Aaron:
A los catorce años tuve mi primera vez. Recuerdo que fue con una chica de mi curso que estaba enamorada del mejor amigo de su hermano, dos años mayor que ella y quería parecer más mujer, por lo que decidió que la mejor opción era perder la virginidad.
Sí, estaba loca.
Yo era un niño que no entendía de nada y me importaban un carajo sus motivos. Simplemente vi la oportunidad y no la quise desaprovechar. Fue un desastre, pero ambos logramos nuestro cometido.
Como buen hijo al fin y deseoso de aprender un poco más, le conté a mi padre buscando consejo. Siempre hemos tenido muy buena relación, así que, a pesar de que me daba un poco de vergüenza, hablé con él.
Por si no se han dado cuenta aún, en mi familia, cualquier decisión importante, cualquier suceso trascendental, termina colegiándose entre todos, así que lo primero que hizo mi padre fue llamar a Maikol y a Zion. Está de más decir que hicieron la tarde conmigo.
Por un momento pensé que había sido una mala idea acudir a él porque esos tres son más chismosos y breteros que sus mujeres. Al final, por suerte para mí, no fue tan malo. Me dieron muchos consejos, los más importantes: disfrutar de mi vida sexual a plenitud; es decir, follar y follar hasta el cansancio. En segundo lugar, este me lo dio Zion y cito: “Aaron, puedes olvidar el nombre de la chica, aunque nunca se lo digas pues debes respetarla, lo que nunca, jamás de los jamases puedes hacer, no importa lo borracho que estés, es olvidar usar condón”. Según él, no es muy bonito que un día, de la noche a la mañana, descubras que eres padre.
Luego hubo una disertación sobre que amaba a Emma y que ha sido una de las mejores cosas que le ha pasado en la vida, pero que se asustó como la mierda cuando supo que era su hija.
Al finalizar la charla, me dejaron claro lo importante que era adquirir experiencia. Es decir, que mientras disfruto de mi libertad, mi juventud, voy aprendiendo, mejorando mi técnica para que, el día que aparezca la chica que me mueva el piso, que ponga a mi corazón a bailar la macarena y me haga tartamudear por los nervios, esté preparado para hacerla disfrutar a lo grande.
Pues bien, tenían razón.
Luego de los orgasmos que le he regalado a la enana en lo que va de noche, estoy orgulloso de mis conocimientos.
Desnudos y sudorosos por tanto ejercicio, se acurruca sobre mi pecho y cruza una de sus piernas sobre las mías. Mi brazo izquierdo reposa por debajo de mi cabeza mientras el derecho la aprisiona junto a mí, con mis dedos acariciando su costado.
Llevamos alrededor de diez minutos en esta posición. Son más de las cinco de la mañana y debo admitir que tengo un poco de sueño y estoy agotado, sin embargo, no quiero dormir, no aún, porque tengo la sensación de que si lo hago, cuando despierte, esto nunca habrá ocurrido. Que habrá sido un sueño.
He estado con muchas mujeres y eso no es un secreto para nadie, pero lo que he sentido esta noche jamás me había pasado. No sé si fue porque no usamos condón, ha sido mi primera vez así y debo decir que fue el mismísimo paraíso. No sabía que podía sentirse tan bien no tener barrera alguna. Puede ser también porque en esta ocasión hay sentimientos involucrados y yo nunca he estado con nadie por la que sintiera algo más que atracción y puro deseo sexual.
La verdad es que no puedo decir con precisión lo que fue, simplemente sé que me he sentido completo, como si esto fuera lo correcto, lo que siempre debió ser, como si estuviese destinado a que fuera así.
—¿En qué piensas tanto? —pregunta.
Pienso qué tan sincero debo ser. Le he dicho que me gusta y ella ha admitido lo mismo, pero si soy honesto, mis sentimientos evolucionaron hace mucho, solo no quería asustarla.
Desde que empezó esa locura del admirador secreto, mi objetivo ha sido conquistarla, algo que me asusta muchísimo porque no soy muy diestro con esas cosas, aun así, estaba seguro de lo que quería. Nada de escarceos, para eso hay miles de mujeres, con ella quiero más; sin embargo, ahora, después de probar qué se siente tenerla entre mis brazos, me urge que me acepte como su novio. Estúpidamente, quiero gritarle a los cuatro vientos que estamos saliendo, que Emma Bolt y Aaron Andersson, son pareja.
Pero no podrá ser así; por el momento, no me queda de otra que conformarme con saber que no está enamorada de ese pendejo; ya me encargaré yo de enamorarla.
—En lo bien que se ha sentido esto —digo. Es verdad, pero no toda la verdad—. Si te soy honesto, me daba un poco de miedo; no estoy seguro si a que no nos gustara, no nos entendiéramos o yo qué sé. Ahora estoy tranquilo, se ha sentido como si fuera lo correcto.
Hace un sonido medio raro como afirmando, pero no dice nada.
Permanecemos en silencio por varios segundos más, hasta que ella vuelve a romperlo.
—¿Te… te ha… gustado? —Su nerviosismo me pone sobre alerta.
En dos ocasiones ha admitido que le intimida el hecho de que yo tenga tanta experiencia y ella no, de que pueda hacer algo que no me guste y no entiendo de dónde viene tan estúpido pensamiento.
Emma se caracteriza por ser una mujer segura de sí misma, de sus capacidades, es más, a veces raya la arrogancia, la soberbia al creerse la mejor en todo, no entiendo por qué tanta duda ahora.