Feliz día de las lectoras...
Zack:
Han pasado seis días desde mi cita con Annalía; esa en la que hice dos cosas que jamás creí que haría, un tatuaje y una casi pedida de matrimonio. Es decir, sé que no se lo pedí literalmente, pero decirle que está y que siempre estará en mi corazón como mi amiga, mi novia y mi esposa, deja bien claro cómo la veo en mi futuro.
Si les soy honesto, no tenía planeado algo como eso, simplemente se me escapó, pero no por eso deja de ser verdad. Eso sí, no pude evitar los nervios que me asaltaron en ese momento, fundamentalmente porque sentí que estaba yendo demasiado rápido; sin embargo, se evaporaron cuando por la vidriera del local, la vi recrear el divertido baile de victoria de nuestros padres.
A ella le gustó la idea y eso me emocionó en demasía, dándome el valor que necesitaba para terminar haciendo lo que una vez le dije a Sebastián que no haría. Un tatuaje. Uno que no ha dejado mi mente desde que lo vi por primera vez en su suave piel, en esa zona de su cuerpo que me muero por besar.
La A y la Z entrelazadas en representación de nuestras travesías infantiles, ahora son un símbolo de ese amor que sentimos el uno por el otro y que cada día se hace más fuerte. Jamás creí posible ver mi cuerpo dibujado, pero hoy tengo la sensación de que esa marca surgió para estar ahí, justo sobre mi pecho, para ser testigo de los latidos desenfrenados de mi corazón cada vez que ella anda cerca. Y aunque dolió como cojones, no me arrepiento de hacerla.
Toco la zona con mis dedos mientras el agua de la ducha recorre todo mi cuerpo, limpiando la espuma del jabón. Sacudo la cabeza para eliminar la tonta sonrisa que hay dibujada en mi rostro sabrá Dios desde cuándo y termino de enjuagarme.
El timbre de la puerta principal comienza a sonar justo cuando termino de secarme, pero como me niego a abrir cubierto solo por mi toalla, voy a mi habitación, me pongo un calzoncillo y un short para luego ir a la sala con mi santa calma, pues, por la insistencia, sé quién carajos está al otro lado.
—Joder, al fin abres —dice Lucas a modo de saludo, entrando como si se tratase de su propia casa—. ¿Qué estabas haciendo? ¿Cagando?
Ruedo los ojos y estoy a punto de cerrar, cuando veo a Sebastián acercarse por el pasillo con un pack de doce cervezas.
Enarco las cejas sin entender de dónde ha salido la repentina fiesta.
—Hay drama —susurra mi amigo al pasar por mi lado y cierro tras él.
—Bañándome, Lambordi, bañándome —respondo la absurda pregunta del primero—. Algo que a ti te encanta interrumpir.
Sebastián se ríe porque sabe que tengo razón. No sé qué arte tiene el italiano para que el sesenta por ciento de sus visitas inesperadas sean cuando yo estoy en la ducha y no, no lo hago a la misma hora todos los días.
Lucas se desploma en el sofá mientras Sebas se dirige a mi cocina, supongo que a guardar las cervezas en el frío.
—Si me dieras una llave del apartamento, no tendrías que salir a medias a abrirme —reclama.
Enarco una ceja sin poder creérmelo mientras la risa de Sebastián se escucha de fondo. Este italiano es un sinvergüenza. Tuvo una llave en sus manos hasta que un día llegó sin avisar y me encontró follando con una tía en el sofá. Ahí me di cuenta que hasta los mejores amigos necesitan límites, le quité la llave a lo que él no opuso resistencia alegando que había quedado traumatizado y, para rematar, botó mi sofá y me compró uno nuevo, limpio de gérmenes.
Es que es un idiota en toda la extensión de la palabra.
—¿Tengo que recordarte lo que sucedió la última vez? —pregunto en el mismo momento en que Sebas regresa a la sala con tres botellas de cerveza y nos tiende una a cada uno.
—Ese fue tu error, amigo mío —dice para mi consternación—. Tenías que escribirme para avisarme que estarías follando.
—¡Es mi casa, Lucas! —chillo por no sé qué vez desde ese suceso.
—Como sea, eso ahora no es importante.
Le da un largo trago a su bebida, respira profundo varias veces y nos enfrenta.
—Me he acostado con Tahira… De nuevo.
El silencio se hace en la sala, pero no es sorpresa, o tal vez sí, pero no porque se haya acostado nuevamente con ella, sino porque tardó más de un mes para hacerlo. Todo un récord.
—No lucen sorprendidos.
—Tío, ¿para esto tanto drama? —pregunta Sebas, sentado en la butaca al lado del sofá—. Me dijiste que me dabas diez minutos para estar aquí.
—¿Y le haces caso? —pregunto sorprendido—. Es la mata del drama, Sebastián.
Mi amigo me mira.
—Tú no lo escuchaste, Zack. Sonaba desesperado a niveles insospechables. Como el día en que lo cogieron comiéndole el coño a Tahira o más.
Sin poderlo evitar, una estruendosa carcajada se escapa desde lo más profundo de mi alma. ¿Les sonó eso a ustedes tan mal como a mí?
Lucas lo fulmina con la mirada.
—Ok, eso sonó horrible —reconoce mi amigo y le da un trago a su cerveza—. Pero el punto es que realmente creí que algo malo había sucedido y casi me descojono vistiéndome para venir.