50 millones de cosas que odio de ti

CAPÍTULO 3

A L I S O N C A M P B E L L

De inmediato, cuando llegamos, Jackson pasó por mi lado a toda velocidad. Una parte de mí quería sentirme mal, pero honestamente, no lo sentía así. Acomodo las bolsas en cada sitio y miro alrededor. El lugar lo único que tenía era café. ¿Quién demonios solo tiene café en una casa?

—¿Sabes cocinar, Alison? —dijo mi hermano en cuanto apareció con una enorme sonrisa, como si estuviera esperando ver algo épico de mí.

—Aprendí en una escuela de cocina. Mamá no quería, pero... —dije con tono burlón, mientras le hacía una mirada dramática.

—Pero tú haces lo que quieres —completó con una leve sacudida de cabeza, como si me conociera mejor que nadie.

Le guiñé un ojo con falsa seriedad.

—Has dado en el clavo, hermanito.

—Oye, quería preguntarte algo —dijo, mientras me observaba con más seriedad, y me sentí como si estuviera a punto de confesar algo horrible. Le di toda mi atención para que continuara. —¿Por qué Jackson vino de mal humor?

Giré mi mirada hacia un lado, sintiéndome incómoda. No me importaba, ni siquiera lo conocía. Pero, de alguna manera, tuve que soltarlo.

—Puede que haya vomitado en uno de sus tenis, además de eso... haberme burlado de sus padres muertos y...

—Espera ¿qué? —me cortó alarmado, haciendo que me sintiera más culpable de lo que realmente era. —¿Te has metido con su familia?

—Fue un error estúpido, ¿ok? No lo sabía —me defendí, cruzando los brazos, como si fuera una niña malcriada.

—No Alison, no puedes andar haciendo ese tipo de bromas, no puedes herir y no sentirte culpable, no conoces a Jackson para bromear sobre su familia. —Se paseó de un lado a otro, como si estuviera más preocupado por la situación de lo que quería admitir. —Ni siquiera sé qué estoy haciendo. Traerte aquí ha sido un gran error. —Negó con la cabeza, pero al final pareció más frustrado que molesto. —No, no. Creo que ha sido lo mejor. Debes aprender de tus errores y pedirle disculpas.

—¿Estás bromeando? No me disculparé con nadie —emití con soberbia, cruzando los brazos como si fuera una superheroína de la indiferencia.

—Oh, créeme que lo harás —me ordenó, señalándome como si fuera una misión que debía cumplir al pie de la letra.

—¿Sabes que eso es doble moral? —Jacob me miró confundido, y luego me lanzó una de sus típicas preguntas filosóficas, que de alguna forma siempre lograban descolocarme. —¿Y antes cómo eras? ¿Te has mirado en un espejo? ¿Crees que eres el ejemplo de todo? ¡No sabes nada y no me voy a disculpar!

Sin esperar una respuesta, corrí a toda velocidad por las escaleras, dejando a mi hermano allí, molesto y probablemente maldiciendo el día en que me aceptó en su vida.

Justo cuando pensé que la vida no podría ser peor, me tropiezo con la cara de póker de Axel.

—¿Y ahora? ¿Tienes la menstruación? —dijo, sin expresión alguna en su cara, como si mi vida fuera una serie de bromas pesadas, y él fuera el protagonista de todas ellas.

Lo miré con mala cara y lo ignoré. ¿Qué diablos le pasa? La rabia burbujeaba en mi interior, pero lo único que podía hacer era caminar hacia otro lado, mientras él seguía su camino, riéndose de mí, como si yo fuera la broma de su vida.

Realmente no pensé que haría esto. Dios sabe que no lo haría. Pero no pude dormir en toda la noche por las palabras de mi hermano y la cara de Jackson.

Esa mirada, esa maldita mirada que me había dejado intranquila, como si yo fuera una niña inmadura y tonta. Me revolví en mi cama, dando vueltas, mi cabeza llena de pensamientos. Cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba él, esa expresión de desaprobación, la forma en que me ignoró.

Así que, al final, decidí que tenía que hacerlo. De alguna manera.

Toqué la puerta que ocasionalmente estaba abierta, así que entré, sintiendo el peso de mi decisión en cada paso. La cerré suavemente detrás de mí, como si estuviera a punto de cometer un crimen. El silencio era tan pesado que casi podía escuchar mi propio corazón latiendo.

Jackson estaba acostado de medio lado en su cama, con los ojos cerrados, aparentemente ajeno a mi presencia. Su cabello castaño caía de forma desordenada, haciendo contraste con sus ojos, que me parecían una sombra distante ahora. A pesar de no poder ver sus ojos, podía sentir su atractivo, una energía que me envolvía incluso en la distancia. Pero por alguna razón, Jackson me daba mala espina. Algo en su actitud, en su indiferencia, me desconcertaba, como si no fuera suficiente con lo que ya había pasado.

—¿No te han enseñado a tocar una puerta? A mí me lo enseñaron cuando estaba en preescolar —dijo, su voz baja y suave, como si no le importara en lo más mínimo que estuviera allí. —Me dijeron: "Jackson, antes de entrar en un espacio privado donde no es tu casa, tienes que por educación tocar".

Sus palabras me golpearon con fuerza, y mi pecho se tensó. No sabía si estaba más enfadada o avergonzada, pero la verdad es que me sentía pequeña, tonta, atrapada en una situación que nunca quise vivir.

Respiré hondo, tratando de calmar el nudo en mi garganta.

—Yo quería... quería...

Mi voz se quebró, y por un segundo, el miedo me paralizó. Nunca en mi vida me había disculpado. Esas dos malditas palabras se me hacían como piedras en la boca, pesadas, difíciles de soltar. Mi orgullo, mi maldito orgullo, se rebelaba contra mí, pero una parte de mí sabía que esto tenía que suceder.

Lo miré, sin saber qué más decir, sintiendo cómo mi pecho se llenaba de frustración. Pero no podía dar marcha atrás.

—¿Qué rayos quieres ahora? ¿Vas a lanzarme agua caliente? Porque créeme, si haces eso en dos minutos serás la princesa muerta. —dijo con sarcasmo.

—Eso no era lo que... —comencé, pero me cortó de inmediato.

—Por favor —dijo, y de repente abrió los ojos, mirando directamente a los míos.

Mi estómago se hundió. No estaba preparada para esa mirada. Era como si me estuviera evaluando, decidiendo si valía la pena o no el seguir adelante con esta conversación. Me sentí vulnerable, como si de un momento a otro fuera a derraparme y caer en su furia



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Editado: 20.11.2024

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