Séptimo libro de la saga Contigo. El primero es Solo contigo, el segundo es Siempre contigo, el tercero Contigo hasta el fin del mundo, el cuarto Saga Contigo (especial), el quinto Lo que siento cuando estoy contigo y el sexto Extras de Lo que siento cuando estoy contigo, pero son historias independientes, así que puedes leerla sin problema. Sin embargo, te recomiendo comenzar desde el inicio. Prometo que el viaje valdrá la pena...
ZACK:
La primera vez que escuché hablar de la maldición Scott tenía alrededor de nueve o diez años, no estoy seguro. Por aquel entonces, gracias a mi mente infantil que no percibía el peligro real que corría una de las partes, me parecía bastante cool que dos almas predestinadas tuvieran esa forma tan peculiar de reconocerse. Amaba escuchar las historias del tío Kyle que, aunque fue y sigue siendo el golpeado, chocado, empapado y noqueado, siempre ha hablado de su relación con su rubia favorita con diversión y mucho amor.
Me fascinaba ese tema a tal punto de que, por un tiempo, llegué incluso a pensar que Emma era afortunada por ser, en palabras de nuestro padre, otra víctima de la maldición Scott. De hecho, creo que hasta quise estar en su lugar.
Qué niño tan iluso y que cínica es la vida, que terminó cumpliendo mi deseo y por muchos años, ni cuenta me di. Fui víctima de todo tipo de accidentes desde que ese remolino rubio supo cómo caminar; sin embargo, no lo relacioné con esa condición “especial” que tienen los descendientes de los Scott, hasta esa maldita tarde en el instituto.
Tenía diecisiete y asistía a la Santi Agrac, la escuela más grande de todo New Mant y la tercera de todo el mundo. Una institución educativa bastante reciente, a la que mis hermanas no tuvieron la suerte de asistir, en la que empiezas a los cinco años y terminas en las puertas de la Universidad. No me pregunten qué carajos hacía en la parte de los niños, porque hoy, casi ocho años después, no tengo ni la más mínima idea, solo recuerdo estar conversando con uno de mis amigos cuando un líquido frío y repugnante, comenzó a correr desde mi cabello, hasta mi rostro, mi pecho y… bueno, todo mi cuerpo.
Recuerdo haberme quedado paralizado. No grité, peleé, ni nada, simplemente me quedé quieto ante la mirada estupefacta de mi amigo mientras sentía la pintura roja recorrerme completo. Mi primera reacción fue mirar hacia arriba y ni siquiera me sorprendí al notar sus ojos negros, abiertos de par en par, posados en mí. Tampoco me sorprendió que, en vez de disculparse como una persona normal, rompiera a reír a carcajadas.
—Annalía —susurré.
—¡Joder, Zack! —gritó desde la ventana en el segundo piso—. ¿Qué arte tienes tú para estar siempre en el lugar y momento equivocado?
Todo el que conoce la historia de la Chica Mariposa y el Adonis de Revista, sabe qué significa esa frase. Tal vez ella, debido a su corta edad, no comprendió el impacto que su pregunta tuvo en mí. Me aterré…
Vengo de una familia en la que es imposible no creer en el amor verdadero, razón por la cual, siempre he querido encontrar a esa persona especial que le diera sentido a mi vida; pero darme cuenta de que esa chica estaba más cerca de lo que esperaba, que era ocho años menor que yo y que justo en ese momento solo tenía diez, me aterró.
Ese día odié todo lo relacionado a la Maldición Scott y cuando la vi desaparecer de la ventana con la intención de bajar, salí corriendo como un cobarde, sin importarme siquiera parecer un tomate gigante.
Esa tarde mis padres me preguntaron de todas las formas habidas y por haber qué me había sucedido, pero no les contesté. Desde el momento en punto en que dijera que Annalía había derramado por accidente la pintura sobre mí, más preguntas habrían llegado y habrían terminado descubriendo la absurda cantidad de veces que esos “accidentes” ocurrían. No sé cuál habría sido la reacción de ellos, aunque no creo que se lo hubiesen tomado tan bien como cuando Aaron y Emma; estamos hablando de que la más pequeña de los Scott tenía diez años y yo estaba a punto de cumplir la mayoría de edad.
Enterré el suceso, así como todos los anteriores y, supongo que el hecho de que nunca se hayan enterado, se debe a que Annalía tampoco se lo comentó a nadie. ¿El motivo? Ni idea, dudo mucho que el mismo que el mío.
Sin saber qué más hacer, decidí ignorarla. No era algo de lo que estuviese muy orgulloso, pues dejando la maldición de su familia de lado, era una niña genial. Me divertían muchísimo sus ocurrencias y era diabólica cantidad; tal vez por eso nos llevábamos tan bien a pesar de nuestra diferencia de edad. Mi plan habría salido bien si no fuera porque prácticamente éramos familia y nos veíamos día sí y día también, lo que me hacía un poco complicado ignorarla. También estaba el hecho de que era una intensa y no entendía indirectas.
Le molestaba mi indiferencia y no tenía reparos en hacérmelo saber; incluso hizo algo que nunca pensé que haría. Me pidió disculpas y el que conoce a Annalía Andersson Scott sabe, que, aun siendo una niña, era orgullosa a más no poder. Ese hecho, más sus ojos brillantes mientras me pedía que volviera a ser su amigo, casi me hacen claudicar, pero yo seguía asustado y convencido de que, si me mantenía alejado de ella, la maldición nunca se cumpliría, así que le dije cualquier tontería y me marché.
No sé si esperaba estar así toda la vida, pero no me quedó de otra que rendirme, luego de que Aaron hablara conmigo y, muy dulcemente, me amenazara con darme un coscorrón si seguía tratando mal a su hermanita. Tuve que inventarme cualquier estupidez para explicar por qué la ignoraba y tragarme todos mis temores para enfrentarla. Pero como siempre, de ella nunca he sabido qué esperar, ni siquiera ahora que ya no es una niña impulsiva, por lo que me sorprendí cuando comenzó a ignorarme a mí.