Aaron:
¡Santa Afrodita!
¡Y pensar que vivimos bajo el mismo techo, pero no bajo la misma sábana!
Mi corazón sube a mi garganta, un acto reflejo al que me ha ido acostumbrando en los últimos días cada vez que ella anda cerca. La veo descender las escaleras junto a Luciana; sin embargo, no reparo mucho en mi amiga. Estoy convencido de que está hermosa porque ella lo es, pero mi atención está siendo acaparada por la rubia a su lado.
Enfundada en un precioso vestido azul largo, pero que deja al descubierto el valle entre sus, no lo voy a negar, magníficos senos, pues la desgraciada los tiene increíbles, aparta la mirada de nosotros y mira a su alrededor.
Se ve preciosa y condenadamente sexy.
Suspiro profundo. ¿Por qué últimamente no puedo dejar de pensar en que se ve sexy con cualquier cosa que se ponga?
¿Por qué siquiera sigo pensando en que es sexy?
Por algún motivo que me aterra entender, me suelto del agarre de Roma intentando ser discreto, pues no quiero ofenderla; la chica me cae bien a pesar de estar obsesionada conmigo.
Los ojos preciosamente azules de Emma se posan en mí y creo que la conozco lo suficiente como para saber que está enojada y no sé por qué, pero algo me dice que es conmigo.
Juro por la perrita de Annalía que no le he hecho nada para que se enoje.
—Se supone que es nuestro turno de recogerlas —murmura Dylan a mi lado y yo asiento con la cabeza, pero no me muevo. Solo me quedo como un idiota observándola, analizando cada centímetro de su cuerpo, ese al que últimamente no dejo de mirar y, no lo voy a negar, desear.
Sí, señores, no sé desde cuándo, ni mucho menos por qué, pero después de los últimos días, no me ha quedado más remedio que admitir, en mi fuero interno, vale destacar, que yo, Aaron Andersson, deseo a Emma Bolt. Que me quiero follar a esa enana insoportablemente presumida que me odia con todo su corazón.
—Espabila, macho, que se te cae la baba. —Dylan me codea por el brazo y yo lo miro.
—¿Qué?
—Creo que necesitas un pomito para recoger tu baba. Sé que te gusta, pero disimula un poco, joder.
—No me gusta Emma.
—¿Y quién dijo que te estoy hablando de ella? —pregunta con una ceja arqueada.
Maldito Dylan de mierda.
—Vamos a recogerlas antes de que nuestros padres molesten con lo poco caballerosos que somos —murmuro entre dientes ignorando su pregunta, pero antes de marcharme, miro a Roma—. Debemos marcharnos, ¿nos vemos en la fiesta?
La chica me observa sonriendo feliz antes de asentir con la cabeza.
—Espero que aceptes un baile conmigo.
—No me lo perdería por nada del mundo. —Le guiño un ojo y me acerco a Dylan que me espera unos pasos más allá.
—Es injusto que la sigas ilusionando.
—Sería incapaz de hacerlo o mi madre me mata. Solo intento ser amable, es la hija de Damián.
—Menos mal que no la vemos mucho.
Y sí, tiene razón.
Debido al trabajo de periodista de Damián, hace unos años se mudaron a Malinche en busca de mejores condiciones para su familia. Solo nos vemos en épocas festivas y es un alivio porque no creo poder soportar la intensidad de Roma por más de un día seguido.
Luciana y Emma nos esperan en el rellano de la escalera para conducirlas al jardín. Supongo que les parece ridículo, a mí me lo parece, pero son cosas de nuestras madres que, entre más pasa el tiempo, más cursis se vuelven. A nosotros, junto a Kaitlyn y Zack, nos corresponde abrir la marcha nupcial mientras Michelle y su amigo son los testigos de la boda.
—Ey, Dy, necesito que seas mi pareja. —Los tres miramos a Luciana con sorpresa total. Se supone que ella es mi pareja y Emma, la de Dylan, todo por evitar que la enana y yo arruinemos la ceremonia con nuestras peleas. Idea de nuestros padres que, a pesar de las quejas de las féminas de la familia, se salieron con la suya; algo bien extraño, pues ellos siempre pierden las discusiones.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta mi amigo.
—Pues porque sí. Necesito hablar contigo.
—¿Y por qué no lo haces después? —Es el turno de Emma.
—Pues porque es importante.
—No, Lu, lo siento, cualquier cosa menos eso. Sabes que las parejas son inviolables. Yo iré con Emma.
—Pues yo no iré con Aaron.
—Hombre, no me ofendes ni nada.
—No seas dramático.
—Luciana, sabes que no es justo.
No sé qué es lo que me sorprende más, si que Dylan la llame por su nombre completo o que esté discutiendo algo tan sencillo como esto cuando, por lo general, a él le importa un carajo lo que pase. Siempre está de acuerdo con todo.
—La vida no es justa, cariño. Y menos en esta familia.
Sin decir nada más, sujeta a su primo por la manga del saco y lo aleja de nosotros, dejándonos en un silencio incómodo.
Me rasco la nuca sin saber exactamente qué hacer y a pesar de que no la estoy mirando, por el rabillo del ojo la veo removerse, incómoda, en el lugar. Por suerte, mi padre llega a salvar el momento.