Suspiro anhelando lo perdido. Hago énfasis, inconscientemente, en lo nostálgico
que luce el verde de tono grisáceo proveniente del prado, me hace divagar entre recuerdos que me susurran con tristeza. Solo hay tres cosas claras que tengo sobre la vida:
La primera: todos debemos morir.
La segunda: todos debemos enamorarnos.
La tercera: todos debemos enamorarnos hasta morir.
La víspera de otoño hace que mis pensamientos se tornen melancólicos, entre más observo el prado, más me doy cuenta del verdadero sufrir de mi corazón. Asustado cierro los ojos, es en aquella oscura soledad donde mis recuerdos brillan resplandecientes cual sol en pleno verano, plagada de flores y de su ondulado cabello de marrón sedoso.
La soledad es soleada con su recuerdo, tan lúcido que destruye las sobras de mi roto corazón. Quisiera llorar pero las espinas se entierran en mi con delicadeza, una inocente gota roja recorre toda mi palma hasta caer al suelo; es la única lágrima que soltaré hoy, las demás las ha llorado el tiempo.
Aquella fría ventisca sacude los árboles con ternura. Cada vez que pruebo un poco del fervor que irradia el otoño, me siento libre en mitad de la melancolía.
Suspiro una vez más para hacerle compañía a la gélida nostalgia del caer de las hojas ocasas. Observo el gran naranja esponjoso del árbol; una a una las hojas caen como lluvia, cual lágrimas consumidas por el pasado.
Ahí va, fina y calmada, el último recuerdo naranja de uno de los brazos del árbol, cae infinitamente; la observo con paciencia y suspiro...
Un suspiro de otoño más y reconoceré el verdadero sabor de mis lágrimas: a primavera.