Primer día de Universidad.
Bryan:
—¡¿Vas a irte de nuevo?! —La escucho preguntar a gritos—. ¡Dijiste que no lo volverías a hacer! ¡Me lo prometiste, Santiago!
—Es trabajo, Diana. Tengo que ir —responde él un poco más calmado y, aunque está en la habitación de al lado, puedo escucharlo a la perfección.
Cierro mis puños con fuerza, reprimiendo mi enojo y las ganas de intervenir para romperle la cara a mi padre y sacudir a mi madre para que reaccione de una puta vez.
—¡¿Trabajo?! ¡¿Igual que hace tres meses?! ¡¿Ese tipo de trabajo?!
Con el enojo arremolinándose en mi interior, abro mi armario, cojo varios pantalones, unos pulóveres y sin importarme una mierda que terminen estrujándose, los lanzo a la maleta.
—Te dije que eso no volvería a suceder, cariño. —Me río sin gracia ninguna, mi madre también—. Tienes que confiar en mí.
—¡¿Confiar?! ¿Igual que lo hice hace tres meses? ¿O cuando fuimos de vacaciones a Malinche? ¿Cuándo nació Ryan? Dime, Santiago, ¿cómo tengo que confiar en ti?
Cojo dos chaquetas, un bulto de calzoncillos, un cepillo de dientes, perfume y lo lanzo todo a la maleta. Tengo que salir de esta casa antes de que haga algo de lo que me pueda arrepentir. Lo que se me quede, lo puedo comprar luego.
—Te dije que he cambiado.
Mentira.
Una puta mentira.
Siempre es igual.
Promesas y más promesas vacías. Viajes de trabajo en los que termina tirándose a la puta de turno y es tan estúpido o tan maldito, que no tiene cuidado ninguno y mi madre termina enterándose, no sé si de todas, pero le ha roto el corazón más veces de as que puedo contar. Aunque la culpa es de ella que se las aguanta todas, que se traga sus cuentos de que ha cambiado, cuando es más que obvio que mi padre no vale ni una de sus lágrimas.
No creo que sea normal que un chico odie a sus padres, sin embargo, con cada día que pasa los odio más. A él por ser un infiel de mierda, a ella por tonta.
—No vayas —suplica ella—. Si de verdad has cambiado, no vayas, Santiago.
—Tengo que ir. Es un buen negocio del que saldremos muy beneficiados.
—Un buen negocio… —Resopla.
—¿Te falta mucho? —Escucho preguntar a mi hermano. Está de pie, apoyado en el marco de la puerta con el mismo rostro que debo tener yo, una mezcla de furia con decepción y tristeza.
—No, ya he terminado.
Guardo el móvil y la billetera en mi bolsillo y luego de cerrar la maleta, la pongo en el suelo. Subo el asa y salgo detrás de él.
Una vez en el pasillo, nos alejamos bajo los gritos y reproches de mi madre que, al parecer, y, para no variar, se ha enterado de la reservación que ha hecho su esposo en el mejor hotel de Korok y del mensaje que le llegó anoche al móvil donde le contaban lo bien que se lo iban a pasar.
Un estruendo, como el del cristal estrellándose en el suelo, hace que me detenga. Sin pensarlo, dejo la maleta y corro hacia la habitación de mis padres sintiendo los pasos apresurados de mi hermano detrás.
Abro la puerta de sopetón y busco a mi madre con la mirada. Está al lado de su cómoda, con los ojos bañados en lágrimas y la respiración acelerada mientras observa a mi padre que luce tan imperturbable como siempre. A sus pies, está la lámpara de la cómoda hecha añicos. Creo que mi madre se la ha lanzado.
Ambos nos miran y al cerciorarme de que los dos están bien, respiro aliviado; sin embargo, la ira que llevo años acumulando y que, desde que comenzaron a discutir hace como media hora, hervía en mi interior, explota.
—¡¿No pueden esperar unos putos minutos a que sus hijos se marchen para pelear?! ¡¿Es necesario hacernos testigos de la relación de mierda que tienen?!
—Hijo…
—¡Hijo ni carajo! —grito, interrumpiendo las palabras de mi padre—. ¡No soy tu hijo; no puedo serlo porque no me cabe en la cabeza que te importemos un comino! ¡Si fueras nuestro padre, si nos quisieras, no serías tan hijo de puta! ¡Respetarías a tu esposa, a tu familia y no estarías buscando consuelo en cada puta que te abre las patas!
Mi madre jadea y mi hermano intenta calmarme poniendo una mano sobre mi hombro, sin embargo, en este punto, ya estoy fuera de mí.
—Si no eres feliz, lárgate de una puta vez y déjanos en paz. Haz tu vida como te plazca, pero no nos martirices más. Me das asco y tú… —Me volteo a mi madre que me mira con los ojos abiertos de par en par—. No eres mejor que él y no tienes derecho a reprocharle nada porque tendrías que haberle mandado a la mierda la primera vez que lo cogiste con otra.
»Esas lágrimas te las mereces porque puede que el hijo de puta sea él, pero tú se lo permites, así que, qué más da. Déjalo de una jodida vez, pídele el maldito divorcio y verás como dejas de sufrir, pero si no lo haces, deja de quejarte porque perdiste el derecho a hacerlo hace muchos años. Y si deciden seguir en esta relación tan tóxica es problema de ustedes, pero no lo hagan donde podamos escucharlos, porque estamos hasta la mierda de esto. Parecen un disco rayado y nosotros nos cansamos hace mucho de escuchar la misma canción.