Emma:
¿Sus términos?
¿Qué demonios significa eso?
Lo veo alejarse con las manos en sus bolsillos y a mí no me queda de otra que esperar a que mi corazón regrese a su ritmo normal y mis deseos de lanzarme a sus brazos disminuyan para poder entrar a la mansión.
Voy directa a mi habitación para darme una ducha y refrescarme del calor infernal que ha hecho. Mientras el agua recorre mi cuerpo, recuerdos del día de hoy pasan por mi mente.
Nunca pensé que llegaría a ver a Aaron como algo más que el idiota que me hace la vida imposible; sin embargo, de un tiempo para acá, cada vez que lo veo mi corazón late desorbitado y las mariposas de mi estómago danzan con revuelo. Es una sensación extraña, mucho más cuando estamos juntos, pues sus benditos ojos, mirada insinuante, sonrisa sexy y cuerpo esculpido por la mismísima diosa de la lujuria, provocan un deseo en mí que nunca antes he sentido. Para colmo, todo se ha recrudecido desde que comprobé todo el placer que puede darme con solo besos, caricias y una lengua de puta madre.
Sin embargo, no solo es eso. Aun cuando la situación es ardiente, Aaron inspira un deje de ternura que me encanta. Él tiene algo que no sé explicar, pero revoluciona todos mis sentidos al punto de que pierdo la noción del tiempo y el espacio. No sé si siempre ha sido así, supongo que sí, pues Lu se la pasa diciendo que Aaron es una de las personas más maravillosas que ha conocido, pero yo nunca lo vi al estar demasiado concentrada en nuestras discusiones.
Me gusta Aaron. De eso ya no tengo dudas y no me asusta… Bueno, tal vez me asusten dos cosas: una, no sé si soy correspondida y dos, mi corazón corre peligro a su lado. Hay altas posibilidades de que me termine enamorando de él y eso me aterra como no se pueden imaginar.
Quiero pensar que yo también le gusto. Hay momentos en que no lo creo posible, pero cuando suceden cosas como las de hoy, tengo esperanzas. Me gusta ver cómo se pone nervioso a mi alrededor, esa es señal de que no le soy indiferente; también está el detalle de nuestras manos entrelazadas durante toda la tarde. Él no quería soltarme, le gustaba compartir ese contacto conmigo y es obvio que a mí me encantaba.
Otro aspecto que me da a entender que puede que sí me corresponda y una situación por la que lo he catalogado como el tonto más adorable de la historia, es mi supuesto admirador secreto.
No sé en qué cabeza cabe pensar que, si lo conozco desde hace dieciocho años, no voy a saber identificar su letra. He visto libretas suyas del instituto desperdigadas por mi casa cuando estudiaba con Luciana, notas que le ha dejado a mi hermana y a sus padres colgando en los refrigeradores con algún recado y si me pongo a pensar, estoy segura de que encontraré varias muestras más.
Él es un chico inteligente, no tanto como Dylan, pero sí lo es. No entiendo cómo se le pudo escapar ese detalle.
La primera nota que recibí con las rosas azules más hermosas que he visto jamás, estaba escrita con su letra; supongo que, ante la idea de que mi hermana pudiera verla y reconocerle, empezó a enviarlas impresas. Firma con una N, pues la A, sería demasiado obvia y luego de pensar por un rato solo se me ocurre que haga referencia a “niñato” pues es la forma más común en que suelo llamarlo. Por supuesto, esto último es solo una suposición.
Lo que sigo sin entender es, si yo le gusto, ¿por qué no hace nada? Es decir, más obvia no puedo ser para darle a entender que estoy interesada. Llevamos un mes tirándonos indirectas, ¿por qué no reacciona?
Durante el almuerzo le mencioné que tenía sospechas de que mi admirador secreto era un estudiante de mi facultad, solo para ver su reacción. Demasiado serio y pensativo, pero no hizo o dijo nada.
¿Será que no le gusta el hecho de que sea la hija de Zion?
¿O que soy tres años mayor que él? Eso parece preocuparle bastante y, desgraciadamente, no puedo hacer nada para arreglar ninguna de las dos.
Suspiro profundo y cierro la ducha.
Al menos me queda de consuelo que hace un rato admitió que me quiere follar; aunque sigo sin estar segura de a qué se refiere con eso de “sus términos”.
Luego de secarme y vestirme, salgo del baño y me sobresalto al ver a mi hermana sentada en el centro de mi cama, leyendo un libro.
—Madre mía, Luciana, me vas a matar de un infarto.
—Ni que estuviese tan fea —dice cerrando el libro—. ¿Dónde se metieron tú y Aaron hace un rato?
Mi corazón sube a mi garganta con su sola mención y me obligo al actuar con naturalidad ante su ceño fruncido. Me siento junto a ella.
—Dimos una vuelta por el pueblo, pues no nos hacía gracia ser testigo de cómo cuatro parejas se metían la lengua hasta el fondo de la garganta, ignorándonos.
Ella se ríe y sus ojos brillan con emoción. Me gusta verla feliz.
—Lo siento por eso. —Me encojo de hombros—. ¿No hubo guerra entre ustedes dos?
—No, nos portamos como dos angelitos.
—Ahora que lo pienso, últimamente no discuten tanto. O sea, siempre hay algún que otro detallito, pero hace rato que no soy testigo de esas en las que terminas lanzándole algo a la cabeza. —Es mi turno de reír al recordar el desastre que somos cuando peleamos.