Bryan:
Dos semanas…
Dos semanas han pasado desde que Luciana y yo cumplimos tres meses de relación y mis planes, esos que tanto trabajo me costaron crear, se fueron al garete.
Fueron días y días junto a los chicos, planeando el mejor aniversario y todo se jodió cuando Cameron decidió secuestrar a Emma. El tan ansiado momento, llegó cuarenta y ocho horas después del fatídico suceso y, si bien nada malo o al menos no demasiado malo pasó, no pudimos celebrarlo, pues estábamos en un incesante entrenamiento para suplir la ausencia de dos patinadores y la incorporación de otros cinco.
Luego vino la competencia y la algarabía por haber ganado duró como dos días más en los que estuvimos todo el tiempo junto a la loca, inmensa e increíble familia de mi chica. No miento cuando digo que no estuvimos solos por más de media hora durante esos dos días. Solo las madrugadas eran tranquilas y a esa hora estábamos demasiado agotados como para festejar un aniversario.
Por si no fuera suficiente, Lu tenía que presentar un trabajo y ella y Daniela estuvieron enfrascadas en él por otros cuatro días más.
En fin, entre una cosa y otra, los días fueron pasando y como los planes que había hecho ya no se podían poner en práctica; no me quedó de otra que improvisar, pues solo tenía seguro una cosa: nuestro tercer aniversario no iba a pasar así sin más; no, señores, no lo iba a permitir.
Y justo es eso lo que me propongo hacer hoy.
Dicen que las cosas que suceden convienen y mis planes, después de todo, terminaron cambiando para bien. Tengo una sorpresa para Luciana y estoy casi cien por ciento seguro de que le va a encantar.
—¿Estás lista? —pregunto, entrando a su habitación.
Su mirada se encuentra con las mía a través del espejo y me sonríe dulcemente.
—Casi.
Se pasa el brillo por los labios y luego de colocarlo junto al resto de su maquillaje, se voltea hacia mí.
—Lista.
Esa sonrisa hermosa que tanto me gusta por las miles de cosas raras que provocan en mi interior, hace acto de presencia iluminando su mirada.
Luciana es preciosa. Sé que ya lo he dicho antes, pero es imposible no repetirlo cuando se le ve tan radiante. Debo decir que me enorgullece muchísimo el hecho de que mi presencia en su vida sea una de las razones por la que luce tan feliz.
—¿Me dirás a dónde vamos?
—Si lo hago, dejará de ser sorpresa.
—Por favor. —Hace un puchero, ese que sabe que es mi debilidad y que usa cada vez que quiere conseguir algo de lo que yo no estoy muy convencido. Me obligo a ser fuerte.
Me acerco a ella y coloco las manos en su cintura, mientras ella cruza las suyas por detrás de mi cuello y se entretiene acariciando mi cabello.
—No te lo diré, cucurucho, pero te prometo que te gustará.
Hace una mueca ante el apodo que le he robado a su padre y que ella odia con toda su alma. Para su consternación, yo solo me río.
—Estás hermosa —murmuro y su sonrisa vuelve a aparecer.
Deposito un beso en la comisura de sus labios para no arruinar el brillo.
—Venga, Aaron y Emma nos están esperando fuera y ya deben tener el culo congelado.
Una risa baja se le escapa y, tomándola de la mano, salimos de su habitación.
Hoy es lunes treinta de diciembre. A partir de mañana y por los próximos seis días, es decir, hasta el domingo cinco de enero, pues el lunes comienza el segundo semestre, estamos invitados, todos, a una casa familiar en las montañas, denominada ABT.
Andersson, Bolt, Torres…
Creo que el nombre se lo puso mi suegro y, por lo que me han dicho y pude corroborar cuando escuché esas tres letras por primera vez, Zion no es bueno nombrando cosas.
En mi opinión muy personal, no es una idea que me llame mucho la atención; hay un frío que pela y en las montañas debe ser mucho peor, pero nunca podría negarme a unas vacaciones con estos locos. Prometen ser bien divertidas.
Cuando salimos de la casa, Emma y Aaron están abrazados el uno al otro, intentando darse calor. Si bien ahora no está nevando, anoche sí y todo está blanco.
—Al fin —dice Aaron—. Un minuto más y los iba a buscar yo mismo. Estoy congelado.
—Dramático —murmuro.
—¿Dramático? —pregunta—. Prueba estar cinco minutos en el exterior, tengo hasta los huevos congelados.
Sin poderlo evitar, me río.
—Podían haber esperado en la sala.
—Dijiste que era rápido.
—En el auto, entonces.
—No podíamos y, ahora que lo mencionas, ustedes tendrán que ir en su auto. Emma tiene una sorpresa para mí, así que, en algún momento de nuestra cita doble, nuestros caminos se separarán.
—¿Sorpresa? —pregunta Luciana, mirando a su hermana.
—Ya te contaré.
Le guiña un ojo y luego camina hacia el coche de Aaron.