5. Lo que siento cuando estoy contigo

25. La apuesta

Emma:

Tengo novio…

Y es la última persona con la que podría haber imaginado tener ese tipo de relación.

Es decir, Aaron siempre fue mi enemigo, mi peor pesadilla y ahora es el chico que me lleva a las nubes con cada palabra, cada beso, cada caricia. Es el niñato que me hace reír a carcajadas y el hombre que me hace el amor como nadie.

Sí, estoy enamorada de Aaron Andersson y, aunque al inicio me asustaba, ahora soy feliz; fundamentalmente porque ya no tenemos que ocultarnos. No sabía que necesitaba tanto decirlo como hasta que Aaron se me declaró frente a Luciana.

Fue liberador poder hablar de él con mi hermana, chillar cuando ella lo hacía mientras le contaba con lujos de detalles cómo habíamos pasado de perjurarnos la muerte a convertirnos en novios. Me sorprendí mucho cuando me dijo que lleva esperando que nos diéramos cuenta de nuestros sentimientos desde que supo lo que era tener novios. Según ella, entre nosotros siempre ha existido química, incluso desde que ambos éramos unos mocosos.

Yo no lo veo así, pero no hubo forma de hacerle cambiar de pensamiento.

Suspiro profundo.

Estoy saliendo de la Universidad luego de un agotador día de clases y un examen demasiado difícil para el poco tiempo que tengo para estudiar. No pienso haber salido mal, pero estoy segura que, de haber dispuesto de más tiempo, habría salido mucho mejor.

Mi teléfono suena y no tardo en buscar en mi bolso donde tengo que hurgar por todos lados, pues con el apuro de esta mañana, eché todo sin una pizca de cuidado. Cuando por fin logro encontrarlo, resoplo al ver el nombre del contacto.

“Imbécil traidor”.

Sí, lo sé, no soy muy original con los nombres.

Este tipo no entiende. Desde que lo llamé aquel día en el hospital, cuando el accidente de mis padres, no ha dejado de insistir para hablar conmigo. He conseguido evitarlo gracias al escaso tiempo que paso sola, pues, por suerte, no se atreve a acercarse cuando estoy con Aaron y Dylan.

Presiono la tecla del volumen para silenciarlo y lo lanzo nuevamente al bolso, ignorándolo. No quiero saber nada de él.

Atravieso la puerta de la facultad y bajo la escalinata para esperar a Luciana y el resto de las chicas, una costumbre que hemos creado para ir juntas al club y grande es mi sorpresa cuando lo veo.

Está apoyado en un auto, que no es suyo, debo destacar, mientras revisa algo en su celular.

Con los latidos de mi corazón acelerándose al verlo, camino hacia él intentando no sonreír como una tonta al mismo tiempo que barro su cuerpo con mi mirada.

Está totalmente vestido de negro, algo que me encanta, pues le da ese aire de chico malo que derrite a las mujeres, sin embargo, desde que lo miras a los ojos, te transmite paz, seguridad. Aaron es un manojo de contradicciones que me vuelve totalmente loca, pero, sobre todo, es sexy, sensual y tiene un cuerpo esculpido por la mismísima diosa del sexo que levanta suspiros por donde quiera que pasa y hoy no es la excepción porque no hay una mujer alrededor que no se lo esté comiendo con los ojos.

¿Qué hará aquí?

No sé si es capaz de sentir el peso de mi mirada, pero levanta la cabeza e inmediatamente sus ojos se encuentra con los míos; esas dos maravillosas perlas azules que me abren las puertas de su alma. Una sonrisa preciosa se extiende por su rostro mientras se separa del auto y camina a mi encuentro. Se revuelve el cabello justo antes de llegar a mí, que no sé en qué momento dejé de caminar.

—Hola —dice, creo que nervioso y no puedo evitar pensar que se ve jodidamente tierno.

—Hola. —Nos quedamos en silencio por varios segundos y él se rasca la nuca—. ¿Qué haces aquí?

—Bueno… yo… pues… —Arqueo las cejas y él resopla. Intento no reír al verlo respirar profundo varias veces para calmar los nervios—. He venido para acompañarte al club. —Se encoge de hombros—. He salido antes de clase y me pareció buena idea pasar por ti, digo, eso es lo que hacen los novios, ¿no?

Sus ojos me analizan detenidamente como si estuviese midiendo mi reacción. En algún momento él mencionó algo de que temía que a mí me avergonzara decir en público que éramos pareja. ¿Acaso su nerviosismo se debe a eso?

—Entiendo —digo sin más y él frunce el ceño.

Muerdo mi labio para no reír.

—He metido la pata, ¿verdad?

—Sí.

Suspira profundo y mira a su alrededor mientras se revuelve el cabello, más de lo que ya está.

—Debí suponer que no te gustaría. —Vuelve a mirarme—. Bueno, ya estoy aquí, así que… —Pero no lo dejo terminar.

Doy un paso al frente, eliminando todo el espacio entre nosotros y, estirándome, deposito un casto beso sobre sus labios. Cuando me separo, tiene los ojos abiertos de par en par.

Sacude la cabeza y me mira sin entender nada.

—Has metido la pata, niñato. Se supone que un novio, cuando va a recoger a su chica a la Universidad, lo primero que tiene que hacer es besarla. Y no cualquier beso, sino uno de esos que le deje claro a las tipejas de alrededor, que es papa casada.




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