5. Lo que siento cuando estoy contigo

26. Te amo

Aaron:

Estoy nervioso.

De hecho, “nervioso” es una palabra que se queda bien corta si intentamos describir mi estado actual.

Estoy aterrado.

Hoy le diré a Zion Bolt que salgo con su hija.

Ustedes podrán pensar que soy un tonto por preocuparme por eso cuando sé de sobra que a él y al resto de la familia, les va a encantar la noticia. Sin embargo, sigue siendo Zion, una persona a la que he querido y respetado desde siempre; no se me hace para nada sencillo pararme frente a él y decirle que la enana y yo, contra todo pronóstico, nos amamos.

Sé que va a reaccionar bien, pero lo conozco, también sé que me lo va a poner difícil al inicio. Es así de maldito.

Sacudo mi cabello por decimo quinta vez desde que me encerré en mi cuarto a tomar el valor que necesito y que no consigo; paso mis manos por mi pantalón para eliminar la humedad de ellas y respiro profundo par de veces.

Maldito corazón que no se está quieto.

La puerta de mi habitación se abre de repente y Dylan entra como una exhalación.

—Tío, estoy nervioso. Creo que me va a dar algo —murmura sin percatarse de que estoy igual que él—. Esto es mala idea; no creo que sea momento de confesarme.

Respiro profundo.

Estamos jodidos los dos.

—Es mayor que yo, por tres putos años… —Ah, sí, había olvidado comentarles que ambos estamos en desventaja en ese ámbito. Daniela estudia con Luciana, por tanto, tiene dieciocho y mi querido amigo, solo quince.

Somos un desastre.

—Soy un niño. ¿Por qué querría alguien como ella tener una relación con alguien como yo?

Ruedo los ojos. Ya hemos tenido esta conversación.

—¿Porque disfruta el sexo contigo como con nadie? —pregunto en respuesta.

No sé qué tan verídico sea, pero joder, los gemidos de la chica hablan por sí solos.

—El sexo no lo es todo, Aaron.

—Lo sé. —Me pongo de pie y camino a lo largo de la habitación como león enjaulado—. Tienes quince, pero eres la persona más inteligente, madura y centrada en lo que realmente importa, de todos los que conozco. Eres un tío increíble, leal, romántico, detallista, dulce, buen conversador y divertido. Lo raro sería que no quisiese salir contigo. —Detengo mi discurso, pero no lo miro; continúo caminando de un lado al otro, sacudiendo mis manos como si de esa forma pudiese eliminar la tensión.

—¿Aaron? —Levanto la cabeza ante su tono preocupado.

—¿Mmm?

—Estás peor que yo.

—¡Sí! —chillo para sorpresa de los dos.

—No tienes de qué preocuparte y lo sabes. Todos deseábamos que las cosas entre ustedes se dieran.

—Lo sé, pero no puedo evitar que me acojone decírselo.

—Eres un tonto.

—Tú también, Dy. —Detengo mi caminar—. Solo un tonto no se daría cuenta de que Daniela ha caído totalmente por ti. Va a aceptar, te lo prometo y más después de lo que tienes pensado hacer. Tal vez no sea nada del otro mundo, pero te garantizo que la derretirá.

—Sí, ¿verdad?

—Sí.

—Perfecto. Entonces, dejémonos de gilipolleces los dos y salgamos de aquí. Tú para hablar con tu suegro y yo a esperar a que caiga la noche. Me vas a ayudar, ¿verdad?

—Por supuesto que sí.

—Bien. —Respira profundo y se dirige a la puerta.

Se detiene en el umbral cuando la abre y me mira. Enarca las cejas dándome a entender que espera a que deje de ser un tonto cobarde y salga junto a él, pero mis pies no me obedecen. Rueda los ojos y, acercándose a mí, me toma por el antebrazo y me saca a empujones.

Sabiendo que es absurdo seguir retrasando lo inevitable, bajo las escaleras junto a él con intenciones de ir al patio, pero me detengo al ver al pequeño Zack acuclillado en el suelo detrás del sofá, refunfuñando.

—¿Sucede algo, mocoso? —Zack levanta la cabeza y Dylan resopla a mi lado porque sabe que estoy retrasando mi tormento.

—Sí… la tía Addy me va a matar. —Me río mientras me acerco a él.

Mi madre tiene una debilidad con este chico y sus rizos rubios, sería incapaz de matarlo.

—¿Por qué? —Levanta un cuadro que reconozco inmediatamente y la sonrisa se me borra poco a poco. Dylan silva a unos metros de distancia.

Tal vez sí lo mate.

—Ha sido sin querer, lo juro. Venía entretenido en el teléfono, choqué con la mesita y lo tumbé. Hice malabares para que no callera al suelo, pero pluff, se rompió.

Tomo los restos del cuadro en mi mano y lo detengo cuando intenta agacharse a recoger los vidrios rotos.

—Déjalo, te harás daño.

—Se va a enojar, ¿verdad?

Sonrío ante el puchero que me muestra.
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Miro el destrozo en mis manos y me encojo de hombros.

—No lo creo. El cuadro se puede reemplazar, a ella lo que le gusta es la foto. Tranquilo.




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