo de súbito-. Tú lo sabes desde que entró en la vida de tu padre… ¿No es así? Se deshará de ti y el hijo que espera ocupará tu lugar.

    

 

 

 

Una hora antes, Irving había estado en su taller de estudios, pugnando en vano por comprender la anatomía del Paranthropus boisei. La anatomía de las especies era una materia que había superado fácilmente en semestres anteriores. Sin embargo, ahora, en el repaso, por más que había repetido la simulación emitida por el emulador tridimensional, no había conseguido registrar nada en su mente. Ni siquiera recordaba haber estudiado algo al respecto. Afligido, salió al exterior. El mediodía era ventoso y claro. Caminó por el sendero de losetas diáfanas, al amparo de los árboles que flanqueaban el jardín. Sintió el sosiego que prensaba la calle y las residencias vecinas. Sólo un grupo de servidores se hallaba a cierta distancia, tal vez preparando un espacio en donde se erigiría una escultura en honor del IC (Ilustre Consejo). Un dron supervisor se encontraba a unos cuantos metros sobre sus cabezas.




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