365 días para cambiar

Sueños


 

Sueños




 

Suena el timbre que anuncia que las clases han termina­do. A mi alrededor, más de veintiséis chicos y chicas se levan­tan de sus sillas casi al unísono, con ganas de huir del aula en la que las horas a menudo parecen quedarse atrapadas entre los libros.

Por mi parte, recojo mis libros y justo cuando estoy cru­zando el umbral de la puerta, el profesor de literatura, el señor Ruiz, me detiene.

—Elise, me gustaría hablar contigo —me dice y perma­nezco pensativa mientras pienso en cuál debe ser el motivo de que me quiera hablar. Me dirijo hacia su mesa y me sor­prende cuando me dice que después de leer una de las últimas redacciones que he hecho ha pensado seriamente en que me inscribiera en un concurso literario.

—Me gustaría que supieras que veo en ti mucho poten­cial, con el paso de los días veo tus mejoras y tú apenas te das cuenta de ello. Si finalmente decides inscribirte, no dudes en consultármelo.

—Muchas gracias, lo consideraré —le respondo con una sonrisa mientras me despido y cierro la puerta detrás de mí. Sus palabras flotan por mi cabeza, y por mucho que intento desviar la atención de ello me doy cuenta de que no puedo, y al llegar a casa aún me encuentro sumida en mis pensamientos.

Al entrar en casa, la quietud y el silencio sepulcral que hay me reconfortan, y a la vez me encuentro con que tengo todo el tiempo que desee para estudiar sin escuchar nada.

Sin embargo, unos minutos más tarde, el móvil de repen­te suena. Pensé que lo había apagado, pero por lo visto una vez más me he olvidado de pararlo antes de estudiar. Por lo general, no me gusta tener distracciones mientras estoy con­centrada. Veo que mi amigo Pol me ha enviado un mensaje para avisarme de que estaba en la biblioteca esperándome. Es entonces cuando recuerdo que le prometí que estaría en la biblioteca sobre las siete de la tarde para estudiar a su lado.

Miro el reloj de mi habitación y me doy cuenta de que son… ¡las siete y media! Cierro el libro de golpe y recojo todos los libros que hay esparcidos por el escritorio.

Con los libros en la mano, ando a paso ligero y en apenas unos minutos me encuentro enfrente de la biblioteca que, para mi suerte, está cerca de casa.

Mi amigo me está mirando con el ceño ligeramente frun­cido. No obstante, no parece molesto, ya que desde que me conoce —y de eso hace ya bastantes años— en contadas oca­siones he sido puntual. Me apresuro a tomar asiento a su lado y continúo la tarea que dejé a medias. Un tiempo más tarde, vamos resumiendo en voz baja y haciendo esquemas de lo que creo que saldrá en el examen de filosofía.

Realmente, hay algunos momentos en los que no sabría decir a ciencia cierta quién ayuda a quién. Pol es un gran amigo que siempre ha permanecido a mi lado en muchos mo­mentos, y con el paso de los días he ido sintiendo hacia él una estima especial.

Tampoco sé qué haría sin la compañía de todas aquellas personas que independientemente del tiempo que hace que les conozco ya han pasado a formar parte de mí y se han con­vertido en algo muy importante y preciado.

Algunos días, sobre todo en época de exámenes, quedo con Pol y algunos de mis compañeros de clase para estudiar o preparar trabajos en equipo.

Sé que Pol, como la gran mayoría de estudiantes, tiene dificultades, y a su vez él ya sabe perfectamente que siempre que pueda estaré a su lado para ayudarle.

El tiempo a su lado parece no tener valor porque en menos de lo que imaginaba el reloj indica que ya han llegado las nueve de la noche y después de que me acompañe a casa el día está llegando a su fin.

Al llegar a casa, mis padres ya han vuelto de trabajar, mi madre está preparando la cena y le ayudo a preparar la mesa. Una vez ceno, me voy a mi habitación, aún pensando acerca de lo que me ha dicho el maestro hace apenas unas horas.

Aprecio las palabras con las que demuestra que tiene fe en mí. De hecho, desde las primeras clases que tuve con él, ya con la primera redacción que escribí —un breve texto sobre cómo me describía—, él supo desde el primer día que mi mundo estaba entre las letras.

Actualmente, unos meses después, he hecho caso a todos y cada uno de sus comentarios y observaciones para me­jorar. Ha visto un potencial en mí que ni yo misma había sabido encontrar, de manera que sin duda puede decir que ha sido un soporte para mis decisiones. De no haber sido por él, no habría empezado a escribir por mi cuenta en mis ratos libres.

Pienso sobre lo de presentarme al concurso, ¿por qué no? Por intentarlo no pierdo nada. Quiero que la gente pueda co­nocerme un poco más allá de lo que digo y de lo que se ve a primera vista. Me gustaría que leyeran mi verdadero yo, pues todo aquello que escribo es lo que siento, y para expresar y plasmar miles de emociones que a veces no tienen ni nombre necesito plasmarlo en hojas de papel.

Desde hace un tiempo, escribir se ha convertido en una verdadera terapia para mí, ha pasado a ser la mejor manera que tengo de mostrar mis sentimientos y a la vez reflexionar sobre mi vida. Poca gente sabe que mi sueño es ser escrito­ra, la mayoría de personas se limitan a pensar que quiero dedicarme a la música y que mi vida depende de ello, pero no saben que, aunque el mundo musical sea esencial para mí, no es más que una afición a la cual he dedicado muchos es­fuerzos que han sido recompensados en todo momento. Pero la verdad es que a través de este mundo mi felicidad es muy distinta a la que siento cada vez que escribo. Cada momento en el que sé que, por unas horas, o a veces tan solo por unos minutos, no existe nada más que no sean palabras.

Quiero ser escritora, y este es el sueño que aparte de mi conciencia poca gente conoce. Por el momento, tampoco sé si quiero que la gente de mi alrededor lo sepa, es como un pequeño secreto que comparto con todas las personas que alguna vez me han visto escribiendo, y por un tiempo no tengo pensado decir nada.



#1352 en Novela romántica

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Editado: 11.03.2022

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