Mega Pie
Te cuento el cuento que cuentan, es la historia de un perrito que nació con una de sus patitas más grande. La historia ocurrió en un viejo pueblito de El Salvador, El Sauce, en la colonia “La Perrísima”. Ese perrito en su colonia era discriminado, los otros perritos lo provocaban y molestaban por su defecto. Su nombre era Agosto, porque nació en Agosto, y le decían por sobrenombre Mega Pie, por su patita grande, para hacerlo sentir mal.
Mega Pie, lloraba muchísimo y su mamá siempre le decía que los demás no estaban capacitados para entender la diferencia y que ser desigual, lo haría muy especial, que comprendiera que todos somos diferentes, eran cosas que su mamá le enseñaba, aun así él lloraba mucho, excusándose de que su mamá solo le dijera eso para hacerlo sentir bien; pero ella le decía que no llorara y que esperara; porque vendrían cosas grandes en su vida y que del cielo de los perritos llegarían esas maravillas.
Mega Pie, siendo tan pequeño, salía a los alrededores a querer jugar y saltar como los demás cachorros lo hacían; pero ya que era discriminado por los demás cachorros del grupo, a él no le permitían ser parte del círculo social, entonces se refugiaba bajo la sombra de un árbol donde conoció a su entonces única amiga, la cual era un grillo de nombre Esperanza.
Esperanza era tan traviesa, extrovertida y hablantina, al ver que Mega Pie, estaba triste y solo, le ganó la curiosidad y aunque de principio le dio un poquito de miedo, se dijo así misma.
— ¡No que no! Exclamaba la intrépida Esperanza—. ¡Esta grandote! ¡Huy que miedo! ¡Qué perrote! ¡Pero con la duda no me quedo!
Esperanza llena de curiosidad empezó a descender del árbol, muy despacio bajaba y cuando calculó que aquel enorme amigo hasta ahí no la alcanzaría, se decidió a hablarle con aquel corto miedo.
— ¡Hola! ¡Amiguito! —decía el grillo Esperanza, el perro la buscaba a su alrededor y ella volvió a decirle—: ¡Hola! ¡Qué digo Amiguito! ¡Amigote! ¡Psss...! ¡Psss.....! ¡Psss.......! ¿Qué? ¿Te comieron la lengua los ratones?
Entonces Mega Pie, con una cara de tristeza y aburrimiento alzó su mirada lentamente y al ver a aquella pequeña amiguita que le estaba hablando, saltó de un brinco y poniéndose en pie, puso una pata en el árbol como intentado subir; pero al poner su patita sobre el árbol era la forma de saludar a su nueva amiguita.
— ¡Hola! La saludó Mega Pie—. ¿Cómo te llamas? Le preguntó, y Esperanza riéndose ridículamente decía:
— ¡ji - ji - ji! Me llamo: Esperanza; pero como soy tan chiquitita me dicen Esperancita. Mega Pie sonreía.
— ¡Si que si! En verdad eres pequeña, pequeñina.
— ¡Que! ¿Te asusta la diferencia, o es que acaso por tener ese cuerpo crees que eres más que yo? Le decía Esperanza, tipo valiente—. Es cierto que yo me he descuidado; pero no es para que me veas así, yo también soy fuerte, y esta panzona un día la voy a perder. Balbucía el grillo Esperanza.
— ¡No, que no! Al contrario, creo que eres muy bella y fuerte como yo. Esperancita se sonroja al ser adulada, parecía que le hacía sentir bien ser levemente presumida.
— Ya me caes bien. Le dijo la picarona Esperancita. Acomodándose para echarse, Mega Pie asintió.
— ¡Ah, qué bien!
— Mi mamá dice que soy chiquita; pero traviesa y picosa. Le decía Esperanza.
— Y mi mamá dice que la diferencia me hace especial. Le contestaba motivado Mega Pie.
— Claro que sí; pero ¿no me has dicho tu nombre?
— ¡Ah sí! Baja del árbol, aquí a mi lado y te diré mi nombre con más calma.
Esperanza, todavía no segura, seguía descendiendo del aquel árbol muy lentamente, mientras platicaban se hicieron grandes amigos y entonces día con día se reunían en el mismo lugar de siempre.
Mega Pie le confesó a Esperancita que él llegaba siempre a esa hora porque la perrita que le hacia mover el rabo se llamaba Muñeca, y era aquella perrita fina que solo la dejaban salir a jugar por dos horas, y aunque nunca se habían hablado, él estaba seguro de que ella sentía lo mismo por él, ya que esas miradas lo decían todo, decía que la primer muestra de amor había sido dada con miradas entre ellos. Esperanza le decía:
— La Esperanza es lo último que se pierde. Entonces Mega Pie le respondía:
— ¡Sí, claro que sí! Mientras no venga una gallina y te coma ¡ja ja ja! Y ofuscada Esperancita decía:
— ¿Por qué me asustas? No vez que mi mami no le parece que salga, no le gusta que me aleje de casa.
Un día en el que hacía calor y el sol mostraba la belleza más grande, donde los rayos cruzaban entremedio de los árboles, apareció un pajarillo travieso que parecía que era Cupido, descendió de entre medio de los árboles y se paseó por donde estaban aquellos alegres cachorros, y Muñeca en su afán por atraparlo saltaba y manoteaba y ese bendito pájaro Cupido con alas y plumas se dirigió hacia donde estaba echado Mega Pie, que curioso parecía que Cupido quería trabajar con estos tiernos cachorros enamorados. Muñeca seguía al intrépido pajarillo y de un momento a otro estaban los dos perritos jugando “Mega Pie y Muñeca”. Mega Pie, sentía que su corazón latía a mil por horas, sentía que se iba a morir de la alegría, parecía que su corazón se le iba a salir, no podía creerlo, estaba brincando y jugueteando con la cachorrita más bella que él jamás había conocido.
— ¡Hola! Le decía titubeando, y Muñeca correspondiéndole el saludo contestaba:
— ¡Hola! Le decía con suavidad y ternura, uno y otro meneaban sus colitas con alegría.
— Me llamo… temblequeaba Mega Pie y Muñeca lo sorprendió aun más de lo que se esperara: