Cinco meses después de la boda de Maikol y Aby.
24 de diciembre de 2023
SABRINA:
Hoy es domingo veinticuatro de diciembre, lo que significa ¡FIESTA! No me malinterpreten, solo tengo nueve años y no saldré de parranda por ahí, solo iremos a casa de los tíos Addy y Kyle porque, ja, tuvieron tan mala suerte de que esta semana tocara reunión en su casa y coincidiera con una fecha tan importante.
Entonces, no solo les toca recibirnos junto con Ariadna, Zion y sus dos nenas, sino que también deberán incluir al resto de la familia y amigos. La casa se les va a llenar y yo estoy muy contenta pues hace tiempo que no veo a Emma y esa niña, aunque le encanta jalarme el pelo, es una monada y un remolino con sus casi cuatro años. También podré ver a Aaron y Luciana, sé que me tocará hacer de niñera, pero no me importa, amo a esos mocosos.
Ojalá mamá y papá me puedan dar pronto un hermanito.
—¡Estoy lista! —grito cuando llego al borde de las escaleras y Maikol, mi padre aunque aún no sea oficial pues los papeles no están terminados, está tan guapo como siempre. Hace dos meses los servicios sociales me permitieron vivir con ellos y ha sido la hostia de bueno.
Ups, menos mal que no lo dije en voz alta, él odia que hable así, ¿pero qué puede esperar de una niña que se ha criado en un orfanato rodeada de niños insoportables y mal hablados? Además que no se haga, estoy seguro de que él era igual.
—¡Pero qué guapa está mi niña! —exclama mamá con una sonrisa apoyada en el marco de la puerta.
Esta mujer es hermosa y tiene un corazón de oro. Estoy feliz por Maik por haber encontrado a alguien tan espectacular, alguien que me mira con mucho amor sin molestarle mis ojos de distinto color. Para Aby son mágicos y me hace sentir que es verdad.
Corro hacia ella y enredo mis manos en su cintura. No tardo en sentir su cálidos brazos a mi alrededor.
—¿Y para mí no hay? —pregunta papá y yo corro hacia él.
Deposita un dulce beso en mi cabeza.
—Ok, enana...
—¡Que no me digas así, Maikol!
—Pues no me llames Maikol. —Devuelve con una sonrisa.
—¡Tú empezaste!
—Y tú eres mi enana, mi mocosa, mi niña, así que deja de protestar.
Resoplo. Este hombre no tiene remedio. Me veo de treinta años, casada, con dos hijos y él seguirá llamándome enana y ni siquiera soy de estatura baja.
—No te enfurruñes, mocosa. Tengo un regalo para ti.
—¿En serio?
Asiente con una sonrisa y yo salto emocionada. Amo los regalos.
Aby se acerca a nosotros, Maik saca algo de su bolsillo y me lo tiende. Inmediatamente reconozco mi tarjeta de menor, ¿para qué quiero yo esa cosa?
Espera... ¿mi tarjeta de menor?
Abro los ojos sorprendida mientras mi corazón se acelera. ¿Es lo que estoy pensando? Maik y Aby sonríen felices y yo no lo puedo creer.
Nerviosa, con el corazón en la garganta y las manos temblando, cojo el pequeño librito y lo abro.
Sabrina Torres Thomson...
Sabrina...
Torres...
Thomson...
Es oficial, lo es... soy su hija.
Una lágrima corre por mi mejilla y luego otra y sin poderlo evitar, rompo a llorar como la niña que soy, con sonidos raros, hipidos, sollozos y espasmos. Llevo una mano a mi rostro intentando contener el mar de lágrimas, pero es imposible.
—Ey, cariño, no te pongas así.
Bajo mi cabeza y sigo llorando sin podérmelo creer.
Me han adoptado, oficialmente tengo una familia.
Ya sabía que lo harían, incluso vivíamos juntos, pero no me había permitido emocionarme demasiado. No es la primera vez que intentan adoptarme, en las otras ocasiones desistían a mitad de camino porque aparecía otro niño mejor, menos raro, un niño con los ojos del mismo color. Y en cada ocasión yo terminaba con el corazón roto y llorando en una equina.
Sabía que ellos no desistirían, pero algo en mi corazón, aun no se atrevía a hacerse muchas ilusiones.
—Ey, preciosa —Es la voz de Aby y no tardo en sentir como me atrae a su cuerpo. La abrazo con fuerza mientras hundo la cabeza en su cuello.
—Gracias, muchas gracias.
—No tienes nada que agradecernos —dice y cuando escucho como se sorbe la nariz, levanto la cabeza. No la quiero poner triste.
—No llo...res... yo estoy bien. —Está arrodillada frente a mí, su rostro está a la altura del mío así que seco sus lágrimas con cuidado.
—Solo estoy emocionada, cielo. Y no tienes que agradecernos nada, nosotros estamos muy feliz de que seas nuestra niña.
Miro a mi papá que también llora emocionado, observo nuevamente mi documento de identidad y luego grito mientras doy saltitos en el lugar.
Ellos ríen y me lanzo a sus cuellos, feliz como nunca.