Zack:
Sonriendo, me adentro en el hospital y no tardo en sentir sus pasos detrás de mí. A ella le gusta jugar conmigo y a mí me resulta muy fácil dejarla sin palabras. Y aunque pueda sonarles infantil, no se imaginan lo bien que me ha hecho sentir soltarle esa última frase: “Búscalo en el traductor”. Sé, por experiencia propia, lo frustrante que puede ser no entender a lo que la otra persona se refiere. No bromeo cuando digo que he pensado seriamente en tener el traductor del móvil encendido para que cada vez que me suelte alguna de sus frasecitas, no tener que seguirla durante horas, pidiendo o más bien, rogando que me diga qué significa.
El ejemplo más reciente es lo que le dijo ayer a Cristal frente al baño del hospital. Si bien no sé repetir exactamente la frase, esta vez no me fue muy difícil entenderlo. Es decir, el italiano tiene muchas palabras similares al español, así que fue relativamente sencillo comprenderla: “Zack es mío, no tuyo”. Sé que estuve el resto del día detrás de ella, pero solo quería asegurarme de haber entendido bien, algo a lo que Lucas se negó a ayudarme, y comprobar, además, si tendría el valor para decírmelo de frente. Por supuesto, solo me dijo una parte de la frase y yo decidí dejarlo estar.
Sin embargo, saber que Annalía tiene impulsos posesivos hacia mí, me hizo sentir extremadamente bien, pues eso solo puede significar que mis amigos tienen razón; que, ella, aunque tal vez aun no es consciente del todo, se siente atraída por mí. Y eso me asusta tanto como me gusta.
Me asusta porque no sé lo que va a pasar ni mucho menos si va a funcionar; hay demasiadas cosas que podrían jugar en nuestra contra. Al mismo tiempo, me gusta, pues luego de admitirme a mí mismo que siento algo por ella, que no la veo como la pequeña Andersson, me siento más liberado. Me he desecho de las cadenas que me ataban, de los prejuicios que me hacían alejarme de su lado y saber que ella no es del todo indiferente, me emociona. Estoy asustado como un puto crío, pero voy a intentarlo y que sea lo que Dios quiera, pues siento que vale la pena.
Annalía Andersson Scott me gusta y no me refiero únicamente a su físico. Ese solo fue el detonante, el que me hizo entender que ella para mí no es como Hope o como Kay. De ella me gusta todo: su mente brillantemente inteligente y malditamente pícara porque, ¡joder!, su venganza contra Cristal, si bien sé que no debería animar, fue épica. Me demostró que sigue siendo la misma niña que corría detrás de mí improvisando planes macabros para divertir a todo el mundo y Dios sabe que yo adoraba a esa chica. Por otro lado, me encanta que no se quede callada, que me enfrente, que me diga lo que piensa sin medir del todo sus palabras; hay algo en esa seguridad en sí misma que ha adquirido estando lejos, que resulta cautivadora.
Su sonrisa es una de las cosas más hermosas que he visto jamás. Ella, aun desde pequeña, siempre ha tenido el poder de alegrar hasta mis días más oscuros con solo una sonrisa. Incluso cuando yo me alejaba, verla sonreír calmaba mi mal humor.
Ahora puedo sumar a la larga lista, el repertorio de idiomas que conoce, ¿por qué tiene que sonar tan sexy cuando usa otra lengua? Por lo general no me entero de lo que dice, pero resulta adictivo escucharla. Ella es coqueta sin proponérselo, divertida, ingenua, tierna, aunque a veces saca a relucir su carácter explosivo. Es leal hasta la muerte, solo hay que ver cómo me trata a pesar de los siete años que he pasado alejándola de mí. Es dulce, atenta, cariñosa, responsable y mejor no sigo porque a este paso terminaré diciendo que es perfecta y no creo que eso exista. Todos somos humanos.
Cuando llegamos al segundo piso, me despido de ella con un simple “hasta luego”, pues no quiero presionarla demasiado y me dirijo al cubículo que comparto con los dos idiotas que se hacen llamar mis mejores amigos. Cuando llego, ya están con su característico escarceo y sus batas de doctores perfectamente colocadas.
—¿Estás listo? —pregunta Lucas a penas me ve.
—Acabo de llegar, Lambordi. Dame dos minutos y lo estaré.
—No me refiero a la jornada laboral, Zack. Pregunto si estás listo para enfrentar a Annalía todo un fin de semana. Tengo la sensación de que será muy divertido.
—Eres consciente de que no es el primer fin de semana que pasaré con ella, ¿no? Nos conocemos de toda la vida.
—¿En serio? —pregunta, cruzándose de brazos con una sonrisa divertida.
Dejo mi mochila sobre mi cama y del pequeño armario saco mi bata.
—Dime cuántos fines de semana has pasado con la Annalía de diecisiete años, en tu casa, sin supervisión adulta, luego de darte cuenta de que te gusta.
Mierda…
Visto así, acojona. Es decir, me gusta, eso ha quedado claro, y precisamente ahí está el problema porque me gusta demasiado. Me he prometido que no pasará nada entre nosotros hasta que no sea mayor de edad, pero ¿tendré la suficiente fuerza de voluntad como para resistirme a ella?
Sí, ¿verdad? Soy un hombre, no un adolescente; sé controlar mis deseos, a pesar de que cada vez me urgen más las ganas de besarla. Pero puedo contenerme, será fácil… ¿Verdad?
—A eso sumémosle un carnaval con cientos de posibilidades para estar solos. —Se une Sebas—. Música, bebidas y, no lo sé, Lucas, pero luego de ver a Annalía patinando, me atrevería a jurar que como bailarina debe ser una Diosa.