50 millones de cosas que odio de ti

CAPÍTULO 2

A L I S O N C A M P B E L L

Todo estaba increíblemente limpio, como si, por primera vez, este lugar hubiera pasado de ser una guarida de adolescentes a un sitio habitable. Mientras Jacob, Axel y Jackson estaban pegados al televisor, Fynn me observaba con una sonrisa burlona, como si supiera que algo tramaba.

Abrí la nevera con la esperanza de encontrar algo de comida, pero lo único que había eran un par de botellas de agua y cervezas.

—¿Se alimentan entre ustedes o qué? —bromeé, aunque mi cara no mostró ni una pizca de humor.

—Normalmente pedimos comida a domicilio. Y en la mañana... bueno, en la mañana nadie desayuna —respondió Fynn, dándole un sorbo a su café, ese néctar oscuro que parecía ser su única fuente de vida.

—¿Eso es lo único que desayunas? —pregunté, señalando su taza con una ceja levantada.

—Jackson dice que no puede sobrevivir sin un sorbo de café al levantarse. Así que, supongo que eso cuenta como "desayuno" —dijo con un encogimiento de hombros tan despreocupado que casi me dio celos.

Solté un suspiro exagerado y miré a Fynn con un brillo de determinación en los ojos.

—Voy a llevarlos de compras, Fynn. —Sonreí, con una expresión que no dejaba lugar a dudas.

Fynn me miró como si le hubiera propuesto hacer una maratón de tres días en una montaña rusa.

—No —respondió con rotundidad, casi sin pensarlo.

—Vamos, ¡será divertido! Y además, a mí me encanta ir de compras. —Sonreí con esa ilusión que solo las personas que realmente disfrutan de las compras pueden tener.

—A mí no me gusta, es algo de chicas. Y, por cierto, ya sabía que te gustaba ir de compras. No sé si te has mirado en un espejo, pero no pareces la típica chica que odia las tiendas.

—En parte tienes razón... —respondí, mirando mi atuendo con un poco de desdén, pero sin perder la sonrisa.

Fynn me miró fijamente, con la mente trabajando a toda velocidad, y de repente sus ojos brillaron con un destello de inspiración.

—¡A Jackson le encanta ir de compras! —dijo, con una sonrisa de quien acaba de descubrir la pólvora.

—¿De verdad? —me sorprendí, sin poder creer lo que estaba escuchando. ¿Jackson? ¿De compras?

—¡Claro! —afirmó Fynn, levantándose de su silla con la agilidad de un ninja para acercarse a los chicos. —Jackson, ¿quieres ir de compras con Alison?

Jackson lo miró como si le hubiera propuesto participar en una competencia de comer piedras. Su cara estaba entre el desconcierto y el asco.

—¿Qué es lo que te pasa ahora? —preguntó, como si Fynn hubiera dicho que quería que le regalaran un unicornio.

Fynn, sin inmutarse, contestó con calma:

—Estaba pensando que podrías acompañarla. Tienes coche, ¿verdad?

Tragué saliva. La relación entre Fynn y Jackson era como la de un adorable cachorrito que quiere jugar y un dragón que solo quiere quemarlo.

Jackson, que ya estaba empezando a perder la paciencia, me miró y luego imitar mi voz con la exageración de un actor de teatro:

—¡La princesa quiere ir de compras! —dijo, haciendo una pose ridícula. —¡Qué novedad! ¡Traigan el carruaje, que la hada madrina está lista para salir!

Nadie dijo nada. El silencio en la pequeña sala era tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo. Cerré la nevera de golpe, el sonido del metal resonando en toda la habitación, y me planté justo al lado de Jackson.

—¿Cómo me acabas de llamar? —le pregunté, mi tono claramente desafiante.

Jackson me miró, un brillo en los ojos como si se estuviera divirtiendo mucho con la situación. Se levantó, quedando casi a la misma altura que yo, o más bien, frente a mi hombro, porque claro, yo no tenía ni una pizca de altura para igualarlo.

—¡Guau! Pero mira quién tiene agallas —dijo, en un tono tan burlón que me hizo querer lanzarle la primera cosa que tuviera cerca (que afortunadamente, solo era la nevera). —Aun no entiendo qué demonios haces aquí. Somos hombres, ¿sabes? Los hombres hacemos cosas a las mujeres, por si no te habías enterado, princesa.

Y ahí estaba otra vez. El maldito apodo de princesa. ¿De verdad? ¿Es que no podía ver lo furiosa que me ponía?

—Creo que es mejor que te calles, Jackson —sugirió Axel desde el sofá, sin apartar la vista de la pantalla del videojuego. Estaba tan concentrado en destruir a alguien en el juego que parecía que estaba en una misión de vida o muerte.

Me giré hacia él, notando que estaba tan metido en el videojuego que ni se había dignado a mirarme, y eso solo empeoró mi estado de ánimo.

—Sí, es cierto, hermana, mejor ve a tu habitación yo traeré lo que necesitas —dijo Jacob, con esa sonrisa nerviosa que solo él sabe poner cuando las cosas se ponen tensas. Parecía más preocupado por que el ambiente se volviera incómodo que por defenderme.

No quería causarle problemas a mi hermano en su propia casa, pero mi orgullo no estaba dispuesto a quedarse callado. Había algo dentro de mí, una especie de picazón, que solo se podía calmar si le respondía como merecía.

—Claro, porque eso es todo lo que haces: ordenar y pedir lo que quieras. —Jackson soltó una risita baja, como si estuviera contando un chiste privado. —Eres una hija de papi y mami.

¿Ahí estaba de nuevo? La carta de la "hija de papi y mami". Sabía que lo decía para molestarme, y lo admito, a veces me molestaba, pero no iba a dejar que un idiota como él me hiciera sentir mal por algo que no era culpa mía.

—¿Sabes qué? Eres un idiota —sacudí la cabeza con desdén, mi paciencia ya al límite. —No vales la pena.

Y con eso, di un paso atrás, dejando claro que no tenía intenciones de seguir perdiendo el tiempo con alguien que no sabía cómo comportarse.

(...)

—Eso es definitivamente un no —le dije a Jackson cuando vi cómo se atragantaba con las bolsas de papas, esas malditas papas que parecían tener más calorías que todo el menú de un restaurante de comida rápida. Estaba comiéndolas con la misma intensidad con la que un niño pequeño devoraría su juguete favorito.



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Editado: 20.11.2024

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