Este capítulo no estaba planeado así, sino que formaba parte de un capítulo más grande; sin embargo, hoy es el cumpleaños de una chica muy especial y no quise dejarlo pasar sin darle al menos un regalito...
¡FELICIDADES ANGELA MARÍA!
Espero que les guste.
Aaron:
Hoy es mi cumpleaños.
Veintitrés años que he vivido intensamente junto a mi familia y amigos y, como cada año, lo celebraremos a lo grande en la casa de la abuela Amelie, que, por si no se han dado cuenta, es nuestro lugar favorito para hacer fiestas debido a sus dimensiones. Hoy no es la excepción; o tal vez sí, depende de cómo lo miremos, pues si bien habrá fiesta, algo ha variado: Emma no me ha regalado nada todavía.
Es decir, desde que comenzamos a salir, ella es la primera en hacerme su regalo, pues vivimos juntos; sin embargo, si bien mi rubia favorita fue la primera en felicitarme y de una forma que amé, pues la condenada tiene una boca magistral… Ustedes entienden lo que quiero decir, ¿no? Bueno, como decía, si bien ya me felicitó, su obsequio brilla por su ausencia.
Está un poco misteriosa, lo que me da a pensar que está tramando algo, pero, ¿qué? He intentado engatusar a Luciana; incluso traté de sobornarla, pero esa, aun cuando es mi mejor amiga, es hermana de mi prometida y la sangre es más fuerte. Por tanto, no tengo ni la más remota idea de lo que está planeando.
Suspiro profundo y termino de vestirme, pues ya comenzaron a llegar los invitados. Una vez me revuelvo el cabello, pues odio tenerlo peinado como a mi madre le gusta, salgo de mi habitación.
—Habla con él. —Escucho decir a Annalía cuando paso por su habitación y me detengo ipso facto.
¿Él?
Tiene la puerta entre abierta, por lo que puedo escuchar claramente la risita de quien sea que esté con ella. Conociendo a mi hermana, se tratará de Tahira, su mejor amiga.
—No te rías —la reprende mi hermana.
—Vale, lo siento. ¿Qué se supone que voy a hacer, Lía? ¿Ir y preguntarle por qué te está ignorando?
—Por ejemplo —responde mi hermana, que tiene diez años, por cierto. Así que no entiendo qué carajos hace preocupándose porque un chico la esté ignorando.
—¿Estás segura de que te está ignorando?
—Lleva sin hablarme más allá de lo estrictamente necesario, desde hace diecisiete días exactamente y no es que lleve la cuenta.
Menos mal que no la lleva.
Me apoyo en la pared y cruzo los brazos sobre mi pecho mientras escucho atentamente el intercambio. Necesito descubrir quién es ese “él”.
—Huye cada vez que me le acerco como si tuviese una enfermedad contagiosa y, sí, sé que soy medio torpe, pero no fue mi culpa que le cayera encima el cubo de pintura roja.
Enarco una ceja.
—Vale, tal vez sí fue mi culpa —reconoce mi hermana luego de unos segundos—. Pero fue sin querer. El hombre que estaba haciendo el mural en la escuela dejó el balde en el alfeizar de la ventana, yo le di un codazo sin darme cuenta y cayó. ¿Quién lo manda a estar debajo en ese momento?
Ruedo los ojos.
Y ahí está la maldición Scott haciendo de las suyas nuevamente. Solo me pregunto quién es el pobre desafortunado que le toca sufrir las consecuencias por involucrarse con un miembro de esta familia.
—Una pregunta, Lía. ¿Él te gusta?
Mis hombros se tensan.
—¡Dios, no! Tiene como tropecientos años más que yo.
Suspiro aliviado.
¿Tropecientos? En el lenguaje de mi hermana eso pude significar dos míseros años o cinco, diez, sabrá Dios.
—¿Entonces por qué te molesta?
—Porque somos amigos desde siempre. Nos llevábamos bien y muchas veces he sido cómplice de sus trastadas; ahora no es justo que me ignore. Él dice que no lo hace, sin embargo, tengo diez años, soy una niña, pero no soy tonta. Me está ignorando y eso me molesta.
—Pues ignóralo tú a él.
—¿Ignorarlo?
—Sí, eso es lo que hace mi hermana mayor cuando se enoja con su novio. Lo ignora por unos días y él le suplica perdón. Ustedes no son novios, pero son amigos.
El silencio se adueña de la habitación, supongo que mientras mi hermana piensa en las palabras de su amiga.
—¿Qué haces? —pregunta Emma de repente e, inmediatamente, le pido que se calle llevando mi dedo índice a los labios.
Frunce el ceño.
—Intento adivinar quién es la próxima víctima de la maldición Scott —susurro, pero es en vano, pues Annalía abre la puerta completamente y se cruza de brazos al vernos.
—¿Nos están espiando? —pregunta.
—Yo sería incapaz —dice Emma, ligeramente divertida, mientras levanta las manos en son de paz—. Pero tu hermano sí.
—¡Emma!
—¿Qué? Es la verdad. —Se encoge de hombros.
—Qué mal, Aaron. Tú siempre me has enseñado que está mal escuchar conversaciones ajenas.