Annalía:
Creo que he pasado una de las mejores noches de mi vida.
No, creo no, la he pasado.
Los besos de Zack, sus caricias, las bromas, las largas conversaciones y los recuerdos que nos unen, fueron el plato fuerte de la madrugada hasta que, cerca de las seis de la mañana, él se marchó por la puerta principal, gracias a Dios, porque, sinceramente, casi se me sale el corazón cuando supe que se colaría por la ventana.
Aun no puedo creer que se haya arriesgado tanto para pasar un rato a solas conmigo. Cuando éramos niños también lo hacía, pero en mi mente infantil que no era capaz de ver el peligro que suponía la altura y el escaso espacio para caminar, pensaba que era divertido. Ahora ya no tanto; mucho menos arriesgándonos a la idea de ser descubiertos por mi familia.
Mis padres se habían tomado muy bien mi relación con Zack, pero sigo siendo su niña pequeña, dudo mucho que les hubiese gustado encontrarlo en mi cama a mitad de la noche. Sin embargo, todas mis preocupaciones se evaporaron con la noticia de que adoptaría a mi niño alemán. Es que aún no lo creo.
Feliz sería quedarme corta para describir cómo me sentí en ese momento. Erick iba a tener una familia; un padre maravilloso que lo amaría sin reservas y que le daría absolutamente todo lo que estuviese en sus manos. También ganaría unos tíos relocos y unos abuelos más chispeados todavía y, con el tiempo, tendría también una madre porque sí, joder, ese pequeñajo es mío.
Se ganó mi corazón desde que lo conocí y sé que algunas personas no estarían de acuerdo con que, a pesar de mi corta edad, lo considere como un hijo, pero, ¿cuál es la edad para ser mamá? Hay mujeres de veinte, treinta años e incluso más que tiene hijos, pero no pueden ser consideradas madres. La edad es solo un número; lo importante es el sentimiento y el nivel de madurez; resulta que yo tengo los dos.
Amo a ese pequeño y sí, quiero disfrutar mi vida, quiero ser joven y hacer todo lo que ellos hacen; sin dudas Tahira no permitirá que sea de otra forma; pero también lo quiero a él junto a mí. Deseo estar ahí para festejar sus logros, cuidarlo cuando se enferme, verlo crecer, escuchar sus historias de la escuela, ser testigo de su primer amor; quiero o no, más bien necesito para mi propia felicidad, estar junto a él en cada paso de su vida hasta que, por fin, pueda darle mi apellido.
Cerca de las diez de la mañana, me levanto por los gritos de euforia de Tahira que prácticamente ni deja que mi cerebro se despierte para comenzar a contarme la forma en que el ragazzo le hizo el amor anoche y la de cosas hermosas que le dijo. Confirmado, Lucas Lambordi está tan enamorado de mi amiga como ella de él y la pelirroja no cabe en sí de tanta felicidad.
El día treinta, mi novio me sorprende con una cena romántica a la luz de las velas para celebrar nuestro primer mes juntos y debo decir que él es un amor y cada detalle me enternece; hasta que nos damos cuenta de que no estamos tan solos como pensábamos, pues nuestras familias, aun cuando le juraron mantenerse al margen, nos están espiando.
No hay intimidad y ni siquiera podemos enojarnos porque sus explicaciones dan tanta pena ajena como gracia.
Llega el treinta y uno de diciembre y con él, el resto de los miembros de la familia. Zack y yo acordamos no decirle a Erick aun sobre la adopción; al menos no hasta que comience la tramitación para no exaltarlo tanto; sin embargo, cuando escucho a mi madre y a Ari darle el visto bueno para que las llamen abuelas, porque todos somos una gran familia, se me hace un nudo en el estómago.
Juro que en este momento lo único que quiero es tomarlo de la mano y decirle que con la bendición de Dios, muy pronto será nuestro hijo.
Enero llega y el primer día laborable, Zack contrata los servicios de una agencia privada de adopción para que corra con todos los trámites y conforman su expediente, o más bien comienza, porque le piden tantos documentos, tanta información, que le lleva unos cuantos días poder conseguirla. Para mediados de la segunda semana, consigue lo último que necesitaban y, en palabras del abogado, ahora toca esperar mientras disponen de las entrevistas que le harán a él, a los miembros de su familia, compañeros de trabajo, vecinos, más algunas visitas domiciliarias para asegurarse de que el hogar cumple con los requisitos para salvaguardar los intereses del menor.
Ahí, a mi querido novio se le mete en la cabeza la idea de que ha llegado la hora de mudarse porque su casa es demasiado pequeña. No lo es, según mi opinión, pero él no piensa igual y así es como nos enfrascamos en la búsqueda del hogar perfecto y en eso estamos hoy sábado, sentados en el sofá de su sala, con la laptop en mis piernas y las miradas concentradas en una página de bienes raíces, listos para comenzar la búsqueda.
—¿Alguna idea de por dónde empezar? —pregunto, cuando Zack se sienta a mi lado y me tiende una cerveza.
Le doy un sorbo y la coloco en la mesita al costado. Él sube los pies y se acomoda junto a mí.
—No estoy seguro, aunque anoche estaba pensando en que lo mejor es que sea en Nordella.
—¿Vas a dejar a hospital Santo Tomás? —pregunto, mirándolo con los ojos abiertos de par en par.
Él se encoge de hombros como única respuesta.
—¿Y dónde quedó eso de que en ese hospital se necesitan más médicos de corazón, dispuestos a sacrificarse por la causa sin importar el salario de mierda?