50 millones de cosas que odio de ti

INTRODUCCIÓN

—¡No iré a ese lugar, padre! —me crucé de brazos, irritada, tratando de contener mi frustración.

—¡He dicho que lo harás, Alison! ¡Irás a vivir con tu hermano! —mi padre soltó un suspiro profundo, intentando calmarse—. Entiendo que esto es difícil, hija, pero no tenemos otra opción.

La verdad era que mi familia había quedado en bancarrota, y ahora tenía que vivir con el tonto de mi hermano mayor, algo que jamás imaginé que sucedería.

—No quiero ir —repliqué, frunciendo el ceño—. No entiendo por qué debo ir. Mi hermano es un idiota.

Mi padre giró los ojos y suspiró, exasperado.

—He hablado con tu hermano. Solo será por esta temporada, podrás regresar a tu vida después de eso.

—Está bien, pero solo por un año. Cuando termine el curso, no habrá más trato, y tendrás que cumplir lo que te diga —respondí con un tono decidido.

—Claro —dijo, abriendo los brazos en señal de rendición—. Ven aquí, hija.

Le correspondí el abrazo, aunque no me sentía completamente convencida.

—¿Ya preparaste las maletas? —preguntó mi madre, saliendo de la cocina.

Asentí con una sonrisa forzada.

—Sí, mamá. Solo espero que todo salga bien, y que me lleve bien con él.

—Sí, claro —respondió.

—Por supuesto, te recogerá en el aeropuerto —respondió mi padre.

—Bien —finalicé la conversación—. Ahora voy a empacar.

Ellos solo asintieron, y mientras subía las escaleras, la voz de mi padre me alcanzó.

—Recuerda llevar lo más importante —dijo, pasándose una mano por el cuello—. No lleves nada costoso, sabes que en esos lugares puedes ser un blanco fácil para los ladrones.

—Lo que me faltaba... —musité, al ver las cuatro maletas que había empacado y que mi padre ahora observaba con ojos incrédulos.

—¿De verdad, Alison? ¿Cuatro maletas para un año? —dijo él, levantando una ceja.

—Papá... ayúdame a cargarlas —le pedí, con un tono cortante.

Suspiró profundamente y, con una sonrisa, subió las maletas al auto. Mi madre se reía desde el asiento del copiloto, mientras yo me subía a la parte trasera del coche, apretujada entre las maletas. Unos minutos después, mi padre se unió a mí.

—Recuerda comportarte, Alison —me recordó mi madre por milésima vez, su voz llena de advertencia.

—Sí, mamá, lo sé —respondí, visiblemente molesta.

—Conoces a tu hermano. No soportará que hagas lo que quieras —continuó, mirando a mi padre como si estuviera dando un consejo de vida.

—Eso está por verse —murmuré, viendo que sus miradas inquisidoras me perseguían. De inmediato me arrepentí de mi tono y aclaré—. Solo es una broma. Me portaré bien, lo prometo.

Después de algunos abrazos incómodos, y una despedida entre sollozos, finalmente estaba en el avión, rumbo a la casa de mi hermano. No era lo que había planeado. Tenía amigos, una vida, mi mejor amiga Callie estaba de viaje y no pude ni despedirme de ella. Ahora viviría un año entero con Jacob, algo que nunca hubiera imaginado, sobre todo porque nunca fuimos cercanos. De hecho, éramos todo lo contrario.

El aeropuerto parecía desierto, típico de esta época del año. Las maletas me pesaban, y me preguntaba por qué había traído tanto si solo estaría allí un año.

Miraba a mi alrededor en busca de Jacob, pero no había rastro de él. Las personas pasaban a mi alrededor tan rápido que empecé a marearme.

De repente, a lo lejos, vi un cartel con mi nombre, pero lo raro era que no era mi hermano quien lo sostenía.

Me acerqué al grupo de chicos que discutían, y uno de ellos, el que sostenía el cartel, me miraba fijamente. Mientras el chico del cartel empujaba a otro, vi que era Jacob.

—¡Hermanita! —gritó, corriendo hacia mí y abrazándome tan fuerte que mis maletas cayeron al suelo con un ruido ensordecedor.

—Hola, Jacob —respondí, tratando de zafarme un poco.

—¿Qué pasa? ¡Abrazame! —insistió, apretándome contra su pecho.

—Espera, Jacob, no puedo respirar —respondí, al borde de la asfixia, mientras me lamentaba por haber elegido ese vestido incómodo para el viaje.

Se separó de mí con una sonrisa burlona.

—La misma mocosa que recuerdo, parece que no has cambiado nada.

Rodee los ojos, mientras él se giraba hacia los chicos que lo acompañaban. Todos me miraban con curiosidad.

—¿Qué? —mascullé, incómoda por las miradas que me recorrían de arriba a abajo.

—Hermano, no habías dicho que tu hermanita era jodidamente hermosa —dijo uno de ellos, sonriendo de manera descarada.

—Totalmente de acuerdo, hermano —añadió otro.

—No la asusten, chicos —interrumpió el chico que llevaba el cartel, enarcando una ceja, mirando la escena con diversión.

—Quiero irme —le corté, cansada.

Caminé hacia la salida, solo con mi bolso en mano.



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Editado: 14.11.2024

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