MARATÓN: 2 de 3
Annalía:
Enojada, dejo el teléfono sobre la cama y bajo a cenar. Una vez terminamos, nos acurrucamos los tres en el gran sofá y vemos una película. Desde que regresé, esta se ha convertido en una rutina; es su forma de pasar tiempo conmigo para recuperar el que hemos estado separados. La verdad es que yo adoro estar así con ellos. Ojalá Aaron y Kay estuviesen aquí con nosotros.
A la mañana siguiente, me levanto un poquito más temprano para poder preparar lo que voy a llevar y luego me dirijo al hospital, no sin ante coger un pequeño obsequio que he decidido darle a Zack para agradecerle. Independientemente de que me haya colgado anoche y que me haya enojado, no puedo ignorar que me ha emocionado el que haya convencido a mis padres. No es mucho, en realidad, no es nada. Es un pequeño llavero que compré en Italia con la forma de la Torre de Pisa.
Una vez llego al hospital, voy directo a la sala de oncología, pues sé que las mañanas Zack las tiene ocupadas. Flora me saluda y luego me presenta a los oncólogos, incluso me agradece por la idea que tuve para que Erick pudiese comunicarse con ellos. Resulta que anoche lo usó para que lo acompañaran al baño y sí, pidió snikers. Tres, para ser exactos. Por suerte, como recompensa por haberse atrevido a comunicarse con ella, se los concedió, pero me pidió que le dijera que no se malacostumbrara, pues no se repetiría mucho.
Para mi sorpresa, Erick ha amanecido un poco más receptivo, aunque se niega a relacionarse con otros niños. Paso gran parte de la mañana con él y cuando llega la hora de la visita médica, me toca hacer de intérprete con la familia rusa y la china. Debo decir que es la primera vez que me resulta tan complicada la tarea; los términos médicos no los entiendo y la familia tampoco, por lo que tengo que pedirle a los doctores que me lo expliquen tipo bebé de prescolar para poder traducírselo a los demás. El niño ruso, Nikolay, tiene leucemia y la china, Xiang, un tumor en el cerebro.
A las once de la mañana, les permiten a los niños ir a la sala de juego, sin embargo, Erick se queda en absoluta soledad viendo el televisor. Están transmitiendo una competencia de patinaje en pareja y al ver que parece gustarle, decido entablar una conversación a respecto. Se asombra al saber que sé patinar y que soy hija de la Chica Mariposa, en realidad, no conoce a mi madre, pero busco unos videos de ella y de mi padre en internet y se convierte inmediatamente en su fan. El chico, a pesar de lo poco que habla, es divertido.
Descubro que le gustaría aprender y le prometo que algún día traeré unos patines para enseñarle. Si los doctores me lo permiten, por supuesto.
A la hora del almuerzo, prácticamente salgo corriendo de la sala directo a la cafetería con mi comida en mi lonchera. Sé que podía quedarme a almorzar en la sala tal y como me lo sugirió Flora, pero prefiero hacerlo con los chicos. De hecho, llevo toda la mañana esperando este momento para darle mi obsequio a Zack, así que quedarme allá no es una opción.
Cuando llego, los busco con la mirada y no tardo en encontrarlos en la misma mesa que ayer, así que, sonriendo, me acerco y me siento en el único asiento vacío… Al lado de Zack.
—Hola —saludo.
—Hola, preciosa, ¿lista para ver la mejor película de la historia? —pregunta Lucas y yo sonrío.
—Solo aviso de que no me gustan las pelis de terror. Me dan miedo.
—Ese es el punto —responde Cristal de mala manera y yo la ignoro.
¿Qué demonios le hice para que me odie? Porque sí, la forma en que me mira, me dice que estoy en su lista negra.
—No te preocupes, yo te abrazo para protegerte.
Sonrío ante el descaro de Lucas.
—En tus sueños —murmura Zack y yo lo miro.
—¿Qué tal tu día? —pregunto.
—Bien hasta hace un minuto. ¿El tuyo?
Ruedo los ojos con fastidio. Ya volvimos a lo mismo.
—Estoy empezando a pensar que eres bipolar o tienes problemas mentales, Zacky.
—No me llames así.
—¿Por qué?
—Porque ya no somos niños.
—Pensaba que creías que yo era una niña. —Enarco una ceja con chulería. No ha dejado de repetirlo desde que volví.
—Solo… —Se muerde el labio y mis ojos van directamente ahí.
¿Qué pensarían si les digo que sus labios, justo ahora, me parecen apetecibles? No sé qué dirían ustedes, pero yo necesito darme una cachetada mental ante ese estúpido pensamiento.
Por Dios, ¡es Zack!
—No me vuelvas a llamar así.
Suelto un suspiro dramático.
—Como quieras, Zacky.
Y ante la estruendosa carcajada del resto de los hombres en la mesa, procedo a sacar mi almuerzo.
—Ay, chica, me encantas —dice Sebas, sin dejar de sonreír.
Sebas, supongo que de Sebastián, es un chico alto y fortachón que, a simple vista, podría ser un chico malo, pero luego miras sus ojos color miel detrás de los espejuelos y su sonrisa de niño bueno y parece lo más tierno del mundo.