A L I S O N C A M P B E L L
¿Cómo le explicas a tu novio que no estás teniendo sexo con el amigo de tu hermano? Fácil: recurres a la vieja confiable.
O, en este caso, a la que se me ocurrió hace dos segundos.
Colgar.
Sí, ya sé. Terrible idea. ¿Consecuencias? Todas. ¿Remordimientos? También. Pero entre el caos que estaba ocurriendo y el hecho de que me quedé sin aire desde que Jackson abrió su maldita boca, era lo único que podía hacer. Porque claro, lo lógico es entrar en un coma paralizante, ese tipo de estado donde tu cerebro te dice: Esto no puede estar pasando... pero sí, amiga, está pasando.
Lo único que tenía claro mientras seguía de espaldas a la puerta era que mis rodillas temblaban. Jackson ya se había apartado, por supuesto, con esa actitud de "soy inocente, pero no tanto". Mientras tanto, Cooper, en el teléfono, tampoco decía una palabra. ¿Por qué? Porque yo, en piloto automático, bajé el teléfono y colgué.
Me giré hacia Jackson, y al ver su cara de triunfo, sentí como la furia subía por mi cuerpo como un volcán a punto de estallar.
—¡¿Qué carajos, idiota?! ¿Qué demonios tratas de hacer? ¿Quieres que te mate ahora mismo? —espeté, con la voz lo suficientemente alta como para que toda la casa supiera que alguien estaba a punto de morir.
Él, en lugar de achicarse como una persona normal, solo me miró con una calma que me sacó aún más de quicio. Su sonrisa de suficiencia desapareció lentamente, pero no antes de clavarme esa mirada que decía: Soy irritante, y lo sé.
—Ya estamos a mano, —respondió con una tranquilidad que me dio ganas de gritarle hasta quedarme sin voz, mientras cerraba la puerta en mi cara como si nada.
Oh, no. Esto no se iba a quedar así.
—¡Jackson! —grité, golpeando la puerta con tanta fuerza que hasta mis nudillos dolieron. —¡Abre la maldita puerta!
Silencio.
—¡Abre la puerta o créeme que la destruiré! —amenacé, aunque en realidad no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.
¿Patearla? ¿Derribarla con el hombro? No es como si mi hermano hubiera hecho de mí una guerrera ninja, pero en este punto estaba dispuesta a improvisar.
Silencio otra vez.
Mis pensamientos comenzaron a correr alocadamente. ¿Cómo demonios iba a explicarle a Coop esta situación? Ni siquiera yo entendía cómo había terminado viviendo con los tontos amigos de mi hermano, y cuando lo descubriera, probablemente habría gritos, dramas, y tal vez incluso algo de llanto. Y yo no estaba lista para lidiar con todo eso ahora. No con Jackson al otro lado de la puerta, seguramente riéndose de mi miseria.
Golpeé la puerta otra vez, esta vez con el pie, porque ya qué más daba.
—¡Te juro que si no abres esta puerta, Parker, no vivirás para contarlo! —grité, mi voz resonando por el pasillo como una sentencia de muerte.
Nada.
¿En serio? ¿Ni un comentario sarcástico? Eso me enfureció aún más.
—¡No he terminado contigo! —espeté. Pero en el fondo, sabía que la batalla ya estaba perdida.
Porque claro, Jackson no era solo un tonto... era el idiota más persistente y exasperante que había conocido en mi vida.
Respiré hondo y di un paso atrás. Este no era el fin de la guerra, pero necesitaba una estrategia mejor. Algo más inteligente que gritarle a una puerta de madera.
Me paseé de un lado a otro como un león enjaulado, mordiendo mi labio inferior con tanta fuerza que parecía que quería arrancármelo. Mis manos temblaban mientras las pasaba por mi rostro en un intento inútil de calmarme.
—¡Jackson! —grité otra vez, pero la puerta seguía tan muda como mi esperanza de resolver este desastre.
—¡Oye! Guarda silencio —la voz de Axel rompió mi frenesí. Asomó la cabeza por su puerta, su cabello despeinado y su cara de pocos amigos. —Hay personas que quieren dormir y no escuchar a una niña gritando porque quiere acostarse con Jackson.
Me quedé boquiabierta.
—¡¿Quién quiere acostarse con quién?! —grité, pero en mi intento de indignarme, mordí mi labio de nuevo. Esta vez demasiado fuerte. Sentí el sabor metálico de la sangre y miré mi dedo, donde una pequeña gota roja estaba por caer.
—Ay, no. Otra vez no —murmuré, horrorizada.
Axel me observó con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? —preguntó, aunque su tono parecía más molesto que preocupado.
—¿Y a ti qué te importa? Ocúpate de tus asuntos —respondí, girando la cabeza con dramatismo. Pero en cuanto vi que daba un paso hacia mí, me giré de nuevo, ahora con alerta.
—Hago esto solo porque eres la hermana de mi amigo. No te hagas ilusiones.
—¿Qué estás...?
Antes de que pudiera terminar, me sujetó de la muñeca y empezó a arrastrarme hacia su habitación.
—¡Por lo menos invítame una bebida! —dije mientras trataba de seguirle el ritmo. —O mejor aún... —hice una pausa con una sonrisa irónica. —Un agua estaría genial.
Me ignoró por completo, como si yo fuera un mosquito zumbando en su oído.
—¡Oye, no me ignores! —espeté, pero él ni siquiera se dignó a responder.
Finalmente se giró abruptamente y me lanzó una mirada que podría haber derretido acero.
—¿Te puedes callar? —me ordenó con una calma que solo hacía que me hirviera más la sangre. —Tu voz es muy fastidiosa.
Sin esperar mi respuesta, me sentó en su cama con tanta brusquedad que tuve que sobarme la muñeca, frunciendo el ceño.
—¡Ay, qué amable! ¿Así tratas a todas tus visitas? —dije con sarcasmo mientras él se movía por su habitación como un tornado buscando algo.
Miré alrededor y parpadeé. Su cuarto parecía una mezcla entre un refugio animal y la habitación de un adolescente atrapado en los años noventa. Había pósters de una banda que no reconocía, caricaturas pegadas en las paredes y carteles de chicas en poses que podrían estar justo al borde de la censura.
Oh, teníamos un pervertido en casa.
—Vaya, vaya, Axel. Todo esto grita madurez emocional. ¿Qué sigue? ¿Una lámpara de lava? —solté con una sonrisa burlona.